El consejo para padres de Rabí Akiva

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El secreto es el suave y delicado goteo de agua.

Como un suave y delicado goteo de agua. Así es como debe hablar un padre. Como un goteo lento y constante. Piensa en el niño como si fuera una planta. Hay diferentes maneras de regar las plantas. Puedes regarlas con aspersores de agua —un diluvio giratorio—, o puedes conservar tu energía y trabajar suavemente en las raíces mediante un sistema de cañerías más conocido como "riego por goteo", el cual fue inventado aquí en Israel. De la misma forma, tú puedes regar a tus hijos.

Y un día ellos crecerán en la dirección en la que los has guiado.

Aprendí este concepto de paternidad suave y delicada recientemente, cuando una mujer me dijo algo muy importante, algo que me gustaría haber sabido cuando mis hijos eran pequeños, pero que sigue siendo relevante para educar niños mayores:

“Repítelo una y otra vez. Sea lo que sea. Ad nauseum. Tan sólo sigue repitiéndolo. No es necesario que los niños lo acepten en ese mismo instante. O que lo pongan en práctica. Ni siquiera tienen que escucharte. Pero si sigues repitiéndolo, con el tiempo la idea se infiltrará en ellos. Tal vez ocurra cuando tengan 20 años. Pero finalmente, escucharán tu voz”.

Al fin y al cabo, ¿no es eso la definición de un padre? Una voz en el interior de su hijo.

Piensa en nuestra religión, en cómo repetimos las mismas cosas una y otra vez… la porción semanal de la Torá, las plegarias. Nuestra esperanza es que algún día esas palabras entren en nuestro corazón, nos definan, nos cambien, poco a poco.

Después de todo, Dios creó el mundo con palabras. Y no tuvo que gritar para crearlo. El Zohar dice que Él susurró.

Este método suave y delicado alivia gran parte de la presión que sienten los padres. Los padres no tienen por qué buscar salirse con la suya. Sólo tienen que definir un camino, describirlo, articularlo y conocerlo, y con el simple hecho de pronunciarlo con palabras estarán plantando una semilla en el niño que puede conducir a un crecimiento futuro.

Generalmente pensamos que una reacción debe ser instantánea: obediencia rápida, entendimiento veloz. Pero los niños no están construidos para ofrecer una respuesta rápida ante sus padres. ¿Con qué frecuencia no responden, o al menos no lo hacen de la manera que ustedes desearían?

Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños y yo les pedía que dejaran de gritar. Les pedía de nuevo. Les ordenaba que dejaran de gritar. Y entonces, yo les gritaba: “¡Deeeejen de gritaaaar!”. Me volvía loca. Yo era la “mamá loca”.

Pero a medida que las madres crecemos, también aprendemos. No hay necesidad de forzar las cosas. Aprendí esta lección de una manera muy dolorosa. Mi hijo fue asesinado cuando tenía 13 años. Antes de que lo mataran, yo solía forzar las cosas con mis hijos. Quería que ellos hicieran lo que yo quería que hicieran. Ahora. No en un rato más. No mañana.

Pero perder a un hijo te hace reevaluar tus prioridades. Te hace reevaluar todo. Ya no esperas que las cosas sean a tu manera. Simplemente ya no te enfocas en qué resultado esperar. Sabes que a pesar de que hagas tu mejor esfuerzo, igualmente puede pasar lo peor. Lo único que puedes hacer es intentarlo.

Así que ahora cuando escucho a algunos padres gritarles a sus hijos, quedo un poco sorprendida. Yo solía embarcarme en grandes luchas de poder con mis hijos. Quería que limpiaran sus habitaciones, hicieran su tarea, se cepillaran los dientes, se sentaran en la mesa y se acostaran a una hora apropiada; quería que me obedecieran. Después de la muerte de mi hijo, fue evidente para mí que el control que pensé que tenía era completamente ilusorio. No tengo ningún tipo de poder. Ahora estaba feliz con el puro hecho de que estuvieran vivos. Los apreciaba verdaderamente. Tan sólo quería estar con ellos, no necesitaba que me hicieran caso.

Es increíble que las luchas de poder se hayan acabado. Ahora, es raro que yo entre en una lucha de poder con alguno de mis hijos. Sí, de vez en cuando pierdo, pero ya no tengo por qué estar en lo cierto o imponer mi voluntad. Puedo ser como el agua que gotea sobre una roca. El gran sabio y erudito Rabí Akiva —un hombre que estudió por primera vez la Torá a los 40 años y que no tenía la confianza suficiente de que sería capaz de entenderla—, observó una vez cómo un goteo de agua había perforado una roca. Él pensó que si el agua podía ahuecar una roca, entonces las palabras de la Torá (que se comparan con el agua) también podían penetrar su corazón.

Nuestras palabras son como el agua y a veces nuestros hijos son como rocas. Sin embargo, uno puede esculpir una roca. Sobre todo si están dispuestos a esperar.

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