Israel, el pórtico de la esperanza

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La conexión judía con Israel se remonta a 4.000 años atrás, a las primeras sílabas registradas del tiempo judío.

Mi bisabuelo el Rabino Arye Leib Frumkin, se fue a Israel en 1871; su padre se había establecido veinte años antes. Su primer acto fue empezar a escribir su libro Historia de los Sabios en Jerusalem, documentando la presencia judía allí desde la llegada de Najmánides en 1265.

En 1881, estallaron los pogromos en más de cien pueblos en Rusia. Eso fue cuando él se dio cuenta que la Aliá no era un peregrinaje de unos cuantos sino que una urgente necesidad para muchos. Él se convirtió en un pionero, yéndose a uno de los primeros poblados agrícolas en el nuevo ishuv (asentamiento). Los primeros pobladores habían contraído malaria y se habían marchado. El Rabino Frumkin condujo la vuelta y construyó la primera casa allí. El nombre que ellos dieron a la ciudad personifica sus sueños. Usando una frase del libro del profeta Oseas, ellos la llamaron Petaj Tikva, 'El Pórtico de la Esperanza'. Hoy es la sexta ciudad más grande de Israel.

Si alguna nación en el mundo tiene derecho a alguna tierra – un derecho basado en historia, atadura, larga asociación – entonces el pueblo judío tiene derecho a la tierra de Israel.

La conexión judía con Israel no comenzó con el Sionismo, una palabra acuñada en los años 1890. Se remonta a 4.000 años atrás, a las primeras sílabas registradas en el tiempo judío, Dios ordenó a Abraham: "Deja tu tierra, tu lugar de nacimiento y la casa de tus padres y anda a la tierra que Yo te mostraré" (Génesis 12:1). Siete veces Dios le prometió a Abraham la tierra, y repitió esa promesa a Itzjak y Iaacov. Si alguna nación en el mundo tiene derecho a alguna tierra – un derecho basado en historia, atadura, larga asociación – entonces el pueblo judío tiene derecho a la tierra de Israel.

El judaísmo – dos veces más antiguo que el cristianismo, tres veces más antiguo que el Islam – fue el llamado a los descendientes de Abraham a crear una sociedad de libertad, justicia y compasión bajo la soberanía de Dios. Una sociedad involucra una tierra, un hogar, un lugar donde los ‘hijos de Israel' formen la mayoría y así puedan crear una cultura, una economía y un sistema político en concordancia con sus valores. La tierra era, y es, Israel.

Los judíos nunca se fueron de Israel voluntariamente. Ellos nunca renunciaron a sus derechos. Ellos retornaron cada vez que pudieron: en los días de Moisés, después del exilio de Babilonia, luego nuevamente de generación en generación. Yehudá Halevi llegó a Israel en el siglo 12. Así lo hizo también Maimónides y su familia, sin embargo les fue imposible quedarse. Najmánides fue después de haber sido exiliado de España. Había allí una gran comunidad en el siglo dieciséis. Hubo lugares especialmente en Galilea, de los cuales nunca se fueron.

Aquellos con sentido de la historia, hace tiempo reconocieron la injusticia de negarles a los judíos su hogar ancestral. En 1799 Napoleón, al inicio de su campaña del Medio Oriente, llamó a los judíos a retornar (la campaña falló antes de que existiera la posibilidad de llevar a cabo esta proposición). Así lo hicieron muchos pensadores británicos en el siglo diecinueve, entre ellos Lord Palmerston, Lord Shaftsbury y la escritora George Eliot en su novela, Daniel Deronda.

La Declaración Balfour en 1917, ratificada en 1922 por la Liga de las Naciones, fue un intento de rectificar el crimen más sostenido contra la humanidad: la negación del derecho de los judíos a su tierra, y su subsiguiente historia de sufrimiento sin paralelo. Winston Churchill mantuvo siempre esta visión. Hubo líderes árabes que entendieron esto también. En 1919, el Rey Faisal le escribió al juez judío-americano Felix Frankfurter: "Nosotros los árabes, especialmente los que somos educados, vemos con profunda simpatía al movimiento Sionista... El movimiento judío es nacional y no imperialista. Nuestro movimiento [nacionalismo árabe] es nacional y no imperialista... En efecto, yo pienso que ninguno puede ser un éxito real sin el otro".

