Reglas básicas de educación

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Educar niños es complicado. Aquí hay algunos principios cruciales que hay que tener en mente.

Cuando mis hijas me preguntan si deberían tomar clases para el parto, yo les respondo que el parto se reduce a dos simples opciones – respirar o gritar. Éste es un consejo que en realidad aplica a toda la experiencia de criar hijos.

Adicionalmente, hay algunos principios básicos que son consistentes en todas las edades, etapas y momentos. El primero es que necesitamos rezar constantemente. La educación de los hijos es un trabajo duro. Si no reconoces eso, ¡entonces debes ser un padre muy reciente! Necesitamos la ayuda de Dios en cada paso del camino.

El segundo es que los niños no son pizarras en blanco. Ellos vienen con su propia personalidad e impulsos, con fortalezas y debilidades. Nuestro trabajo es ayudar a afinar con precisión sus cualidades, darles foco, asistirlos en sacar el mejor provecho de sus fortalezas y canalizar sus debilidades en una dirección positiva. No tenemos que empezar de cero y decidir quién y qué queremos que ellos sean.

Tercero, la meta es crear adultos exitosos. Pese a que la definición de éxito es toda una discusión en sí misma, el punto principal es que queremos mantener nuestros ojos en la pelota, enfocados en el juego final y no en este momento en particular. Esto puede significar permitirle a un niño hacer un berrinche enorme en medio del supermercado en vez de satisfacer sus demandas. Puede que requiera soportar miradas incómodas y suposiciones de otros clientes. Pero tú sabes que, finalmente, el no ceder ayudará a crear un adulto más sano, uno con expectativas realistas y sin una sensación de derecho.

Con estos fundamentos en mente, ahora podemos elaborar sobre algunos postulados básicos respecto a la educación de los hijos.

1. Educa a cada niño de acuerdo a su forma particular de ser. Estas palabras, dichas por el Rey Salomón, quien fue el más sabio de los hombres, tienen muchas implicaciones importantes. Nos enseñan que cada niño es diferente y tiene diferentes necesidades. No hay una educación estándar para todos. Debemos apreciar y responder a esas diferencias. Apreciar puede significar que si tú tienes una personalidad alegre y extrovertida que disfruta de una buena fiesta, y tu hija es tranquila y prefiere estar sola, deberías respetar sus deseos. Ella no debería asumir que hay un problema con su personalidad ni debiese tratar de ser más como tú. No trates de convertirla en algo o en alguien que ella no es.

2. Nuestros hijos no son una oportunidad para cumplir nuestros sueños frustrados. Ellos no están aquí para ser el pianista, la bailarina o el poeta que nuestros padres nos dijeron que nosotros no podíamos ser. No es apropiado de ninguna forma vivir indirectamente a través de ellos – de su educación, sus amigos, sus intereses y experiencias. Cualquiera de estas actitudes pone una excesiva carga en sus hombros (¿cómo pueden ellos llegar a ser todo lo que tú siempre quisiste ser?), los confunde en cuanto a sus responsabilidades (¿qué hay de sus propias metas y deseos?) y distorsiona la relación padre-hijo (¿por qué mi mamá parece un poco demasiado ansiosa por escuchar sobre esa fiesta?).

3. Con cada niño adicional, la dinámica familiar cambia. Un hermano menor no crece en la misma familia que un hermano mayor. No hay dos niños que sean en realidad de la "misma" familia. Debemos estar atentos a cómo se manifiesta esto. ¿No estamos disciplinando suficiente porque nos hemos cansado? ¿Estamos apoyándonos demasiado en los hermanos mayores para educar a los menores? O al contrario, ¿somos demasiado indulgentes (¡como parecen creer todos los otros hijos!) con los bebés de la familia?

4. Debemos hacer un esfuerzo por descubrir y entender los dones únicos de cada niño, y consecuentemente debemos buscar activamente formas de desarrollar estos dones y de alabar a nuestros hijos cuando los usan bien. En algunos de nuestros hijos, estos talentos pueden estar bien escondidos. Debemos buscarlos y descubrirlos. Debemos ayudar a pulirlos y refinarlos. Particularmente cuando nuestros hijos tienen buenas cualidades que no son reconocidas por los demás, es nuestra labor ayudarlos a apreciar cuán especiales son. (Advertencia: dado que el movimiento de autoestima insiste en decirles a los niños que ellos son especiales sin haber una razón especial, debemos asegurarnos de conectar nuestras alabanzas con algo real sobre nuestro hijo).

