Esperanza y desesperanza en Israel

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Januca nos recuerda que tenemos el poder de repeler la oscuridad con luz.

Siento que la oscuridad me rodea. Estamos cansados de los crueles asesinatos: los salvajes disparos, los atropellos y las barbáricas puñaladas. Mientras escribo, Ezra Schwartz está siendo enterrado. Rezo para que cuando leas estas palabras, no haya nuevas víctimas que lamentar. Mientras tanto, veo a los hermanos de Ezra llorar por un hermano que los cuidaba, que llenaba su hogar de risas, que les enseñó cómo vivir y que ahora les ha impartido su última lección: que la vida es frágil y preciada. El pueblo judío está de duelo por un alma que quería crecer espiritualmente, estudiando más Torá, realizando actos de benevolencia y dando de vuelta a nuestra tierra.

La pantalla de mi computadora se pone negra y siento cálidas lágrimas correr por mis mejillas. En mi teléfono aparece un hermoso rostro y veo al siguiente niño judío que nos ha sido arrebatado. Hadar Buchris, de tan sólo 21 años, “Una encantadora niña, radiante y amistosa, su energía siempre animaba a todos”. La acuchillaron y asesinaron. Ella también ha dejado este mundo como alguien cuyo único crimen fue ser judío.

El ensordecedor silencio del mundo nos deja atónitos.

El ensordecedor silencio del mundo nos deja atónitos. Nuestro pueblo está siendo asesinado en las calles y ellos están ocupados etiquetando la comida israelí en sus mostradores. ¿Por qué no protestan por los Henkins, cuyos inocentes hijos presenciaron cómo eran asesinados sus padres? ¿Dónde están las encolerizadas peticiones de justicia, las marchas por el respeto de la vida humana y dignidad? ¿Cómo pueden darle la espalda a Rav Yaakov Litman y a su hijo Netanel, quienes iban camino a celebrar el Shabat del prometido de su hija? Ahora ellos también nos han sido arrebatados. ¿Es posible que padre e hijo sean brutalmente asesinados frente a su familia y que los líderes del mundo se mantengan silentes? ¿Cómo es posible que la humanidad guarde silencio?

Ya hemos perdido a demasiados. La tinta apenas alcanza a secarse cuando aparece otro nombre. Padres y madres que nunca volverán a darles un beso de buenas noches a sus hijos. Jóvenes que nunca caminarán hacia su jupá. Abuelos que nunca mecerán a los bebés con los que tanto soñaron; sus canciones de cuna nunca serán escuchadas.

Oscuridad y olvido

El día se está acabando, y tengo miedo de que olvidemos. Estamos obligados a ver lo que nos rodea y a recordar cada tragedia individual. Cada persona que se ha ido tiene una historia que contar. Cada uno es un mundo que ha sido cercenado, que ha sido arrebatado de los brazos de sus seres queridos. Mientras recordemos cada rostro, cada nombre, cada alma, estaremos negando a quienes buscan extinguir su luz.

La palabra hebrea para ‘olvidar’ (shajaj) contiene las mismas letras que la palabra para ‘oscuridad’ (jóshej). Porque cuando olvidamos es que nos sentamos en la oscuridad. El opuesto de la oscuridad es la luz, la cual nos ayuda a ver y recordar. Este es el mensaje de la janukiá: que para alejar la oscuridad debemos aferrarnos a nuestra sagrada memoria y no perder la luz del legado. Se nos pide que nos tomemos el tiempo, miremos el fuego de la janukiá y evoquemos su eterno mensaje.

La luz de Januca se acerca. Las sagradas luces nos recuerdan nuestra historia, el milagro de la nación judía. Recordamos cómo los griegos intentaron destruir a nuestro pueblo, prohibieron el estudio de Torá, e impusieron sus creencias en la tierra de Israel. Querían que abandonáramos nuestra fe. Nos causaron gran angustia y nos oprimieron con fuertes decretos. Muchos se sintieron desesperanzados. Ellos son tantos y nosotros tan pocos. ¿Qué sucederá?

