No pierdas la esperanza

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¿Para qué reencendieron la Menorá del Templo cuando la razón dictaba que se apagaría tan sólo un día después?

Es quizá uno de los detalles más subestimados de la historia de Janucá. Sin embargo, es un aspecto del milagro que —según mi humilde opinión— tiene una gran importancia para nosotros hoy en día, ya que una vez más nos enfrentamos a una lucha por la supervivencia judía comparable a la de los macabeos.

Sabemos que en la antigua batalla se enfrentaron los pocos contra los muchos, los puros contra los profanos, los justos contra los malvados. De alguna manera, un anciano sacerdote llamado Matisyahu junto con sus cinco heroicos hijos, fueron capaces de doblegar a un poderoso imperio y erradicar la idolatría del Sagrado Templo para adorar de nuevo a Dios.

¿Cómo una pequeña familia fue capaz de liderar a una nación para alcanzar un triunfo tan sorprendente? ¿Cuál fue su secreto? Declarar que Januca fue simplemente un milagro divino —un acontecimiento inverosímil, posible sólo a través de la intervención de Dios— es ignorar el componente humano: la ardua lucha y la difícil batalla que precedió a la dedicación de la casa de Dios y el reencendido de la Menorá en el santuario.

Al igual que Purim, Januca es una festividad que conmemora la victoria alcanzada por los esfuerzos en conjunto de Dios y los judíos; los esfuerzos del Todopoderoso y de los macabeos, así como en la historia de Ester y Mordejai. Y es pertinente preguntarse qué fue exactamente lo que ayudó a asegurar este increíble resultado que desafió todas las probabilidades.

Sin saber que ocurriría un milagro, los macabeos encendieron la Menorá.

Creo que la respuesta se esconde en el preludio del milagro del aceite. Los valientes judíos encontraron sólo un pequeño frasco de aceite puro, suficiente como para encender la Menorá por un solo día. Sin embargo, sin saber que ocurriría un milagro, ellos la encendieron. ¿Qué fue lo que hizo que los macabeos encendieran la Menorá? ¿Por qué empezaron algo que no eran capaces de terminar? ¿Por qué volver a encender la Menorá cuando la razón dictaba que un día más tarde se apagaría irremediablemente sin cumplir su propósito?

La respuesta es que los macabeos no fueron disuadidos por el aparente fracaso de sus esfuerzos. Este era el secreto de los macabeos: Sin importar cuán adversa sea la situación, sin importar cuán baja sea la probabilidad de tener éxito, nosotros simplemente comenzamos la tarea y, con optimismo, confiamos en que Dios de alguna manera hará que nuestros esfuerzos sean fructíferos.

Salto al mar

Es un secreto basado en un antecedente muy antiguo. Después de que los hebreos fueron liberados de la esclavitud en Egipto, el faraón cambió de parecer y, con su ejército, persiguió a sus antiguos esclavos. Los egipcios alcanzaron a los judíos en el mar Rojo y los judíos se paralizaron por el miedo, sin saber qué camino tomar. Dios les ordenó avanzar, es decir, les ordenó ingresar en el mar. No, no es la manera en que Cecil B. DeMille lo retrató en el famoso relato de Hollywood sobre la historia del Éxodo. Moshé no se paró en la orilla y simplemente levantó su vara dividiendo de esta manera el mar para que los judíos pudiesen cruzar fácilmente a través de él por "tierra firme". No. Nada ocurrió hasta que nuestros antepasados se atrevieron a dar el primer paso e iniciar un trayecto imposible. No fue sino hasta que Najshón hijo de Aminadab ingresó al mar y las aguas le llegaron hasta el cuello que Dios realizó un milagro y dividió el mar, concediéndonos así la salvación.

Sí, es verdad, Dios realiza milagros, pero sólo después de que nosotros hacemos nuestra parte; sólo después de que el milagro de la fe nos impulsa a embarcarnos en una causa aparentemente perdida y a confiar en el éxito final de un sueño imposible, garantizado sólo por nuestra firme creencia en Dios.

Golda Meir lo expresó de la siguiente manera: “Los judíos no pueden darse el lujo del pesimismo”. Y Ben Gurión nos recordó que en Israel “Para ser realista, hay que creer en milagros”.

Vivir hoy en día en Israel es enfrentarse a diario al desafío de la supervivencia, enfrentarse a enemigos que, al igual que Hamán, anhelan nuestra destrucción y desean negar nuestra relación única con Dios, así como lo hicieron los greco-sirios. En ambos casos prevalecimos. El milagro de nuestra obstinada negativa a renunciar a la esperanza —sin importar las probabilidades en contra de nosotros— nos proporcionó dos festividades.

Y no tengo duda que algún día habrá una tercera. Será una festividad que marcará la derrota de las fuerzas de la oscuridad; éstas serán reemplazadas por la luz milagrosa que los macabeos introdujeron al Templo a través de su espíritu de optimismo, de esperanza y de fe ciega en el éxito final de su misión.

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