Fruta y la esencia de la humanidad

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Las frutas y los seres humanos tienen una esencia similar: ambos revelan sólo una fracción de su potencial oculto.

Tu B’Shvat, el año nuevo de los árboles, es un tiempo de gran festividad. Pero, ¿por qué? No encontramos una celebración de este tipo en el año nuevo de los vegetales ni de los granos. ¿Qué es tan especial sobre la fruta?

Encontramos una distinción entre la fruta y los granos al comienzo de la Torá. En la utopía del Jardín del Edén, a Adam se le ordenó que su dieta consistiría sólo de frutas:

“Y el Señor, Dios, le ordenó al hombre, diciendo: Comerás de todo árbol del jardín” (Génesis 2:16).

Cuando Adam pecó y cayó de su elevada estatura espiritual, su dieta también cayó a un status menor:

“Y al hombre dijo… maldito será el suelo a causa de ti, con dolor comerás de él todos los días de tu vida. Espinos y cardos producirá para ti, y comerás la hierba del campo” (Génesis, 3:17-18).

Los frutos del árbol ya no sustentarían al hombre. Ahora debía alimentarse de las hierbas del campo – trigo, cebada y otros granos y vegetales. Al escuchar esto, Adam se angustió mucho:

“Cuando Dios le dijo a Adam: Espinos y cardos producirá para ti… sus ojos se llenaron de lágrimas, y dijo: ¡Señor del Universo! ¡Mi burro y yo comeremos de una misma bandeja!” (Talmud, Pesajim 118a).

En la transición de una dieta de frutas a una de granos, Adam percibió que había caído a un status que se acercaba al de un animal. Analicemos esta diferencia con un poco más de profundidad.

Más de lo que el Ojo Ve

El hombre es llamado “adam” porque fue formado de la adamá, “tierra” en hebreo. Esto parece ser bastante lógico, ¡hasta que nos damos cuenta que los gatos y los perros y los ornitorrincos también fueron formados de ella! Todas las criaturas fueron formadas de la adamá - ¿por qué entonces el hombre es el único que recibe el nombre de Adam?

El Maharal explica que hay una similitud conceptual entre el hombre y la tierra. Piensa en un terreno. Parece aburrido, sin vida. Uno puede excavar y no encontrará nada más excitante que tierra. Pero si uno espera y mira, atestiguará un fenómeno increíble. Crecerán, aparentemente de la nada, plantas y flores. Incluso pueden crecer árboles inmensos - ¿y de dónde vienen todas estas cosas? La tierra tiene un potencial tremendo, mucho más de lo que el ojo puede ver.

Pensemos ahora en los animales. La Torá llama a los animales behemá. Esta palabra está compuesta por las palabras “ba ma”, que significa “¿qué es?” o “lo que es, está en él” – en otras palabras, “lo que ves es lo que hay”. Lo que ves en un animal – su piel, ojos, miembros y pelo – es todo lo que hay en él. Un hipopótamo no tiene profundidades ocultas.

Pero el hombre tiene la habilidad de desarrollar su intelecto y realizar actos de naturaleza realmente altruista. Puede involucrarse en el crecimiento espiritual, transformándose en un ser cada vez mejor. En el hombre hay muchísimo más que lo que el ojo puede apreciar. Es por eso que su nombre viene de la tierra. El hombre y la tierra comparten la característica de tener un inmenso potencial oculto.

Si contrastamos las frutas con los granos y los vegetales, podemos ver la misma diferencia esencial. Cuando los granos y los vegetales han crecido, la planta entera se corta y es consumida. Obtienes lo que ves. Después de ser consumida, no queda nada. Nunca está la posibilidad de producir más a partir de esa planta.

Un árbol frutal es diferente. Lo que ves es sólo una pequeña fracción de lo que obtienes. Porque incluso cuando se ha consumido toda la fruta, el árbol conserva un vasto potencial. Tiene la capacidad de producir más y más fruta, por muchas generaciones.

