El antídoto para nuestra generación que siente que merece recibir todo

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Sucot es la festividad que necesitan las familias judías.

En una carta a los padres de una adinerada escuela privada de Nueva York, el director de la institución describe cómo la escuela se convirtió en una peligrosa incubadora de indulgencia, donde las ostentosas manifestaciones de “me merezco todo” se dejan pasar sin cuestionamientos. Él escribió sobre: “familias consumistas que llenan de regalos a los maestros y a la escuela… únicamente en beneficio de los intereses personales de sus hijos”. Él advierte a los padres que están educando a niños que son “una elite cognitiva egoísta, insensible y espiritualmente estéril”.

Los padres a menudo impulsan los objetivos académicos de sus hijos a expensas de sus almas. El respeto se ha descuidado a medida que los niños adquieren más, consumen más y desean más. ¿Pero a qué precio seguimos dando sin exigir nada a cambio?

Los padres están focalizados en los cupos universitarios, las pasantías y los logros. Las actividades extraescolares y las clases particulares consumen hasta la noche. ¿Cuándo fue la última vez que esos mismos padres exigieron preocuparse por otro, responsabilidad comunitaria, activismo y trabajo caritativo que exija un poco de sacrificio?

¿Cuál es nuestro mensaje respecto a las prioridades? ¿En dónde queda la espiritualidad?

El judaísmo enseña que todos somos responsables por los demás; somos partes de un mismo cuerpo. Si tú sientes dolor, entonces yo también me siento mal. Si fui dotado con proezas atléticas, popularidad, inteligencia o recursos económicos, debo tener consciencia de que estos son regalos Divinos. La pregunta que enfrento es: ¿Qué voy a hacer con estos dones para mejorar mi mundo? ¿O se trata simplemente de obtener premios, trofeos y marcas?

No podemos separar los valores del aprendizaje. Necesitamos reevaluar cómo estamos nutriendo las almas de nuestros hijos. ¿Podemos dedicar tanto esfuerzo a su carácter como invertimos en sus objetivos académicos? ¿Nos tomamos el tiempo de enfocarnos en los valores? ¿Cómo podemos infundir fe en nuestros hijos?

No podemos mantenernos tranquilos mientras siguen sintiendo que se merecen todo y crece su apetito por lo material. La festividad de Sucot trae inspiración para las familias judías que necesitan desesperadamente llegar a los corazones de sus hijos.

La lección de la sucá resuena. La mayoría de las personas se sienten seguras al vivir en la comodidad de sus propios hogares. Cuando todo nos resulta conocido y nos sentamos en las habitaciones de nuestra casa, no nos sentimos vulnerables.

Durante Sucot nos aferramos al refugio de la fe. Salimos de las murallas de nuestro hogar y nos sentamos debajo de las estrellas. Cada vez que entramos a la sucá, declaramos nuestra confianza en Dios. Dejamos todo lo que nos resulta conocido y habitamos en residencias temporarias para no volvernos arrogantes y encontrar toda nuestra felicidad dentro de nuestros bienes materiales. Nos sentimos protegidos en el santuario de la presencia Divina.

Esta es la seguridad genuina. Saber que no se trata de riqueza, nombres de marcas, premios o tecnología. Todo lo que importa en la vida está ahí mismo, en nuestra sucá debajo del cielo abierto. Nuestra familia, nuestros seres amados, tiempo para compartir juntos, todo dentro de los muros de esta cabaña temporaria.

La sucá nos permite transmitir esta creencia capaz de cambiar la vida a la siguiente generación. Se nos pide que dejemos de prestar atención a los confines de lo material y que experimentemos una profunda alegría. Para comprender que a pesar de nuestros más abnegados esfuerzos no podemos garantizar nada en la vida.

En un mundo donde los niños constantemente desean adquirir más, donde las lentes por lo general están focalizadas en nosotros mismos y muy rara vez en los demás, Sucot nos provee una experiencia tangible para conectarnos con la espiritualidad y su Creador, la Fuente de la verdadera seguridad.

Lleva la sucá a tu hogar. Bajo la protección de las alas de la Divinidad, muéstrales a tus hijos la dicha duradera de nuestra fe.

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