Una carta a los soldados israelíes caídos en acción

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Las palabras son inadecuadas, pero les agradecemos.

Al soldado israelí que dio su vida en la Guerra de la Independencia de Israel:

Ya son 71 años desde que te fuiste, pero nadie ha olvidado lo que hiciste. Cómo peleaste por el establecimiento de un estado judío. Cómo te paraste en el frente de batalla sin temor, a pesar de recién haber salido de las cenizas de Europa. Cómo dejaste atrás a tu nueva esposa y todas tus esperanzas de nuevos comienzos. Cómo sacrificaste todo lo que tenías para que los judíos del mundo siempre tuvieran un hogar al cual regresar.

Hay una tumba en una montaña que tiene tu nombre. Hay una fotografía en blanco y negro en un museo que tiene tu rostro. Pero no hay fotografías de las batallas que luchaste en tu corazón o de los ideales que estaban grabados en tu alma. Hoy, te recuerdo y te agradezco.

Al soldado israelí que dio su vida en la Guerra de Iom Kipur:

Estabas en la sinagoga cuando sonó la sirena. Estabas cubierto con tu talit e inmerso en tu plegaria cuando el llamado urgente se esparció por la tierra. Y no titubeaste. No lo pensaste dos veces antes de dejar de lado tu majzor y las promesas de un mañana. Corriste para estar junto a tus hermanos. Dejaste atrás a tus propios hijos e hijas, y el hogar que junto a tu esposa habían pasado tantos años construyendo.

Peleaste con valentía a pesar de que tú mismo no sabías cuánto coraje tenías en tu interior. Moriste para que nosotros pudiéramos vivir. Hay una fotografía borrosa de ti en el salón. Estás junto a tus hijos. Todos ellos. Dos atrás tuyo. Uno en cada brazo. Ellos te han extrañado cada día desde que te fuiste. Y nadie más puede conocer el dolor de quienes dejaste atrás. Pero tú has estado cuidándolos a ellos y a nosotros. Hoy, te recuerdo y te agradezco.

Al soldado israelí que dio su vida defendiendo nuestras fronteras:

Cada viernes te deseábamos un “Shabat shalom” cuando pasábamos por el chequeo de seguridad. A veces te llevábamos una bebida o un faláfel. Siempre nos sonreías y saludabas a nuestros hijos, quienes te miraban desde el asiento trasero. Ahí estabas siempre, tanto en el helado invierno como en el caluroso verano. Estabas ahí por las noches, cuando las nubes tapaban las estrellas y la oscuridad parecía extenderse por siempre. Estabas ahí por la mañana, cuando la mayoría del país aún dormía. Ahí estabas siempre, protegiéndonos.

Cuando dejaste este mundo, hubo una profunda falta en nuestra nación. Una falta, pues tu sonrisa ya no podía ser encontrada, y tus amables palabras resonaban en nuestras memorias. Una terrible falta en los corazones de tus padres. Una dolorosa falta cuando tus amigos marcaban tu número de teléfono por error y recordaban que nunca volverías a contestar. Te paraste en la puerta y cuidaste a tu pueblo.

Hoy, cuidamos tu memoria. Te recuerdo y te agradezco.

Y al solado israelí que peleó todas las otras guerras por nuestro país, las guerras que tienen un nombre y las que no lo tienen:

Pasaste incontables noches sin dormir en trincheras y un sinfín de días en calurosos tanques. El mundo trató de diezmarte, pero tú continuaste levantándote a pesar de todo. Diste los mejores años de tu vida, atravesando valles de lodo y corriendo por campos minados. Pusiste tu cuerpo en el frente de batalla para salvar a tus camaradas y peleaste con terroristas que intentaban matarnos.

Viste a tus amigos morir a tu lado y, a pesar de ello, tomaste el tren al día siguiente. Lloraste con los judíos en Gaza y les rogaste que te perdonaran, pues no eras tú a quien había que culpar. Te paraste frente al Kótel con un Tanaj en tus manos y una plegaria en tus ojos. Rogaste por bendiciones pero nunca llegaste a ver el amanecer del mañana. Te sentaste en jeeps en solitarios desiertos y despertaste en horizontes tan lejanos de casa. Enfrentaste a nuestros enemigos en una generación en la que muchos no tienen el coraje ni siquiera de enfrentarse a sí mismos. Dejaste atrás trabajos, familia y sueños. Tenías miedo, pero seguiste adelante a pesar de ello. Protegiste nuestros hogares y cuidaste a nuestros niños. Hiciste posible que todos nosotros retornáramos a casa. Viviste con coraje y moriste santificando el nombre de Dios.

Las palabras son inadecuadas, pero te agradecemos.

Te recordamos. Te extrañamos. Hoy y siempre.

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