Marido desechable

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Cómo el hecho de vivir en la era de lo desechable afecta nuestro matrimonio.

Una de nuestras primeras adquisiciones que hicimos después de comprar nuestra casa fue una pequeña isla portátil para la cocina. Después de ver varios modelos, encontré la indicada. La llevamos a casa, la ensamblamos, barnizamos la madera y pasamos una semana disfrutándola. Mirarla era suficiente para hacerme sonreír.

Pocos meses después, caminando por la sección de muebles de una tienda, la vi. Mi isla, pero mejor. Con funciones que ni siquiera se me había ocurrido buscar. Y lo sentí: arrepentimiento, remordimiento. Quizás debería haber esperado unos meses más para tener la isla perfecta.

Las deficiencias de mi isla comenzaron a molestarme; carencias que no estaban allí el día anterior. ¿Qué le pasó a mi amor por la isla?

Después de todo, todo lo que nuestra sociedad ofrece puede ser mejorado, e incluso si hubiese tenido esa isla más nueva, seguramente habría terminando viendo otra que sería más perfecta. La tecnología avanza con tal rapidez que un teléfono de punta es viejo seis meses después de su lanzamiento. Un automóvil nuevo pierde valor en el momento en que es retirado de la concesionaria y el modelo del año que viene tiene funciones nuevas para tentar a los clientes a cambiar sus automóviles.

Se nos dice que más nuevo es mejor; si no estás feliz con lo que tienes, compra uno nuevo. Problema resuelto, felicidad garantizada.

¿Cómo el hecho de vivir en esta era afecta nuestra perspectiva sobre el matrimonio?

Si un marido es como un “artefacto” más de la casa, una persona que simplemente cumplió con la lista de requisitos que hiciste cuando salías, resulta fácil compararlo con otros modelos que vemos. Recuerdo una vez que escuché que a una amiga que había trabajado duro en los preparativos de Iom Tov su esposo le dijo que fuera a comprarse lo que quisiera. Mi primera reacción fue, "¡Qué rabia! ¿Por qué mi esposo no hace eso por mí? ¡Debe ser que no me quiere!".

¡Y yo ni siquiera disfruto ir de compras! Me di cuenta lo fácil que me resultaba comparar mi matrimonio con otro y de lo nocivo que puede llegar a ser.

Todos caemos en la trampa de las comparaciones.

Quizás sea cuánto ayuda el esposo de otra en la casa, los regalos que le da o los gestos románticos que hace con ella. Todos caemos en la trampa de las comparaciones.

El Talmud enseña que 40 días antes del nacimiento de un niño, una voz celestial anuncia quién será su pareja. El hecho de que se decida en el cielo quién será nuestra pareja (literalmente) no significa que el camino vaya a ser fácil. Todo matrimonio requiere mucho esfuerzo y tendrá altos y bajos, pero por medio del trabajo conjunto se crea un lazo sagrado y se va materializando el potencial espiritual.

El judaísmo nos enseña a internalizar que nuestra pareja, con todos sus rasgos positivos y los no tan positivos, es exactamente con quien debemos estar (esto también es cierto para segundos matrimonios). Toda cualidad de nuestra pareja que nos presente un desafío es una oportunidad para trabajar en nuestra tolerancia, paciencia y compasión. Sé que tengo muchas cosas que trabajar, ¡y estoy agradecida de que mi esposo no busca una versión mejorada cada vez que me equivoco!

En lugar de estar constantemente buscando algo mejor, esfuérzate para cultivar la gratitud hacia tu marido. Una buena técnica es hacer una lista de todo lo que aprecias sobre él y repasarla con frecuencia. Otra técnica es alabarlo a menudo, incluso por cosas pequeñas como sacar la basura o comprar algo en el almacén.

Cuando comencé a ver a mi marido a través del lente del aprecio en lugar de verlo a través del lente de la crítica, la dinámica de nuestro matrimonio cambió por completo. Ahora somos más pacientes uno con el otro y nos resulta más fácil reír ante las muchas situaciones estresantes típicas de criar una familia y vivir la vida.

Hoy en día, cuando escucho sobre algo maravilloso que hizo el esposo de alguien, no me pongo celosa. Sé que mi marido es la persona ideal para mí y lo único de lo que me arrepiento respecto a mi matrimonio es de no haber detenido antes el juego de las comparaciones.

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