La luz de Karen

6 min de lectura

Una historia real sobre amistad y oportunidades perdidas.

Realmente quería odiar a Karen Glick.

Hubiera sido tan fácil. Era delgada y bella, con ojos grandes y un sedoso cabello castaño que lucía con un elegante corte hasta los hombros. También era inteligente e interesante, tenía un vestuario fantástico y era imposible evitar mirarla cuando pasaba. Era muy fácil entender por qué ella sobresalía dentro del grupo de las niñas populares de mi clase.

Pero era tan buena. A diferencia de algunas chicas que le prestaban atención sólo a gente selecta, Karen era amigable con todos, incluso conmigo (pese a que no era una marginada, sí estaba muy lejos de ser popular). De hecho me hablaba mucho, para bromear sobre las maestras o para preguntarme qué libros o películas había visto. Incluso me dijo dónde había comprado ese precioso vestido que deseé desde el momento en que se lo vi puesto. Cuando escribí una obra de teatro para mi clase de literatura, Karen fue una de las primeras personas que se ofrecieron para estar en ella, representando a (¿qué otra cosa podía haber sido?) una diosa griega.

Yo era incapaz de imaginar a mi obeso y torpe ser caminando de la mano con ella y sus modernas amigas.

De todos modos, entendí que nuestra interacción nunca iría más allá de los confines de nuestra escuela. Ciertamente era incapaz de imaginar a mi obeso y torpe ser caminando de la mano con ella y sus modernas amigas por el centro comercial. En realidad, ¿qué teníamos en común además de asistir a la misma escuela? Yo disfrutaba la compañía de Karen, pero no sabía si llamarnos amigas; quizás ella sólo estaba siendo amable.

Ese año fue el pináculo de las actividades sociales de nuestra clase, con un caudal de bar y bat mitzvot casi todos los fines de semana. No era raro que nos quedáramos despiertas hasta tarde en una fiesta un sábado a la noche, que durmiéramos en la casa de una amiga y que fuéramos a otra juerga el domingo por la tarde. Un día en la escuela, Karen se me acercó en medio de la clase de ciencias sociales.

—¿Vas a ir a las fiestas este fin de semana?

—Creo que sí —contesté.

—Y la del domingo es en tu sinagoga, ¿no?

—Sí.

Recordé que Karen vivía a unos 40 minutos del lugar donde sería el bar mitzvá del domingo. Iba a ser un largo viaje para sus padres después de haberla ido a buscar tarde la noche anterior.

—Deberías quedarte a dormir en casa —dije sin pensar.

Apenas salieron las palabras de mi boca ya quería meterlas de nuevo. ¿Estaba loca? ¿Realmente pensaba que Karen Glick querría dormir en mi casa? Era una invitación a la humillación. Me la podía imaginar riendo con sus amigas en el comedor: “Y luego, ¿pueden creer lo que hizo?”, diría ella, “¡me preguntó si quería ir a dormir a su casa!”, y todas reirían a carcajadas.

Pero Karen dijo: —Bueno.

Yo estaba anonadada.

Y así fue cómo me encontré en la mesa de la cocina un sábado a la noche a las 2 a.m. sumergiendo galletitas en leche chocolatada con una de las chicas más populares de la escuela. Pero lo más extraño de todo fue que no parecía para nada extraño. En unos pocos minutos, Karen y yo estábamos riendo tanto que casi no podíamos mantener el chocolate caliente en nuestras bocas. Olvidé con rapidez que ella era Karen Glick y que yo era yo. Éramos simplemente dos niñas riendo un sábado por la noche. Quizás realmente éramos amigas.

Después de eso, Karen y yo hablamos en clase y nos saludamos en los pasillos, pero nunca volvimos a quedarnos a dormir una en la casa de la otra.

Leucemia

En la primavera, Karen comenzó a faltar a la escuela. Un día aquí, un día allá, y luego dejó de ir del todo. La administración reunió a nuestra clase para decirnos que Karen había sido diagnosticada con leucemia. Iba a recibir quimioterapia, radiación y casi con seguridad un trasplante de médula, porque la enfermedad ya había avanzado a la etapa de crisis blástica. No nos dijeron que las posibilidades de que se recuperara eran pocas (nadie había sobrevivido a su tipo de cáncer), sino que nos alentaron a llamarla, enviarle cartas e incluso visitarla si sus padres decían que era un buen día para ir.

Quisiera haberla llamado. Quisiera haberla ido a visitar. Pero nunca lo hice.

