Esperanza en el Infierno

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Aún en este pequeño campamento abandonado en Nieder-Orschel, Dios nos estaba ayudando.

Extraído del libro The Yellow Star por S.B. Unsdorfer

Luego de haber sobrevivido los horrores de Auschwitz, Simjá Unsdorfer fue trasportado a Nieder-Orschel y fue puesto a trabajar en la producción de alas de aviones para la Luftwaffe alemana. La siguiente historia tomo lugar en este campo.

Cuando escribía el pequeño diario, en el que había puesto todas las fechas hebreas y las festividades, descubrí con gran placer que Januca, la fiesta de las luminarias, la fiesta donde conmemoramos la recaptura del Templo de manos de los griegos con sólo unos cuantos judíos, estaba sólo a unos días. Decidí que debíamos prender una pequeña Menorá aún estando en Nieder-Orschel, y esto ayudaría un poco a restaurar nuestra moral.

Benzi fue el primero en ser consultado porque se había convertido en la persona más responsable y confiable de la cuadra. Hasta los que se sentaban en otras mesas venían donde Benzi para resolver sus problemas, la mayoría de los cuales eran sobre la repartición de las raciones de comida. Benzi no dejaba que hubiera ninguna pelea en nuestra mesa. Él cortaba cada pan en ocho porciones y los repartía indiscriminadamente. Aquel que se quejaba, recibía la porción más pequeña. "Si no estás satisfecho", Benzi gritaba, "ve y únete a otra mesa, donde tienen balanzas y jueces". Nunca nadie se fue de nuestra mesa.

Benzi se entusiasmo con mi idea. "Sí, debemos encender una Menorá", dijo. "Eso hará que nos suba la moral y se ilumine la atmósfera. Trabaja en un plan, pero ten cuidado".

Dos problemas tenían que ser resueltos: teníamos que "organizar" el aceite y encontrar un lugar donde no se viera la luz de las velas. No había falta de aceite en la fábrica, ¿pero cómo podríamos hacer para contrabandear, aunque sea algunas gotas, a nuestra barraca a tiempo para el lunes en la noche, 11 de diciembre, la primera noche de Januca?

Nosotros sabíamos, por supuesto, que la ley judía no permitía que arriesgáramos nuestra vida para cumplir con un mandamiento. Pero había un impulso en muchos de nosotros de revelar ese espíritu de sacrificio, que había sido implantado por nuestros ancestros a través del tiempo. Nosotros, que estábamos bajo tanta aflicción, tanto espiritual como física, sentíamos que un poquito de luz de Januca animaría nuestras almas hambrientas y nos inspiraría con esperanza, fe y coraje para poder aguantar el largo y crudo invierno.

Benzi, Grunwald, Stern, Fischof y yo estábamos en el complot. Decidimos hacer un sorteo. El primer nombre que saliera sería la persona que tendría que robar el aceite; el tercero sería responsable de él y de esconderlo hasta el lunes en la noche; el quinto tendría que encenderlo debajo de su cama. Mi nombre salió en quinto lugar.

Grunwald, a quien le tocaba "organizar" el aceite, lo hizo magníficamente. Él convenció al odiado Meister Meyer que su máquina trabajaría mejor si le pusiera aceite todas las mañanas, y que la mejor manera de hacerlo era guardar en la caja de herramientas una pequeña lata de aceite. Meister Meyer aceptó, entonces ya no había problema de esconder el aceite.

El lunes en la noche después de Appelll, todos los demás se sentaron para recibir la esperada porción de sopa caliente sin sabor, mientras yo estaba ocupado debajo de mi cama preparando mi Menorá. Puse el aceite en una lata vacía de lustrador zapatos, tome unos cuantos hilos de mi manta delgada e hice una mecha. Cuando todo estaba listo, fui apresuradamente a la mesa para comer mi cena antes de invitar a todos nuestros amigos a la Ceremonia de Encendido de la Menorá. De repente, mientras tomaba mi sopa, recordé que se nos habían olvidado los fósforos. Se lo susurre a Benzi. "Todo deben dejar un poco de sopa", Benzi ordenó a la mesa llena de hombres hambrientos, y les explicó porqué. En menos de cinco minutos, cinco porciones de sopa fueron intercambiadas por un cigarrillo en el cuarto de al lado. El cigarrillo le fue "ofrecido" al chef, Iosef, por prestarnos una caja de fósforos sin hacer preguntas.

