Que se haga la luz

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Entendiendo el choque cultural entre los griegos y los judíos.

Durante la festividad de Januca los judíos reviven su victoria militar e ideológica sobre sus adversarios helenistas, e incluso hoy en día podemos continuar oyendo los ecos de esta batalla cultural; como escribió Winston Churchill en su ‘Historia de la Segunda Guerra Mundial’: "No ha habido otras dos razas [además de los judíos y los griegos] que hayan dejado una marca tan fuerte en el mundo. Cada una de ellas, desde ángulos sumamente diferentes, nos ha dejado el legado de su genio y sabiduría… la luz guía principal en la fe y la cultura moderna".

Los textos clásicos judíos se refieren al período durante el cual los helenistas ejercieron influencia sobre Israel como el "Exilio Griego". Sin embargo, llamativamente, durante ese tiempo los judíos vivieron en Israel y no hubo ningún intento de expulsarlos de su tierra patria. Por lo que cabe preguntarse: ¿Quién – o qué – fue exiliado?

Nuestros Sabios responden dicha pregunta mediante una comparación alegórica entre la existencia bajo los helenistas y la oscuridad que había al comienzo de la creación. Las dos primeras oraciones de Génesis dicen: "En el comienzo… la tierra estaba vacía… y había oscuridad sobre la superficie del abismo". El mandamiento "que es haga la luz" fue el que removió la oscuridad. Dado que los luminosos cuerpos celestiales no fueron creados sino hasta bastante después, esta primera "luz" se refiere a la luz primordial de Dios – la esencia de la espiritualidad. Entonces, los sabios percibieron al mundo helenista como una imposición de oscuridad carente de espiritualidad, pero que sería finalmente remediada.

Es interesante notar que, a pesar de que nuestras fuentes tradicionales comparan la cultura griega con la oscuridad espiritual, al mismo tiempo afirman que la antigua Grecia fue la civilización más hermosa y con más cultura que haya existido. De hecho, fue en el helenismo que los judíos encontraron, por primera vez, un estímulo intelectual alternativo al judaísmo. En esa época –al igual que en la nuestra- el glamur de Grecia, sus artes y comodidades sedujeron a muchos judíos, llevándolos hasta la asimilación absoluta.

La filosofía helenista glorificaba al ser humano como el pináculo de la creación – tanto su cuerpo como su mente.

La filosofía helenista glorificaba al ser humano como el pináculo de la creación – tanto su cuerpo como su mente. Desde la aparición de Aristóteles, el mundo se rige para la mayoría de los filósofos por leyes naturales completamente accesibles al intelecto y la observación humanas. Se investigan los fenómenos que la gente tiene la esperanza de racionalizar, y los que están más allá de los confines de la razón o de la observación directa son descartados por ser considerados ridículos. Encontramos la expresión moderna de este enfoque en la ampliamente generalizada asunción de que no existe ninguna realidad más allá del mundo físico; una perspectiva como esta relega conceptos como el amor, el libre albedrío y el alma.

En consistencia con esta perspectiva, la "moral relativa" está a la orden del día, negando la existencia de cualquier 'correcto' o 'incorrecto' absoluto. El existencialismo, la teoría de la futilidad absurda de la vida y de la inherente falta de sentido, también sigue fielmente a esta filosofía. Esas desalentadoras conclusiones, apoyadas por tantos hoy en día, emergen de la perspectiva del mundo como un gran conjunto de átomos que carece de todo tipo de propósito o diseño intencionado, estando sólo organizado por patrones que los humanos proyectamos sobre él.

Pero mucha gente inteligente considera ridícula la idea de que la vida sea inherentemente carente de sentido y de que no haya nada malo con el asesinato a sangre fría más allá de la preferencia personal. Incluso Bertrand Russell, el filósofo ateo más elocuente del siglo 20, concedió: "No encuentro forma de refutar los argumentos de la subjetividad de los valores éticos, pero me encuentro incapaz de creer que lo único malo de la crueldad caprichosa es que a mí no me guste". Quienes tienen la humildad para admitir que la facultad de razonar de la mente humana tiene sus límites están forzados a reexaminar esta estrecha perspectiva de la realidad.

En la época en que Atenas y Jerusalem se enfrentaron, un fiel grupo de judíos mantuvo que las leyes mecánicas de la naturaleza están subordinadas a un creador con un sentido. Vieron la gloria que era Grecia no como un ennublecimiento del intelecto sino como una sombría expresión del espíritu humano. La brillante intensidad espiritual de la humanidad había sido eclipsada por las superficialidades, solamente porque éstas eran apreciadas por la razón humana con más facilidad. Esta era la “oscuridad” de Grecia.

Lo que los griegos habían exiliado era la chispa del espíritu humano.

Lo que los griegos habían exiliado era la chispa del espíritu humano. Abrazaban el cuerpo y la mente, pero rechazaban el alma. Por el otro lado, los judíos tradicionales reconocían al intelecto como el arma más poderosa y confiable del alma, y al cuerpo como su fiel sirviente –pero nada más que eso. Quienes permanecieron fieles a sus ideales judíos fueron lo suficientemente atrevidos para aceptar una tradición que concuerda con la intuición universal humana: que la moral objetiva y las realidades espirituales sí existen, a pesar de nuestra incapacidad para sentirlas o racionalizarlas por completo.

Entonces no es coincidencia que la milagrosa victoria judía sobre los helenistas haya culminado en el relativamente modesto milagro de un único jarro de aceite que duró ocho días. Para los pensadores griegos –y sus herederos del mundo moderno- el mundo físico puede ser asombroso, pero ahí termina la historia. El aceite encendido por ocho días simbolizaba que, dentro de eso mismo que constituye el mundo físico, yace una dimensión interior muy real que está esperando para encender nuestras vidas. El desafío del judío es identificar la dimensión interior del mundo físico y permitir que su potencial espiritual brille hacia afuera.

Para conmemorar nuestra victoria sobre la oscuridad de Grecia, ponemos una llama titilante al lado de nuestras puertas para que brille en las noches invernales más largas del año. Nos asociamos con Dios al cumplir Su mandamiento – "¡Que se haga la luz!" – haciendo que se desvanezca la superficial oscuridad de este mundo por medio de recordarnos a nosotros mismos y a nuestros vecinos que bien adentro nuestro brilla una flama encendida que está ansiando salir hacia afuera y llenar el mundo con la belleza Divina, una belleza que trasciende lo que el ojo puede apreciar. Éste es el mensaje de Januca, éste es el mensaje de ser una "luz para las naciones". Y este es el mensaje del pueblo judío.

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