Januca: el despertar de la fuerza

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En un mundo oscuro, tú debes ser la luz.

Januca ya llegó, la temporada de la luz. Es hora de celebrar los milagros, nuestra victoria sobre la oscuridad espiritual. Pero, ¿cómo celebramos cuando estamos sumergidos en la oscuridad? ¿En dónde está la luz?

En nuestro mundo, los hombres justos son masacrados con sus talitot puestos, sus vidas son tomadas mientras rezan fervientemente. En nuestro mundo, las mujeres y los niños judíos caminan temerosos por las calles de Jerusalem. Irán se fortalece. El Estado Islámico alza una bandera negra de maldad. Y, con todo, la vida sigue. Las canciones pegadizas de las festividades siguen sonando…

Esta complacencia me parece oscuridad.

A veces me consuelo a mí misma. Pero no es suficiente. El silencio debería transformarse en ira. La aceptación tácita es lo que permite el florecimiento del mal. La humanidad pareciera estar mirando hacia el otro lado mientras el mundo gira y gira.

Sin embargo, el pueblo judío no es complaciente. Seguimos luchando. Al igual que en los días de antaño, cuando reina la oscuridad luchamos con la luz eterna de la Torá. En las sinagogas y escuelas estudiamos los textos ancestrales y extrapolamos nuevos significados. En los sótanos y salones florecen sociedades de préstamos sin interés. Se hacen favores médicos, se lleva comida caliente a los hambrientos, se visita a los enfermos, se consuela a sus familias. Se reúne dinero para apoyar a los pobres, para sustentar a nuestro ejército. Se dicen plegarias para los enfermos y los heridos. Celebramos Shabat con un vigor renovado e invitamos a judíos a que se nos unan.

Así como los judíos han hecho siempre (y el tiempo probó que es algo bueno), la red de bondad, de tikún olam (‘perfeccionar el mundo’), se esparce y crece, llegando poco a poco a los rincones más recónditos de la tierra, a los rincones más oscuros de nuestro corazón. Reunimos méritos y esparcimos bondad. Estamos iluminando el mundo.

Januca ya llegó y mis hijos me miran con los ojos resplandecientes. Al igual que los niños judíos de todo el mundo, ellos no saben de oscuridad, aún creen en la luz. Quieren oír los cuentos de los héroes, de aquellos hombres y mujeres valientes que se rehusaron a darse por vencidos. Quieren oír la antigua historia de los judíos y sentirla ellos mismos. Nosotros se la contaremos.

Pero también les contaré que la luz no brilla gratuitamente. Que así como en los días de antaño, hay una guerra que debemos luchar. Una batalla en contra de la complacencia, en contra del lento descenso hacia la oscuridad, de la extinción de nuestras almas, de nuestra esperanza y de nuestra fe.

Es Januca, y les recordaré que Aquel que creó la oscuridad también creó la luz, y les recordaré que Él es quien está a cargo. Les murmuraré: “Dejen que Aquel que hizo que las velas del Templo ardieran por ocho días, haga que las nuestras también ardan ahora, baiamim ha-hem ba-zmán ha-zé”. El mundo cambia, pero Él no.

Les diré a mis hijos que nosotros somos las luces pequeñas. Nosotros encenderemos las luces. Nosotros avivaremos las llamas.

Y les mostraré una foto tomada en Alemania en 1931 por la esposa de Rav Akiva Posner. Una menorá puesta sobre el dintel de una ventana con una bandera nazi flameando detrás de ella. En el reverso de la foto la mujer escribió: “Muerte a los judíos, dice la bandera. Los judíos son eternos, responde la luz”.

Les diré a mis niños que es un mundo oscuro, que ellos deben ser la luz.

Y me diré lo mismo a mí misma.

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