Un conductor de Uber que daba miedo

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Nos sentimos en peligro, pero no hicimos nada.

Como los conductores de Uber son simplemente seres humanos, cada viaje es tan variado como la raza humana. Desgraciadamente nuestro último conductor no ejemplificaba las cualidades sobre las que escribí en otra ocasión. Esta vez no aprendí de él, aprendí de mí. Hubo algunos indicios apenas llegó. Su baúl estaba lleno de “porquerías” y nos costó bastante poder colocar nuestras maletas. El asiento trasero estaba en un estado similar y fue todo un desafío encontrar lugar para sentarnos. No hubo un amigable “buenos días”, conversación ni ofrecimiento de agua. El aire acondicionado no funcionaba y si abríamos las ventanillas nos aturdía el ruido de la autopista. Pero nada de eso fue lo que realmente importó.

El problema real era que nuestro chofer de Uber en verdad no era un buen conductor. En primer lugar conducía de forma brusca, acelerando y frenando, un comienzo poco auspicioso para alguien como yo que sufre de nauseas a causa del movimiento, las cuales suelen presentarse en los momentos menos convenientes. Pero ese tampoco era el problema. En realidad parecía que él no sabía a dónde teníamos que llegar. En el mundo de hoy de Google maps y Waze, ese no debería ser un problema serio. Él tenía un Smartphone y contaba con alguna clase de aplicación de navegación. Pero su teléfono no estaba posicionado en el tablero de control y él no era capaz de confiar tan sólo en las instrucciones orales. Así que miraba constantemente hacia abajo para revisar las indicaciones. Y cuando digo “miraba constantemente” me refiero a que lo hacía una y otra y otra vez.

Yo no era la única que estaba preocupada por la situación. También mi esposo estaba nervioso y de inmediato comenzó a recitar la plegaria del viajero. Teníamos que viajar durante una hora y yo todo el tiempo le sugería a mi esposo (en voz baja, por supuesto) que escogiéramos un lugar en Trenton o Morristown o alguna otra pequeña ciudad en medio del camino y le pidiéramos que nos bajara allí. Consultamos nuestros propios iPhones, debatimos, nos aferramos nerviosamente a las puertas, rezamos… Y nos quedamos allí sentados. Hasta que finalmente llegamos al aeropuerto de Newark (¡nunca me alegró tanto llegar a destino!), elevamos otro rezo de agradecimiento y suspiramos aliviados.

A veces yo exagero por el bien de esta columna y para hacer que la historia suene más interesante (¡perdón a todos mis lectores!). Pero no esta vez. Fue realmente un viaje espantoso y estábamos completamente nerviosos.

Pensamos que nuestras vidas corrían peligro, sin embargo nos quedamos callados. ¿Por qué?

El problema fue que realmente no hicimos nada al respecto. No estoy desmereciendo el poder del rezo, pero ese era también un momento para la acción. No le pedimos que se detuviera o que nos dejara bajar antes. Nos sentimos incómodos, por lo que nos quedamos sentados en el auto durante toda esa experiencia realmente peligrosa en vez de plantarnos con firmeza. Al entender esto me preocupé. Nos mantuvimos pasivos, poco dispuestos a hacer valer nuestros derechos. Ni siquiera dijimos: “¿Le importaría no mirar todo el tiempo su teléfono o podría por favor mantener ambas manos en el volante?”. Aunque mi esposo buscó Google maps en su propio teléfono y puso el volumen al máximo…. Realmente pensamos que nuestras vidas estaban en riesgo, pero de todas maneras permanecimos callados.

Todavía sigo intentando procesar esta reacción. Todos aprendimos de los experimentos Milgram, en los cuales sorprendieron a los participantes supuestamente hasta el punto de la muerte porque ellos no estuvieron dispuestos a desafiar la autoridad del hombre del laboratorio con el delantal blanco. Nosotros ni siquiera estuvimos dispuestos a desafiar a nuestro conductor de Uber que no tenía ninguna autoridad sobre nosotros más allá de ser el que estaba en el asiento del conductor.

De todas maneras, a pesar de que él era quien conducía hubiera sido posible arrebatarle el control. Hubiéramos podido hacernos cargo. Hubiera sido posible insistir para que nos dejara bajar antes. Hubiera sido posible… Deberíamos haberlo hecho…

Me preocupa lo que esto revela sobre nosotros (¿demasiado amables?) y estoy tratando de planificar para el futuro. En Pésaj intentamos deshacernos de toda clase de esclavitud, las más difíciles son las psicológicas. Permitirme a mí misma tomar decisiones malas y peligrosas en vez de defender mis necesidades, en vez de crear una situación incómoda, sugiere un tipo de esclavitud, algo de lo que debo esforzarme por escapar. Tengo muchas cosas en las que trabajar este Pésaj y ahora acabo de agregar algo más a la lista. Sin importar la situación, necesito recordar que aún puedo ser la que está en el “asiento del conductor”. Como siempre le digo a mis alumnas: “No podemos controlar las situaciones en las que estamos, pero podemos controlar nuestras reacciones”. En este caso no solamente la reacción emocional sino también la forma de comportarme. Llegó el momento de practicar lo que predico.

Creo que me voy a quedar en casa y evitar viajar por un rato, con excepción de salir de Egipto…

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