Y así, apenas la cena se había terminado hice tres bendiciones tradicionales, y una pequeña luz de Januca brillaba lentamente debajo mi cama. No solo mis amigos estaban con nosotros, sino muchos otros hombres del cuarto se nos unieron para murmurar las canciones tradicionales de Januca. Estas canciones nos transportaron al pasado. Como si estuviéramos mirando en una pantalla, vimos nuestras casas, nuestros padres, hermanos, hermanas, esposas, e hijos reunidos alrededor de los hermosos candelabros de plata, cantando Maoz Tzur. Esa pequeña luz debajo mi cama hizo arder nuestros corazones. Lágrimas corrían por nuestros cachetes demacrados. En este momento, cada uno de los presos en el cuarto estaba sentado silenciosamente en su cama, o cerca de la mía, meditando profundamente. Por un momento, no importaba nada más. Todos estábamos celebrando la primera noche de Januca como lo habíamos hecho todos los años anteriores antes de que nos capturaran y torturaran. Éramos un grupo de gente judía cumpliendo con nuestras obligaciones religiosas, y soñando con una casa y los años de antaño.

¡Pero, ay de nosotros! Nuestro sueño había terminado demasiado rápido. El rugido de "Achtung" nos trajo la mente devuelta a la realidad, y nuestras piernas quedaron tiesas. "El Perro"- ese flaco y pequeño Unterschaarfuehrer- estaba parado silenciosamente en la puerta, como siempre lo hacía en sus visitas sorpresas, mirando ansiosamente tratando de encontrar una excusa, aunque sea la más mínima, para usar su látigo. De repente huele y grita con toda su fuerza "¡Hier stinkts ja von Oehl!" ("¡Aquí apesta a aceite!").

Mi corazón dejó de palpitar por algunos segundos, a la vez que miraba la pequeña luz de Januca que se desvanecía, mientras "El Perro" y sus secuaces empezaron a caminar por las camas en busca del aceite ardiendo.

El Unterschaarfuehrer silenciosamente empezó su búsqueda. Yo no me atrevía a agacharme o a pisar la luz con mi zapato por miedo de que se dieran cuenta de mi movimiento y se arrojaran hacia mí. Yo miraba las caras pálidas alrededor mío, y así también hizo "El Perro". En menos de un minuto o dos llegaría a mi fila. Nada podía salvarnos...pero de pronto...

De pronto se escucho el estruendo de las sirenas, sonando a todo volumen, haciendo que "El Perro" se detuviera y segundos después se apagaron todas las luces del campamento. "¡Fliegeralarm!" "¡Fliegeralarm!", resonaba por todo el campamento. Como un relámpago apague la luz con mi zapato y siguiendo las órdenes del campamento, todos corrimos al aire libre, empujando a "El Perro" despectivamente a un lado. "Haremos investigaciones... Haremos investigaciones", gritaba por encima del ruido que hacían los prisioneros apresurados por llegar a su grupo para tomar lista. Pero yo no me preocupé. Con deleite tomé mi pequeña Menorá y corrí con ella. Esto era una señal, el milagro de Januca, el reconocimiento de nuestra lucha contra la tentación de nuestra aflicción. Dios nos había ayudado, aún en este pequeño campamento abandonado en Nieder-Orschel.

Afuera, en la noche fría, bajo el cielo sin estrellas, con el zumbido fuerte del bombardeo sobre nuestras cabezas, seguí murmullando las bendiciones tradicionales al Dios que no cesaba de hacer milagros para su gente en los tiempos de antes y en nuestros tiempo. El bombardeo parecía estar esparciendo estas palabras en nombre del Ejército de los Cielos.

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