Los griegos entraron a nuestro Templo sagrado y profanaron el aceite que se utilizaba para encender la Menorá. Enfurecidos por la profanación y el tormento, un grupo se alió para restablecer la gloria de Israel. Liderados por Yehudá hijo de Yojanán, el Sumo Sacerdote de la familia de los Jashmonaim, cinco hermanos hicieron un llamado a la nación. Estampada en sus banderas estaba la palabra “macabeo”, un acrónimo de ‘Mi kamoja baelim Hashem’, palabras sacadas de nuestra sagrada Torá y que expresan reconocimiento por lo increíble que es Dios. Mucho más que una mera batalla física, esta se volvió una batalla espiritual. Gracias al coraje que ellos demostraron, ocurrió un gran milagro y la oscuridad fue repelida. Nuestro pueblo, a pesar de ser más pequeño en número, sobrevivió.

Cuando los judíos ingresaron al santuario, vieron la gran destrucción que había ocurrido. Decidieron reconstruir, reparar y rededicar el Templo. El hecho de tomar conciencia de que no había suficiente aceite como para encender la Menorá por más de un día no hizo que los jashmonaim se rindieran ante la desesperación. La Menorá fue encendida. El pequeño frasco de aceite puro se mantuvo ardiendo durante ocho días. Y mediante su luz volvimos a unirnos a la increíble travesía de nuestro pueblo.

Los ‘macabeos’ de hoy

Nuestra travesía continúa hasta hoy en día. Cuando el mundo cree que ha logrado quebrantar nuestro espíritu, que no hay suficiente aceite para encender nuestra llama interna, encontramos aquella chispa escondida y reencendemos el fuego de nuestro interior. Donde sea que estemos, ponemos nuestras janukiot en las entradas de nuestras casas o en nuestras ventanas para proclamar abiertamente el milagro de nuestra nación. El amor entre Israel y Dios no se perderá.

Cada uno de nosotros tiene la habilidad de encender una llama, de transformarse en un ‘macabeo’.

Ahora no es tiempo de ceder ante la desesperanza. Los ‘macabeos’ nos dotaron del coraje necesario para defender a nuestro pueblo. No podemos rendirnos; no podemos ceder ante la locura que nos rodea. Al igual que los ‘macabeos’ reconstruyeron y rededicaron el Templo con coraje, asimismo nosotros debemos llevar su eterna lección a nuestros corazones. Especialmente cuando nos sentimos abrumados por la destrucción que nos rodea.

Cada uno de nosotros tiene la habilidad de encender una llama, de transformarse en un ‘macabeo’. Un poco de luz puede remover mucha oscuridad. Algunos se desesperan y se rinden cuando sienten como que hubiera una sobrecogedora devastación. Nos preguntamos qué podemos hacer. Januca es nuestra oportunidad de rededicar. Buscamos nuestro recipiente personal de aceite, descubrimos nuestra chispa interna e iluminamos el mundo que nos rodea. Para algunos es una rededicación del estudio de Torá, que revela el poder de la fe. Esta festividad es una celebración para las familias. Los padres pueden utilizar esta ocasión para inspirar a sus hijos y mostrarles la belleza del judaísmo.

Los jóvenes deben motivarse a descubrir más sobre nuestra gloriosa heredad y sobre nuestros hermosos rituales. Enfrentados ante el creciente antisemitismo, el conocimiento les da fuerza para mantenerse orgullosos como judíos y para sentir pasión por su pueblo. Los demás nos apoyamos en nuestro coraje y nos expandimos a nosotros mismos, dando un paso para reconstruir un matrimonio, reparar una relación o una amistad averiada. Eso también requiere de valentía y fortalece a nuestra nación con unidad. No podemos permitirnos estar separados.

El milagro comienza cuando decidimos, al igual que los macabeos, poner a un lado el desaliento y buscar nuestra habilidad de crear luz. Incluso si esa luz parece pequeña, recuerda que incluso una sola chispa puede encender un fuego. Nunca te des por vencido. Sobreviviremos.

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