La idea de que los judíos vinieran a Israel como afuerinos o imperialistas está entre los más perversos mitos modernos. Ellos eran los habitantes originarios de esta tierra: ellos tienen la misma relación con la tierra como la tienen los nativos americanos con América, los aborígenes con Australia, y los Maoris con Nueva Zelanda. Ellos fueron expulsados por los imperialistas. Ellos son los únicos dirigentes de la tierra en los últimos tres mil años que no buscaron ni crearon un imperio.

De hecho, ningún otro pueblo, ningún otro poder, nunca ha creado un estado independiente allí. Cuando no era un estado judío, Israel era a penas una unidad de imperios administrativos: Los babilonios, persas, griegos, romanos, bizantinos, umayad, fatimíes, cruzados, mamelucos y otomanos. La existencia de Israel, en tiempos antiguos y también hoy en día, es una protesta sostenida contra los imperios y el imperialismo: contra la mesopotamia de los tiempos de Abraham y los egipcios del éxodo.

Hoy hay 82 naciones cristianas 56 musulmanas, pero sólo una judía: en un país que ocupa un cuarto del uno por ciento de la masa continental del mundo árabe.

¿Realmente necesitamos un estado judío? Sí. Debe haber un lugar en la tierra donde los judíos puedan defenderse, donde ellos tengan un hogar así como describe el poeta Robert Frost: "un lugar que, cuando tienes que ir, tienen que recibirte". Cada nación tiene el derecho de dirigirse a sí misma y crear una sociedad y una cultura en concordancia con sus propios valores. Ese derecho, una autodeterminación nacional, está entre los más básicos en la política. Hoy hay 82 naciones cristianas 56 musulmanas, pero sólo una judía: en un país que ocupa un cuarto del uno por ciento de la masa continental del mundo árabe.

Tiempo atrás los judíos reconocieron el derecho de la población árabe a tener una tierra en un lugar propio. Hubo varios planes para la partición de la tierra en dos estados en la década de los años 20 y 30, uno judío y uno árabe. Los judíos los aceptaron; los árabes los rechazaron. En 1947, las Naciones Unidas votaron la partición. Nuevamente, los judíos aceptaron, los árabes la negaron. David Ben Gurion reiteró el llamado a la paz como parte central de la Declaración de Independencia de Israel en mayo de 1948. Los vecinos de Israel – Egipto, Jordania, Siria, el Líbano e Irak – respondieron atacando en todos los frentes.

La oferta fue renovada en 1967 después de la Guerra de los Seis Días. La respuesta de la Liga Árabe reunida en Jartum en septiembre de 1967, fue la famosa frase "los tres no": no a la paz, no a la negociación, no al reconocimiento del Estado de Israel. El llamado se repitió muchas veces por Golda Meir, y fue siempre concluyentemente rechazado.

La oferta más audaz fue realizada por Ehud Barak en Taba, 2001. Le ofrecía a los palestinos un estado en todo Gaza y 97 por ciento de la ribera occidental, con compensaciones limítrofes para el otro 3 por ciento, con la parte este de Jerusalem como su capital. La historia es contada con detalles en The Missing Peace (La Paz Perdida) de Dennis Ross (Ross fue el jefe negociador). Muchos miembros del equipo palestino querían aceptar. El embajador Saudita en ese momento, el Príncipe Bandar bin Sultan, dijo, ‘Si Arafat no acepta lo que le están ofreciendo ahora, no será una tragedia, será un crimen'.

Trágicamente los palestinos han sido traicionados por aquellos que sostienen ser sus partidarios. Ellos fueron traicionados en 1948 por los estados árabes quienes les prometieron que si se iban en ese momento, volverían pronto, habiendo sido todos los judíos expulsados. Ellos fueron traicionados por las naciones árabes hacia donde escaparon, quienes se negaron a otorgarles ciudadanía, en marcado contraste con Israel y el tratamiento que recibían los refugiados judíos de los países árabes (y de otras) tierras.

