Ladrones de cosas pequeñas

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Comer en un restaurante o dormir en un hotel no nos da derecho a llevarnos los accesorios del baño.

Todos tienen uno de estos parientes, los que se llevan a casa los paquetes de edulcorante, los frascos pequeños de mermelada e incluso el ocasional salero. Aprendimos a consentirlos, a mirar para otro lado, a considerarlo como la pequeña peculiaridad de la abuela, del tío o del primo. Cada quien tiene sus mañas y esa es la de ellos.

La diferencia es que, aunque no lo llamemos así, se trata de una forma de robo. E incluso si “ellos no van a extrañar” unos cuantos paquetes de edulcorante, quizás tampoco extrañarán ese jarro de cerveza, ese plato o esos adorables servilleteros…

El robo en los restaurantes no se limita a un frasquito extra de miel. De acuerdo con los dueños de restaurantes y otros en la industria del turismo que fueron entrevistados para un artículo del periódico “Chicago Tribune” hace casi 20 años, prácticamente todo está al alcance de la mano.

Los clientes se roban cuadros, cubiertos, esculturas, saleros y pimenteros, vasos e incluso las perillas del lavabo. Esto no sólo afecta las ganancias de los restaurantes (¡y en última instancia sube el precio de una cena para esos mismos clientes!), sino que también desconcierta. ¿Por qué esas personas piensan que tienen derecho a llevarse los dispensadores de jabón? Quizás puedo entender la racionalización al llevarse el estereotípico edulcorante. Tienen permitido usar un poco en su bebida caliente, así que sólo se llevan su parte. Pero… ¿los accesorios del baño? ¿Las decoraciones de la pared?

Es vergonzoso (y alarmante) cuán bajo se puede llegar. Desgraciadamente me recuerda de la época previa al diluvio. En la época de Noaj, Dios consideraba que el robo era el peor crimen. El robo reflejaba completa y absoluta indiferencia hacia las necesidades y deseos de todos los demás, y por supuesto hacia sus bienes. ¿No es esto similar? ¿No es esto una manifestación de algo descompuesto en la sociedad?

Tendemos a perdonar los crímenes no violentos. No son tan aterradores. No son tan peligrosos. No parecen ser tan significativos. Pero como una indicación de hacia dónde se dirige la sociedad, quizás son todavía peores. Ellos demuestran un completo y absoluto egocentrismo, así como una desarrollada habilidad para racionalizar y justificar…

Desde la publicación del artículo en el “Chicago Tribune” en el 2010, los robos en restaurantes han disminuido, no porque nuestros valores hayan mejorado, sino porque los dueños se han vuelto más sabios. Ahora todo está clavado, pegado o, en un caso de azulejos pintados a mano, cementados a la pared. Es algo triste pero necesario.

No estoy segura cuál es el instinto que nos sugiere que tenemos derecho a llevarnos “recuerdos” de los restaurantes a los que vamos o de los hoteles en los que nos quedamos. Pero la Torá es clara respecto a que esto es robo y debemos abstenernos no porque sea demasiado difícil arrancar ese cuadro de la pared, sino porque no nos pertenece, sin importar lo que nos digamos a nosotros mismos.

Quienes cenan en un restaurante tienen que pensar que son huéspedes. Es cierto que pagamos por la comida y el ambiente, pero no por esos lindos platos de postre o aquellas hermosas copas de vino. Sentir que tenemos derecho y justificar el robo es el comienzo de una vida de deshonestidad. Si realmente necesitas esos pequeños posavasos, yo conozco unas cuantas tiendas en donde los puedes comprar a un precio bastante razonable.

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