5 lecciones de vida que aprendí de mis hijas adolescentes

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Mis hijas adolescentes se fueron hace una semana de campamento y realmente las extraño muchísimo.

Este verano, nuestras dos hijas mayores viajaron a un campamento. Durante los primeros días me encantó pasar por sus cuartos y ver las camas perfectamente ordenadas y las alfombras aspiradas sin montones de ropa. No extrañé el ruido ni el desorden de los bocadillos que se preparan a medianoche mientras conversan por teléfono con sus amigas.

Aprecié que nadie se quejara diciendo: “no tengo nada para ponerme”, ni insistiera que: “a todas las demás las dejan tener esto, hacer eso, ir ahí”. Nadie me pedía usar mi auto para aprender a conducir ni me reclamaba un interminable suministro de dinero y viajes a la pizzería.

Esperaba con ansias disfrutar del verano con mis hijos menores, porque como suelen decir: “Niños pequeños, problemas pequeños. Niños grandes, problemas grandes”.

Pero después de una semana, aunque no quería admitirlo, realmente empecé a extrañar a mis adolescentes. Extrañé sus cuartos desordenados y las risitas tarde por la noche. Extrañé conversar con ellas al final del día. Extrañé sus constantes mensajes de texto y sus ruidosos grupos de amigas derritiendo queso sobre nachos en la mitad de la noche.

Pero más que nada, extrañé su presencia constante en mi vida y las invaluables lecciones que ellas me enseñan. Aquí hay cinco increíbles lecciones que he aprendido de mis hijas adolescentes.

  1. A veces come primero el postre. Las rutinas y los hábitos saludables son cruciales para nuestra vida diaria, pero de vez en cuando deberíamos comer helado antes de la cena. Comer el pastel de chocolate antes que la ensalada. Derretir mucho queso en nuestros nachos y quedarnos despiertas hasta tarde. Romper la rutina de vez en cuando trae a nuestra vida una dulzura inesperada y nuevas perspectivas.

  2. No des por sentada tu libertad. La mayoría de los adultos estamos tan atrapados por nuestras responsabilidades y obligaciones que olvidamos cuán preciada es nuestra libertad. Desde la perspectiva de mis adolescentes, el hecho de tener mi propio auto y saber conducirlo es básicamente “tenerlo todo”. Agrégale mi propia tarjeta de crédito y la posibilidad de usarla como yo quiera y, prácticamente, me he ganado la lotería. Hay una razón por la cual la mayoría de los adolescentes no tienen estos privilegios hasta que son adultos, pero ellas me enseñan cada día que no debo dar por obvias mis “libertades” rutinarias.

  3. Las buenas amigas son el secreto para la felicidad. No conozco a nadie que valore a sus amigas tanto como lo hacen mis hijas adolescentes. Hablan con ellas todo el día (y a veces toda la noche). Comparten secretos, ropa y sus filosofías sobre la vida. Van juntas de compras, van al mismo campamento y se compadecen mutuamente. Su feroz lealtad y amor por sus amigas me enseña el irremplazable valor de escuchar, dar y compartir nuestras vidas con otros.

  4. Valora la singularidad de cada individuo. A los adolescentes no les gusta el conformismo y de forma natural ellos van en contra del status quo. En cierta medida esta tendencia se debe tan sólo a su etapa de desarrollo, pero parte de ella también nace de un auténtico sentido de apreciación de la personalidad única de cada individuo y perspectiva. No tenemos que entender o estar de acuerdo con cada elección o idea, pero los adolescentes nos recuerdan que debemos respetar las ideas de los demás como perspectivas singulares del mundo. Puede ser que todos miremos exactamente la misma cosa, pero cada uno la ve con sus propios ojos, un lente diferente al de todos los demás.

  5. Atesora cada momento. Cuando nuestros recién nacidos no duermen en toda la noche, cuando nuestros niños vacían los muebles de la cocina, cuando nuestros adolescentes vuelven a casa mucho más tarde de lo convenido, a veces cometemos el error de desear que el tiempo pase rápidamente. Ansiamos que crezcan para poder dormir nuevamente toda la noche, para que nadie se queje ni desordene la casa… Pero un día extrañaremos todo eso. De la misma manera en que extrañamos la sonrisa con hoyuelos de nuestro bebé y las manos regordetas de nuestros hijos buscando las nuestras, algún día extrañaremos los bocadillos de medianoche y las risas despreocupadas de nuestros adolescentes. Valora el presente. Siempre pasa demasiado rápido.

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