El precio de la desunión

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Reflexiones sobre la destrucción del Segundo Templo.

Fue en el año 3826 (66 EC) que los excesos del gobierno romano en la Tierra de Israel finalmente llevaron a los habitantes de Jerusalem al límite de lo que podían soportar. El día 17 del mes de Iyar, las provocaciones y burlas de los soldados incitaron un levantamiento de la población más violento que lo que podrían haber imaginado tanto judíos como romanos. Antes de que terminara el día, los judíos habían retomado el control de su capital. La Gran Revuelta había comenzado.

La victoria en Jerusalem se consiguió con un precio dolorosamente alto. Miles de judíos a lo largo de la región fueron masacrados o vendidos como esclavos, mientras los habitantes de las ciudades helenizadas de Cesarea, Alejandría y Damasco respondían al levantamiento judío con disturbios y pogromos. Pero la respuesta oficial de Roma fue más calculada. Para demostrarles a las otras naciones del imperio cuan insensato era hacer una rebelión, el Senado Romano despachó un gran ejército para aplastar la revolución en Judea.

Las divisiones internas del pueblo judío lo hicieron vulnerable al poder de Roma.

Enfrentados a la aproximación de cuatro legiones romanas dirigidas por Vespasiano, uno de los generales más exitosos de Roma, parecía inimaginable que los judíos pudieran tener la esperanza de vencer. Pero, a diferencia de la historia secular, el relato talmúdico incorpora, además de las razones políticas, las causas espirituales de lo ocurrido. Al igual que la ocupación romana había sido declarada por el Cielo en respuesta a las deficiencias espirituales de los judíos, el destino de Jerusalem también dependía de los mismos judíos. Espiritualmente, al igual que militarmente, fueron las divisiones del pueblo judío las que lo hicieron vulnerable al poder de Roma.

Antes de la caída

"Por causa de Kamtza y Bar Kamtza, Jerusalem fue destruida", declara el Talmud. Este episodio ocupa un lugar prominente en la tradición judía sirviendo como una poderosa ilustración de las consecuencias del odio infundado, al igual que un recordatorio de cómo el pueblo judío ha fallado en repetidas ocasiones en aprender esta lección fundamental.

Un hombre que ofrecía un banquete envió a su sirviente a invitar a su amigo cercano, Kamtza, pero el sirviente se equivocó e invitó a Bar Kamtza, el enemigo de su amo. Cuando el anfitrión descubrió el error de su sirviente, le ordenó a Bar Kamtza que se retirara de inmediato. Bar Kamtza le rogó al anfitrión que le permitiera quedarse y le evitara así la humillación. Pero incluso cuando Bar Kamtza ofreció pagar todo el banquete, el anfitrión se rehusó.

Lleno de rabia, no sólo con el anfitrión sino con todos los sabios que estaban presentes y no protestaron ante la situación, Bar Kamtza juró vengarse. Acusó a los judíos de revelarse ante la autoridad romana, diciendo: "Envíen una ofrenda a su Templo y verán que la rechazan".

Los romanos designaron a Bar Kamtza para entregar la ofrenda que enviarían. En el camino, Bar Kamtza hizo una pequeña herida en el animal, insignificante para los romanos, pero que invalidaba al animal para ser ofrecido en el Templo de acuerdo a la ley judía. Un sacerdote que notó lo que había pasado alertó al Sanedrín, cuyos miembros debatieron sobre lo que deberían hacer.

La mayoría de los sabios votó por ofrendar el animal a pesar de su defecto. Pero uno, Rabí Zajaria ben Avkulas, protestó argumentando que aquella decisión le enseñaría a la gente que un animal defectuoso era aceptable como ofrenda. Los sabios continuaron debatiendo, hasta que la mayoría decidió matar a Bar Kamtza por ser una amenaza para las vidas de las personas de Jerusalem, pero nuevamente Rabí Zajaria protestó, esta vez argumentando que tal acción le enseñaría a la gente que traer un animal defectuoso era un delito de pena capital.

Al prolongar el debate, Rabí Zajaria paralizó al Sanedrín. Bar Kamtza volvió ante los romanos y reportó que la ofrenda había sido rechazada. Los rumores de que los sacerdotes del Templo se habían rehusado a aceptar ofrendas de los gentiles, sumados a los reportes de la insurrección judía, la exitosa defensa de la ciudad en contra de un contingente de soldados romanos y la mentira de Bar Kamtza, se combinaron para convencer a Roma de que los judíos estaban en una rebelión total. Los romanos despacharon a su general Vespasiano comandando el ejército que finalmente dejaría a Jerusalem en ruinas.

De no haber sido por el odio infundado que permeó cada rincón de la sociedad judía, nada hubiese podido destruir el Templo de Dios.