Originalmente, Adam estaba en el nivel de comer fruta. Era una gran reserva de potencial que estaba esperando ser materializado. Pero cuando pecó, descendió hasta un nivel apenas superior al de un animal. Un animal es sólo lo que se ve. No posee un gran potencial que puede ser utilizado en una creativa expresión espiritual. Por lo tanto, subsiste en base a una dieta de granos y vegetales, que tampoco tienen potencial para un desarrollo ulterior. De la misma forma, la capacidad de Adam para el crecimiento espiritual se redujo enormemente.

De la Tierra al Cielo

La diferencia conceptual entre las frutas y los vegetales también se expresa en sus diferentes aspectos. Los árboles frutales son altos, elevándose desde la tierra hacia el cielo. Representan la lucha por el crecimiento espiritual y un potencial que desea expresión. Por el otro lado, los granos y los vegetales yacen en el suelo, representan la baja materialidad y la carencia de un deseo de elevación.

“Adam llegó desde la tierra al Cielo… pero cuando pecó, Dios puso Su mano sobre él y lo disminuyó…” (Talmud, Sanedrín 38b).

Este pasaje talmúdico habla en términos metafóricos que ahora podemos entender. Originalmente, Adam se elevaba hacia el cielo al igual que los árboles frutales, expresando un inmenso potencial para el crecimiento. Pero después de que la serpiente lo hizo pecar, este potencial se redujo drásticamente. La serpiente misma, que ideó el pecado, dejó de ser una criatura que camina erguida, asemejándose al árbol, y pasó a ser una criatura que repta en el polvo, asemejándose a los granos y a los vegetales. El hombre, a diferencia de otros animales, todavía camina erguido. A pesar de que su grandeza fue reducida, todavía tiene el potencial para crecer, e incluso para recuperar su estatura original.

El Burro Egipcio

En el llanto de desesperanza de Adam, él lamentó que ahora debía comer lo mismo que su burro. El burro, en hebreo, es llamado jamor, una palabra que surge de la palabra jomer, que significa “materia”. El burro es la criatura más “material”. Es una bestia simple, motivada sólo por sus deseos físicos. Adam se dio cuenta que el cambio en su dieta demostraba una caída a ese nivel.

Interesantemente, el burro está ligado a una nación en particular: “En la tierra de Egipto… cuya carne es como la de los burros…” (Iejezkel 23:19.20).

Egipto era una nación sumida en los deseos materiales, y por lo tanto era representada por el burro. Carecía de toda capacidad para el crecimiento espiritual, y no sorprende que el pueblo judío la haya recordado como una tierra de vegetales:

“Recordamos el pescado que comimos gratis en Egipto, los pepinos, y los melones, y el puerro, y las cebollas, y el ajo…” (Números 11:5).

Los vegetales, que no poseen nada del vasto potencial de los árboles frutales, expresan la esencia de Egipto. Y por eso Egipto es descrito de esta forma cuando es contrastado con la Tierra de Israel:

“Porque la tierra a la que están entrando para poseerla no es como la tierra de Egipto que han dejado, en donde sembraron sus semillas y las regaron caminando [para traer agua del Nilo], como un jardín de vegetales (Deuteronomio 11:10-12).

El mismo nombre de Egipto, Mitzraim, está basado en la palabra meitzar, “restricción”, refiriéndose a su capacidad limitada para el crecimiento y la falta de potencial espiritual.

El invierno es el período de “exilio” del año. Pero esta parte del invierno está particularmente conectada con el exilio en Egipto. Esto es expresado por las lecturas semanales de la Torá de esta época, que hablan sobre nuestro exilio en Egipto. Entonces, estamos conceptualmente en una etapa “vegetal”, que restringe el crecimiento espiritual. Es por eso que el año nuevo de los árboles frutales, con toda su significancia espiritual, es una causa de gran celebración.

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