Amar es una elección

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¿Cómo dejar de tratar a los judíos como si fueran enemigos?

El otro día, cuando me detuve en la gasolinera para inflar la rueda de mi auto —que se estaba desinflando rápidamente— vi que alguien estaba utilizando la manguera para inflar las ruedas de su bicicleta.

Mis hijos estaban en el auto, estábamos tarde para la fiesta de cumpleaños de mi propia hija y… dejé salir un ‘oy vey’ lleno de molestia. Mis niños advirtieron mi ánimo y dijeron sus propios ‘oy veys’ un par de veces mientras yo salía del auto.

Sabes que hay una manera de acercarse demasiado a alguien —quizás suspirando con fuerza— para indicarle que quieres que se apuren… Bueno, no estoy orgullosa de admitir haberlo hecho, pero invadí su espacio personal y fui impaciente. Me paré detrás de él, puse mis manos en la cintura y exhalé, con fuerza.

Advirtiendo mi rudeza, el hombre se dio vuelta y dijo que le tomaría unos cuantos minutos más. Miré mi reloj: la fiesta de mi hija debía comenzar en veinte minutos. Continué exhalando.

Luego el hombre de la bicicleta y yo nos reconocimos. Su esposa es amiga mía. He comido en su casa varias veces y él ha comido en la mía. De hecho, ¡su esposa y yo habíamos estado juntas en un evento comunitario esa misma mañana!

De repente, estábamos los dos sonriendo. Di un par de pasos hacia atrás y quité mis manos de las caderas. Nuestro vecino dejó de inflar las ruedas de su bicicleta y ofreció inflar las de mi auto. “Ven más tarde y parcharé tu rueda”, dijo. “Gracias. Ustedes tienen que venir a cenar para Shabat”, dije con calidez.

¿Por qué mi primer instinto fue verlo como un enemigo por una molestia menor?

Unos minutos después, con mi rueda llena de aire y nuestra agenda un poquito más apretada, salí. Lejos de sentirme satisfecha, me sentí un absoluto fracaso.

¿Por qué hizo falta que nos reconociéramos mutuamente para ser amables? Él era un ser humano que no estaba haciendo nada malo, era otro judío. ¿Por qué mi primer instinto fue verlo como un enemigo por una molestia menor y expresarlo delante de mis hijos dándoles ese ejemplo? ¿En dónde estuvo mi humanismo, mi generosidad? Me perturbó advertir que la línea divisoria entre tratar a otra persona con rudeza y tratarla como un amigo pareciera ser tan fina.

La Torá ordena “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). El famoso sabio judío Rabí Akiva destacó este mandamiento, llamándolo un principio fundamental de la Torá. Acababa de ver un ejemplo del poder central de esta mitzvá: un mundo en el que la gente va un poquito más allá para ayudar al prójimo; un mundo en el que se levantan para ayudarse entre sí, para invitarlos a la casa, para hacer que se sientan amados, valorados y seguros.

También había visto, en mi breve interacción con nuestro vecino, lo opuesto: un mundo en el que las personas son reacias a ayudar, en el que no ceden de su tiempo, en el que se centran en sí mismas.

La tradición judía nos enseña que nuestro Sagrado Templo de Jerusalem, el lugar en donde todos los judíos rezaban juntos en la antigüedad, fue destruido hace dos mil años por esta misma actitud: porque nos rehusamos a estar juntos, no nos ayudamos unos a otros, porque nos permitimos sentir sinat jinam, ‘odio infundado’ hacia nuestros hermanos judíos.

Esta actitud también puede cambiar en un momento. Podemos hacer el esfuerzo supremo para relacionarnos, incluso con personas que no conocemos, con la misma calidez e interés que les mostramos a nuestros amigos y, de paso, ayudar a reconstruir el Templo.

En este momento estamos atravesando el período llamado las Tres Semanas. Este período distintivo en el calendario judío conmemora el comienzo del sitio impuesto sobre Jerusalem por los romanos y la destrucción del Templo veinte días después; es una época para esforzarnos para amar a nuestros hermanos judíos y erradicar el malintencionado sinat jinam, ‘odio infundado’. Aquí hay cinco estrategias para comenzar a conectarnos con la gente que nos rodea.

1. ¡Sonríe! El sabio judío Shamai acostumbraba aconsejar: “Recibe a todos con una sonrisa”. Saludar a los demás con un cálido ‘hola’ puede alterar completamente una conversación, haciendo que toda interacción sea una oportunidad para conectarse con la otra persona.

2. Juzga a los demás favorablemente. Recuerda que no conocemos todas las circunstancias que hay detrás de las acciones de los demás. Quizás la difícil persona con la que estás tratando está enferma o tiene un problema en la casa.

3. Examina tus propias acciones. Cuando yo era pequeña, mi madre siempre me decía que las personas ven en los demás lo que creen que es cierto en sí mismas: somos más considerados cuando se trata de desafíos similares a los nuestros y, a menudo, tenemos menos paciencia con las personas que tienen problemas de carácter similares a los nuestros. Años después, encontré que la fuente de este consejo es nada menos que el Talmud. El mundo es como un espejo en el que los defectos que vemos en los demás tienen el objetivo de recordarnos que los veamos en nosotros mismos.

4. Da el primer paso. A veces la línea divisoria entre las personas que consideramos amigos y los extraños puede ser demasiado delgada. En ciertas circunstancias, lo único que hace falta es una invitación a salir para transformar a un conocido en alguien que realmente nos importa y con quien nos conectamos.

5. Ve los desafíos como oportunidades. El judaísmo enseña que cada circunstancia que vivimos fue diseñada especialmente para ayudarnos a crecer. Una vez que comencemos a ver a nuestros contratiempos, las situaciones complicadas e incluso a las personas difíciles en nuestra vida como oportunidades para crecer y ser mejores personas, a menudo nos resultarán más fáciles de manejar. Trata de ver los obstáculos de tu vida como oportunidades para trascender tus circunstancias, reaccionar con gracia y transformarte en la persona que eres capaz de ser.

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