5. Nosotros somos los padres de nuestros hijos, no sus amigos. Esto también tiene unas cuantas implicaciones. Debemos mantener nuestros valores sólidos y fuertes. No podemos permitirnos ser abofeteados por las constantemente cambiantes costumbres del mundo a nuestro alrededor. Nuestros hijos necesitan saber dónde pueden encontrarnos. Ellos necesitan ser capaces de confiar en nosotros. Nuestras metas y convicciones deberían ser una constante segura en sus vidas. Nunca olvidaré cuando un grupo de niños de secundaria (que disfrutaban de un poco de consumo de alcohol en su tiempo libre) me dijeron cuánto les molestaba que sus padres se emborracharan. Ellos (obviamente) no se oponían a que bebiesen. Pero sin embargo, estaban profundamente afligidos de ver a las figuras que representaban estabilidad en sus vidas tan fuera de control.

Un aspecto adicional de esto es que debemos enseñarles a nuestros hijos a respetarnos tanto a nosotros como a otros adultos. Debemos tener una política de tolerancia cero para la jutzpá, incluso desde una edad muy temprana. Nuestros hijos no pueden vernos riendo cuando ellos llaman a sus padres por su nombre. Y hablando de esto, mis fieles lectores saben que me parece muy importante que los niños se dirijan a los adultos utilizando sus títulos respectivos – Sr. Sra. Doctor. Rabino. Los amigos de sus padres no son sus pares.

Incluido aquí estaría el enseñarle a nuestros hijos a no interrumpir. Los niños (y algunos adultos) creen que ellos son el centro del mundo. Nuestra labor es enseñarles lo contrario (amablemente). Una estrategia crucial es insistir que esperen para hablar hasta que hayamos terminado (esto se aplica particularmente por teléfono, en donde a menos que sea, Dios no lo quiera, una emergencia, ¡yo realmente no quiero esperar en silencio al otro lado de la línea mientras tú mantienes una prologada discusión con tu hijo de 3 años sobre sus diferentes opciones de refrigerio!).

6. Parece haber una competencia en el mundo de hoy sobre qué grupo étnico genera los mejores padres. ¿Son las madres chinas? ¿Son las francesas? Ha sido sugerido (por Pamela Druckerman en el libro "Bringing up Bebe: One American Mother Discovers the Wisdom of French Parenting") que las madres francesas son buenas para ignorar a sus hijos en el parque y mantener conversaciones adultas. ¡Por supuesto que puedes cuestionarte por qué ésta es una habilidad digna de ser cultivada!

Yo ciertamente creo que los niños deberían tener tiempo libre en el parque sin sus padres merodeando, pero me adscribo a la teoría de negligencia benigna (como opuesto al estilo francés ¡que suena como simple negligencia!). Los niños necesitan aprender a ser creativos y entretenerse solos. Ellos necesitan tiempo sin estructura y momentos libres. Sin embargo, simultáneamente, necesitan saber que estamos ahí si nos necesitan. Debemos estar prestando atención – desde una distancia prudente. Debemos salirnos del camino para que ellos puedan prosperar y crecer, pero aún así debemos estar listos para agarrarlos cuando se caigan. Incluso aunque creo que a los niños hay que enseñarles a no interrumpir conversaciones adultas, pienso que el verdadero secreto es ¡esperar para tener esas conversaciones cuando tus hijos estén durmiendo!

Educar niños es complicado. Las teorías son fáciles, pero la realidad es mucho más compleja. Surgen nuevas situaciones en cada momento. No hay respuestas mágicas; solamente ayuda tener un marco desde donde ver estos desafíos. También es de gran ayuda el tener una buena noche de sueño.

Y sobre todo, ayuda el reconocer que pese a que es verdad que debemos hacer un esfuerzo, y que éste puede a veces (está bien, siempre) ser abrumador, el resto está en realidad en las manos de Dios. Debemos hacer nuestro trabajo, pero no el de Él.

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