Para criar hijos felices debes dejarlos estar tristes

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No equipares la felicidad de tu hijo con ser un buen padre.

Cuando yo era pequeña, era una niña bastante feliz. No me enojaba muy seguido, pero cuando lo hacía, lo único que quería era que me dejaran tranquila. Recuerdo a mis padres, maestros y amigos tratando de subirme el ánimo. Tanto adultos como niños invertían mucho esfuerzo en tratar de alejar los malos sentimientos. Decían algo chistoso para hacerme reír y luego decían: "¡Ahí veo una sonrisa! Ya te estás sintiendo mejor".

También intentaban explicarme por qué debería estar feliz. "Más tarde vamos a comer pudín de chocolate en la cena, así que no deberías estar tan enojada". Me molestaba profundamente, y me hacía sentir culpable. Me sentía infeliz y lo único que quería era quedarme tirada. Sabía que no me tomaría mucho tiempo levantarme, pero quería hacerlo a mi propio ritmo. Mirando hacia atrás, nunca pude entender por qué la gente simplemente no me dejaba estar triste.

La mayoría de los niños sienten resentimiento cuando sus padres trabajan tan duro para que ellos estén felices. Es frustrante tener que sentirte bien cuando te sientes mal, especialmente con las personas con las que tienes más confianza. Los niños también pueden sentirse confundidos sobre sus emociones. Pueden pensar, “Debe haber algo mal con la forma en la que me siento si mis padres no quieren que me sienta así”.

Los niños también añoran tener independencia. Eso incluye estar a cargo de sus sentimientos y estado de ánimo. Cuando los padres tratan de imponer cuál debiera ser el estado de ánimo del niño, incluso si tienen la mejor de las intenciones, eso interfiere con la necesidad de autonomía del niño. Eso puede frustrarlo y terminar por generar una traba entre padres e hijo.

Entonces, ¿por qué los padres hacen esto? Porque en lo profundo de nuestro ser pensamos que nuestro trabajo es mantener a nuestros hijos felices todo el tiempo y protegerlos de las vicisitudes de la vida. También tendemos a igualar la felicidad de nuestros hijos con ser un buen padre. Cuando partimos de esa base, nos involucramos en los malos sentimientos de nuestros hijos. No podemos aguantar ver a nuestros hijos angustiados o descorazonados.

A veces nos esforzamos tanto por hacer que nuestros hijos estén contentos que nos cuesta aceptar sus sentimientos. Nos olvidamos que ellos no tienen la perspectiva de un adulto. Podemos pensar que no tienen que desanimarse si perdieron un partido de fútbol, porque tienen muchos años y cientos de partidos por delante. No deberían sentirse heridos porque su mejor amigo fue malo con ellos, porque mañana ni siquiera recordarán que se pelearon. Si tan sólo nos escucharan, siempre estarían sonriendo y contentos. ¡Nunca más tendrían un mal día!

Pero hemos perdido el foco. Todos tienen altos y bajos, buenos estados de ánimo y malos estados de ánimo. Es parte de la condición humana. Nuestro trabajo como padres no es hacer que estén felices todo el tiempo, sino enseñarles formas de ayudarse a sí mismos para manejar los inevitables altos y bajos de la vida. Deben aprender mediante prueba y error a no sufrir por las pequeñeces. Deben experimentar la rabia y la frustración sin una buena razón, que se les rompa el monopatín, perder un partido y el error que hizo la pastelería cuando envió una tarta de cumpleaños de vainilla en lugar de una de chocolate. Esto les dará las herramientas que necesitan para manejar los problemas cotidianos de la vida: estar gruñones sin una buena razón, el auto que no quiere funcionar, perder las llaves y cuando las gorras azules que ordenaste para tu cliente misteriosamente son rojas.

Los niños tienen que aprender a encontrar sus propias formas de relacionarse con los altibajos y de buscar la felicidad y satisfacción en la vida. No dejarlos estar tristes les roba esa oportunidad. Darles un espacio para vivir los momentos difíciles les provee a tus hijos lecciones valorables sobre cómo manejar los desafíos de la vida con determinación.

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