En su evaluación final, los sabios entendieron que el pueblo judío fue colectivamente responsable por la destrucción del Templo y la vida religiosa en todo Israel. De no haber sido por el sinat jinam, el odio infundado que impregnó cada rincón de la sociedad judía, ningún individuo, ni grupo, ni error en el juicio, ni emperador, ni ejército de legiones romanas hubiera destruido el Templo de Dios. El pueblo judío trajo la tragedia sobre sí mismo, y sufre las consecuencias de esa desunión hasta hoy.

La historia dentro de la historia

La narrativa de Kamtza y Bar Kamtza eleva tantas preguntas como respuestas. ¿Por qué Kamtza es culpado también por la destrucción de Jerusalem si ni siquiera estaba presente? ¿Por qué los sabios se quedaron en silencio cuando el anfitrión maltrató a Bar Kamtza? Y, dado que las acciones del anfitrión precipitaron el desastre, ¿por qué el Talmud no menciona su nombre?

El rabino Yojanan Zweig sugiere que "Kamtza" y "Bar Kamtza" probablemente no eran los nombres verdaderos de los individuos involucrados. En cambio, probablemente son descripciones talmúdicas que sugieren defectos de carácter que fueron los responsables de sus acciones. La palabra kamtza, "puño", alude al rasgo de avaricia, como un puño apretado.

Tal descripción pareciera contradecir la narrativa, dado que Bar Kamtza ofreció pagar todo el banquete y el anfitrión rechazó su dinero. Sin embargo, no toda la avaricia es financiera. Uno puede derrochar su dinero cuando vale la pena, y al mismo tiempo ser incapaz de dar de acuerdo a las necesidades de los demás. Cuando esto ocurre, la riqueza deja de ser una bendición con la que realizar actos de bondad y se convierte en un arma para infligir dolor. Por lo tanto, los sabios describen el odio de esa generación como sin sentido: su indulgencia no sólo era improductiva, sino también autodestructiva.

El anfitrión podría haberse ahorrado un gran gasto, al mismo tiempo que le ahorraría a su huésped no invitado una gran vergüenza. Pero era un "amigo de Kamtza", implicando su íntima familiaridad con la avaricia y con el odio sin sentido. De la misma forma, Bar Kamtza era un "heredero" de su anfitrión (siendo “bar” traducido como "hijo" o "derivado"). La ira y el resentimiento que el anfitrión despertó en él provocaron el mismo tipo de comportamiento sin sentido. Al vengarse, trajo la destrucción sobre sí mismo y sobre su pueblo.

Respecto a los sabios, sólo podemos conjeturar por qué no protestaron. Quizás reconocieron que el anfitrión no aceptaría su reprimenda, o quizás Bar Kamtza era una persona con una reputación tan nefasta que consideraron que no merecía ser defendido. De cualquier modo, cuando la sociedad llega a un nivel en el que no se puede dar reproche, ya no hay esperanza de redención. Es momento de eliminar lo viejo, para que algo mejor pueda crecer en su lugar.

El resto de la historia

Finalmente, el Talmud enseña que, en adición al odio sin sentido, el Templo fue destruido porque la gente no iba más allá del pie de la letra en su observancia de la Torá. En lugar de ver los 613 mandamientos de la Torá como distintas oportunidades para acercarse a Dios, los veían como 613 obstáculos que interferían con su propia búsqueda de la felicidad. Con una actitud así, los judíos se tornaron minimalistas en su observancia de la Torá buscando toda indulgencia, exención y escapatoria para evadir el espíritu de la ley.

Es mucho más fácil invalidar la legitimidad de cualquier judío con costumbres o prácticas diferentes que reflexionar sobre la validez de la observancia propia.

Una perspectiva como esa genera inevitablemente un sentimiento de recelo en relación a todos aquellos que tienen un nivel o estilo de observancia que difiere del propio. Todo el que sea "más religioso" será visto como fanático, mientras que todo el que sea "menos religioso" será percibido como hereje. Los límites de la Torá y de la ley judía son lo suficientemente amplios para permitir un vasto rango de expresión individual sin cruzar la línea de la apostasía. Pero es mucho más fácil invalidar la legitimidad de cualquier judío con costumbres o prácticas diferentes que reflexionar sobre la validez de la observancia propia. Una vida sin reflexión engendra inseguridad, lo cual engendra intolerancia, y esto a su vez engendra odio – un odio sin sentido. Y el odio sin sentido trae la destrucción al mundo.

En el comienzo de la Creación, unos 4.000 años atrás, la ingratitud y el hecho de no asumir responsabilidad por las acciones propias fueron los causantes de la expulsión de Adam y Eva del Jardín del Edén. Y hoy, cerca de 2.000 años después de la destrucción del Templo, seguimos luchando para aprender que quien aprecia cada mitzvá, cada precepto de la Torá, como una oportunidad preciosa para acercarse a Dios, nunca considerará ninguna mitzvá como una carga ni dudará ir más allá del pie de la letra de la ley. Más aún, quien asume responsabilidad por sus acciones nunca buscará perdonar su propio comportamiento buscando excusas para denigrar al semejante.

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