Troles en Internet

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En definitiva, nada es anónimo.

Cada día tiene lugar nueva manifestación de los peligros de las redes sociales. Ahora se trata del “trol”. Parece que bajo la protección del anonimato es posible (y cada vez más prevalente) robar datos personales, llamar escuadrones de emergencia, escribir comentarios burlones en páginas conmemorativas de Facebook, amenazar de violación y otra clase de violencia a personas que adoptan posturas que no te gustan (como Anita Sarkeesian, cuyo “crimen” fue señalar la misoginia presente en los juegos de video), escribir virulentos mensajes antisemitas (aparentemente tantos que el editor adjunto de Washington del New York Times se vio forzado a cerrar su cuenta de Twitter)… La lista de posibilidades y clases de ataques es virtualmente interminable.

Aunque algunos de estos provocadores (“troles”) sin duda son personas con graves trastornos de personalidad, en su mayoría se trata de personas “normales”. Cuando les preguntan por qué lo hicieron, la típica respuesta es: “En el momento me pareció divertido”. La invisibilidad de la acción les permite disociarse de las consecuencias. Ellos no ven a la otra persona, no ven el dolor, no ven la conmoción.

Cuando yo era pequeña, era popular hacer bromas por teléfono. Aunque no lo estoy justificando, era algo que no tenía consecuencias a largo plazo. Se trataba de un breve momento tonto. Podemos permitirles a los adolescentes realizar alguna broma inocente ocasional. Pero Internet permite cruzar la línea con aparente impunidad e inmunidad. Y esto los lleva a pasar los límites.

Hay una máxima famosa de Pirkei Avot que pondría fin a las burlas si las personas la recordaran y reflexionaran sobre ella. “Sabe que hay sobre ti un Ojo observador, un Oído atento y que todas tus acciones son registradas en un Libro” (Avot, 2:1).

El anonimato es sólo una ilusión. Es posible que tu vecino, tu esposa y tus hijos no sepan lo que haces. (Aunque a veces te descubren y es realmente vergonzoso, ¡o incluso criminal!). Pero Dios sí lo sabe.

Las consecuencias en este mundo pueden ser limitadas. Pero las consecuencias finales serán muy duras. Es muy difícil vivir con esta consciencia de forma constante. Pero si pensamos lo que está en juego, quizás nos detendremos antes de presionar “enviar”.

Es demasiado fácil causar daño en Internet. No hay ninguna autoridad que te detenga (excepto la Autoridad Mayor), no ocurre en tiempo real, nuestras víctimas no ven quienes somos y no pueden exigir retribución o venganza. Cuenta con todos los ingredientes para ser un “crimen perfecto”. Sin embargo, responda o no a las definiciones penales del sistema judicial, es un crimen contra los demás y contra uno mismo. Es endurecer nuestra alma y perder nuestra humanidad. Es intimidación, crueldad y cobardía, todo en uno.

Sí, es fácil. Sí, puede que nunca te atrapen. Pero no es inofensivo y hay un precio final que se paga. Por un breve momento, el provocador puede ser el foco de atención. Pero cuando se apaga la luz y queda solo en la oscuridad, tiene que preguntarse a sí mismo: “¿Esto es lo que realmente quiero ser? ¿Este es el legado que quiero dejar? ¿Esta es la forma que quiero que tenga mi eternidad?”. Preguntas muy buenas que todos debemos considerar.

Asegurémonos de no tener un “trol interno” y si lo tenemos, extirpémoslo antes de que sea demasiado tarde. Si bien la fama en Internet puede ser breve y desvanecerse, el Libro de Dios es eterno.

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