La parada de autobús: Un mensaje para el Día del Padre

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El amor incondicional de mi padre me dio la seguridad de que sin importar que ocurriera, todo estaría bien.

Mis padres, el Rav Meshulam y la Rebetzin Esther Jungreis fueron el Rav y la Rebetzin de la única sinagoga ortodoxa en North Woodmere, Long Island en los años 60. Dado que no había una Ieshivá local, mis padres me enviaron a una Ieshivá en Queens.

En mi primer día, mi padre me acompañó a la parada de autobús a las 7:15 a.m. Me dijeron que no habría asientos en el autobús, así que llevé mi maletín para utilizarlo como asiento. Mientras esperaba el autobús, un palpable sentimiento de agitación y ansiedad me envolvieron. Finalmente había llegado el momento en el que estaba a punto de empezar esta nueva experiencia en una escuela con la que no estaba en lo absoluto familiarizado. Atemorizantes pensamientos corrían por mi mente a grandiosa velocidad. No conocía a nadie… escuela nueva… una nueva aventura.

Cuando el viejo autobús escolar amarillo se detuvo en la parada, me volteé para decirle adiós a mi padre con la mano. Mientras abordaba el autobús noté 60 ojos extraños observándome. Mis miedos continuaron sin cesar y necesitaba una última medida de seguridad. Me volteé una vez más para hacerle señas a mi padre y él me hizo señas de regreso. El bus comenzó a avanzar y yo comencé a llorar.

Mi padre me dijo que me asegurara de tomar el primer pupitre en la clase para sentarme justo frente al rebe. Entré en mi clase y me senté al frente. No conocía a ningún estudiante. Muy asustado, me senté ahí esperando que comenzara la clase.

Él se paró ahí e hizo señas con la mano a través de la ventana, articulando las palabras "todo estará bien".

El rebe entró, se sentó en su silla y tomó asistencia. Yo levanté la cabeza y miré hacia la derecha a través de una clara ventana de vidrio, ¡y ahí estaba él! la majestuosa aparición de mi padre no podía pasar desapercibida. Él se paró ahí e hizo señas con la mano a través de la ventana, articulando las palabras "todo estará bien".

Sin que yo supiera, mi padre me había visto llorar a través de la ventana del autobús y decidió seguir al autobús en su auto hacia mi nueva escuela. Él quería asegurarse de que yo había llegado bien y quería hacer todo lo posible para que mi primer día no fuera completamente traumático.

Mi padre era conocido como una persona muy amable: un hombre empapado en bondad cuyas palabras y forma de hablar reflejaban el resplandor de su amorosa alma. Él pasaba sus días y noches impartiendo apasionadamente grandes lecciones de Torá y espiritualidad auténtica a la comunidad de North Woodmere. La gran mayoría de estas personas no tenían educación judía formal o informal previa y no sabían prácticamente nada sobre su majestuosa herencia. Mi padre era también conocido por tener los hombros más anchos en el sentido metafórico de la palabra y todo aquel que llegaba a conocerlo lo veía como un pilar de compasión, consuelo, fuerza interior y seguridad. Debido a que él intuitivamente sentía el dolor de todos tan agudamente, las personas se veían naturalmente inclinadas a acercarse a él en momentos difíciles. Ellos sabían que él comprendería instintivamente sus problemas, sería empático con ellos y les daría el tipo de sabiduría y guía que los ayudaría a transitar por la carretera de la vida a menudo llena de baches.

Hay veces en la vida en las que necesitamos algo de consuelo; necesitamos que nos digan que todo estará bien. Ya sea en una crisis de salud, la pérdida de un ser querido, una disputa familiar, un hijo difícil o preocupaciones financieras, mi padre siempre estaba presente para calmar los muchos miedos que nos agarran a todos y para consolarnos con su cálida voz, amorosa sonrisa y palabras de sabiduría de Torá. Escuchar esas palabras, "todo estará bien" me proporcionó un inimaginable nivel de seguridad.

En los campamentos de verano, yo era muy afortunado ya que recibía la mayor cantidad de cartas. Abundantes cartas de todas formas y colores llegaban a diario; la mayoría de mi padre diciéndome cuánto me quería y me extrañaba. Su sensibilidad y su amoroso corazón le permitían acercarse a otros en los momentos de dolor y angustia. Él proveía tan fácilmente la requerida fe, esperanza y valor para enfrentar lo que sea que apareciera en el camino. Hasta este día, sus palabras de consuelo y consejo han dejado una impresión indeleble en los corazones y mentes de aquellos que aconsejó hace tantas décadas.

En el Día del Padre, recordemos el amor incondicional de nuestros padres. Y para aquellos de nosotros que no fuimos tan afortunados, recordemos a aquellas personas con quienes compartimos un lazo especial. Dediquemos tiempo a contemplar y apreciar toda la bondad que han hecho por nosotros. Y para aquellos de ustedes cuyos padres aún siguen con vida, tomen esta oportunidad para escribirles una nota expresando su sincero agradecimiento.

Le agradezco a Dios por haberme dado un padre quien no solamente me quiso a mí y a mis hermanos, sino que dedicó cada momento de su vida a su familia, a su comunidad y a su pueblo. Él no solamente impactó mi vida de forma inmensurable, sino que tocó profundamente las vidas de innumerables individuos. El motor en la vida de mi padre era un constante y duradero amor por cada persona y fue precisamente este amor el que llegó a definir su legado. Que la preciosa alma de mi padre esté destinada a la vida eterna y que su memoria y buenas acciones sean una bendición para todos nosotros.

En la querida memoria de HaRav Meshulam HaLevi Jungreis ben HaGaón HaRav Asher Anschel HaLevi Jungreis, zt"l.

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