En retrospectiva, quisiera haberla llamado, quisiera haberle escrito una carta, quisiera haberla ido a visitar. Pero nunca lo hice. En parte, fue mi temor a la enfermedad lo que me mantuvo lejos; no temor a enfermarme, sino a decir algo equivocado y herir sus sentimientos. La otra parte era el miedo a ser intrusiva; se había quedado a dormir en casa una vez y hablábamos amistosamente en la escuela, pero ¿éramos realmente amigas? Yo pensaba que sí, pero ¿y si estaba equivocada?

Nuestros sabios nos enseñan que una de las acciones por las que recibimos recompensa en este mundo y en el venidero es bikur jolim, visitar a los enfermos, porque al hacerlo les quitamos un sesentavo de la enfermedad. Si bien visitar al enfermo no garantiza que la persona se cure, la visita misma es un bálsamo para quien está sufriendo. Incluso si es sólo por la duración de la visita, saber que alguien los quiere lo suficiente como para visitarlos los ayuda mucho. No importa si era popular o no, ni si éramos oficialmente amigas o no, al no ir a ver a Karen perdí una oportunidad mucho mayor de lo que creí.

Karen murió menos de un año después de ser diagnosticada. Su muerte me afectó profundamente y la lamenté durante mucho tiempo. Quizás fue porque ella era joven igual que yo. Quizás fue porque era tan alegre y real, y ahora ya no estaba con nosotros. Pero creo que realmente fue porque había perdido a alguien que yo sabía, en mi corazón, que había sido mi amiga, y yo había dejado que el miedo me impidiera hacer reciproca la amistad.

En la ceremonia del entierro, la madre de Karen, Susana, contó una historia increíble sobre su hija. La fundación Make-a-Wish (Pide un deseo) se había acercado a Karen para ofrecerle la increíble oportunidad de cumplir un deseo especial, algo reservado sólo para niños con enfermedades terminales. Karen sonrió y le dijo a la mujer: "Dele el deseo a alguien que realmente lo necesite, yo no estoy tan mal". Yo entendí que Karen tenía una sabiduría que iba mucho más allá de sus 14 años. Veía más allá de lo superficial, llegando a lo real. Veía a la gente no por lo que era, sino por quién era. Esa es la razón por la que, a pesar de ser una chica popular, nunca actuó como tal.

La luz de Karen

Cuatro años después asistí a la ceremonia de entrega de premios de mi clase. No esperaba ganar nada ya que mis notas eran ridículamente bajas. En lo que sí había sobresalido era en teatro: había actuado en muchas producciones de mi escuela y en muestras regionales y me encantaba estar en el escenario. Sin embargo mi escuela no daba premios por eso. El único premio a las artes que tenían era el Premio Karen Glick, que sus padres habían fundado en su memoria para estudiantes que eran pintores o artistas talentosos.

Susana, la madre de Karen, subió al estrado para presentar el premio. "Este año hubiera sido el año de graduación de mi hija, junto a este grupo", le dijo a la audiencia, "por lo que me siento especialmente honrada al entregar este premio. Usualmente se lo damos a estudiantes que mostraron talento en bellas artes, pero este año decidimos hacer una excepción. En cambio, le daremos el premio a alguien por sus logros en dramaturgia. Felicitaciones, Rea…"

El aplauso fue como un shock eléctrico que recorrió mi cuerpo. Yo temblaba de nervio camino al estrado, mis manos temblaban mientras Susana caminaba hacia mí para abrazarme. “Mazal tov”, me dijo Susana al oído. “Karen siempre te quiso”. Luego me dio una hermosa menorá hecha a mano en vidrio multicolor, una pieza única hecha por un artista en Israel.

La esencia de Januca es ver más allá de la superficie para traer luz a la oscuridad.

Me emocioné mucho y, al mismo tiempo, sentí que la culpa que había sentido durante cuatro años se iba de mi corazón. A pesar de que si pudiera, cambiaría la forma en que me comporté, entendí por medio de este regalo y de las palabras de su madre que podía perdonarme a mí misma por no haberme acercado a Karen cuando tuve la oportunidad.

Cada Januca enciendo mis velas en la menorá de Karen, la cual coloco en un lugar especial en la ventana. La esencia de Januca es ver más allá de la superficie para extraer lo espiritual de lo material y traer luz a la oscuridad. Creo que no hay mejor manera para honrar a Karen, quien siempre vio más allá de lo superficial, que encender las velas en mi menorá, conectarme y recordarla.

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