Ellos fueron traicionados por países que los impulsaron a perseguir la violencia en vez de la paz, trayendo pobreza a toda una población la cual, bajo el gobierno israelí entre 1967 y 1987, había logrado niveles de abundancia y crecimiento económico sin precedentes. Ellos son traicionados hoy por aquellos que estimularon expectativas imposibles – soberanía palestina sobre todo Israel – condenando a otra generación a la violencia, a la pobreza y a la desesperación.

Los egipcios, quienes dominaron Gaza entre 1949 y 1967, pudieron haber creado un estado palestino, pero no lo hicieron. Los jordanos, quienes dominaron la ribera occidental durante los mismos años, pudieron haber creado un estado palestino, pero no lo hicieron. En vez, los egipcios persiguieron a los intelectuales islámicos, sentenciando muchos a la muerte. Los jordanos expulsaron a los palestinos en 1971, después de haber matado casi diez mil de ellos en 1970 en la masacre conocida como ‘Septiembre Negro'. El único país que siempre les ha ofrecido a los palestinos un estado es Israel.

Cada concesión que Israel ha hecho ha sido interpretada por sus enemigos como una señal de debilidad, y ha llevado a más violencia, no menos.

Lo que sistemáticamente ha descarrilado los esfuerzos de paz de Israel es el hecho de que cada concesión que ha hecho, cada retiro que ha emprendido, ha sido interpretado por sus enemigos como una señal de debilidad, y ha llevado a más violencia, no menos. El proceso de Oslo llevó a atentados suicidas. La oferta de Ehud Barak llevó a la llamada "Intifada de Al Aqsa". Los retiros del Líbano y Gaza llevaron directamente al ataque violento con Katyushas y Kassams. ¿Cómo puede cualquier nación hacer la paz bajo estas circunstancias? Hamás y también Hezbolá han dejado en claro que ellos no buscan la paz. Ellos buscan la destrucción de Israel.

Aun así, bajo constante amenaza de violencia o guerra, los logros de Israel han sido inmensos. Ha tomado un paisaje desolado y lo ha convertido en un lugar de granjas, bosques y campos. Ha tomado inmigrantes de más de cien países, hablantes de más de 80 idiomas y los han convertido en una nación. Ha creado una economía moderna casi sin recursos sin más que los dones creativos de su pueblo. Ha sostenido la democracia en un lugar del mundo que nunca la había conocido antes. Ha tomado el hebreo, el idioma de la Biblia, y lo ha hecho el idioma oficial nuevamente. Ha tomado a gente devastada por el Holocausto y la ha hecho vivir nuevamente. Israel continúa siendo un Petaj Tikva, un pórtico de esperanza.

¿Es la crítica a Israel antisemitismo? No. La crítica es una parte legítima de una política democrática y de la libertad de expresión. Muchos de los críticos más agudos de Israel son israelíes. Ninguna nación es perfecta; ninguna nación puede ser perfecta; una buena sociedad es la que da lugar, y escucha críticas constructivas. Eso es algo con lo que debemos vivir. La Biblia Hebrea es el documento más autocrítico en religión o en historia nacional.

Lo que debemos enfrentar es la falsedad estridente: que Israel es el agresor, que no ha buscado la paz; sobre todo la idea de que no tiene derecho a existir. De la misma manera debemos enfrentar también el falso paradigma de que la relaciones israelíes-palestinas son un juego de suma-cero, en las cuales un lado siempre pierde y el otro gana. No lo son. Con la paz, ambos lados ganan. Con la guerra, violencia y terror, ambos lados pierden.

El llamado en ambos lados debe ser a la paz: paz para Israel, paz para los palestinos. No se puede tener una sin la otra. Las opciones no son entre apoyar a Israel o apoyar a los palestinos, sino entre apoyar la paz o la violencia. La paz es sagrada, la violencia es profanación. Demasiadas vidas se han perdido, demasiada sangre ha sido derramada. Finalmente ambos lados deben reconocer el derecho del otro a existir – y si no es ahora, ¿cuándo?

Este artículo apareció primero en The Jewish Chronicle.

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