Deja que Dios maneje

6 min de lectura

Este Pesaj deja de conducir desde el asiento del copiloto.

El martes por la mañana llamé por teléfono a mi amiga Cindy con alegría y esperanza. El lunes había sido su última cita con la jueza luego de tres largos años de batallas legales con su ex esposo, primero sobre la custodia de los niños, luego sobre los derechos de visita, y finalmente, sobre los pagos de manutención de ellos. Esperaba que Cindy estuviera tan aliviada como alguien que después de vagar por un oscuro laberinto durante años, finalmente encuentra el camino hacia la luz del sol.

"¡Se acabó!" grité alegremente por el teléfono.

"Pues no del todo". Cindy sonaba malhumorada. "Vamos a ir a juicio. Tenemos fecha en la corte para septiembre".

"¿Septiembre?" le pregunté. "¡Eso es en seis meses más! ¿Qué pasó? Yo pensé que el tema de la manutención de los niños tenía que arreglarse ayer".

"Lo mismo pensaba yo," suspiró Cindy amargamente. "Pero tuvimos que optar entre dejar la decisión en manos del juez o ir a juicio, así es que vamos a ir a juicio".

"¿Estás segura?" No podía creer que Cindy tendría que seguir viviendo sin una resolución, sin pagos de manutención para los niños por otro medio año más. "¿Qué pasó? ¿Tu ex no estaba dispuesto a dejar que la jueza decidiera?".

"La verdad es que él estuvo de acuerdo. Yo fui la que no quiso entregar la decisión a la Jueza".

Estaba sorprendida. "¡¿Él estuvo de acuerdo y tú te opusiste?! ¿Pero no era la jueza Levi, la misma que estuvo manejando tu caso durante todo el tiempo?".

"Sí, es la misma Jueza", afirmó Cindy.

"¡Pero tú le caes bien a esa jueza! Durante todo el caso ha fallado a tu favor en cada punto. Y definitivamente a ella no le gusta tu ex. ¿Por qué no la dejas decidir a ella?".

"Pues no es tan simple. Si dejamos que ella decida, su decisión es definitiva. No tenemos derecho a apelación. Si vamos a juicio y no nos gusta su decisión, siempre podemos apelar a una corte más alta".

"¡Pero tú le caes bien!". Repetí incrédulamente. "Ella te dará un dictamen justo".

"Pues no estoy tan segura", respondió Cindy dudosamente. "Algo pasó anoche que me está haciendo cuestionarme si debo confiar en ella o no. Una persona me regaló una entrada para la Ópera de Tel Aviv. Nunca antes había asistido. En el baño durante el intermedio, ¿con quien me encuentro? ¡Con la Jueza! Por supuesto, ella no podía decirme nada, pero me sonrió con una sonrisa muy amorosa. Desde entonces, he estado cuestionándome si debería confiar en ella y dejarla tomar la decisión".

Dejar a la Jueza Decidir

Dejar al Juez Celestial – es decir, a Dios – decidir, es uno de los desafíos espirituales mas difíciles que debemos enfrentar. Dios dice explícitamente que el único propósito del Éxodo de Egipto es que Él se convirtiera en Dios para nosotros. "Yo soy el Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto para ser un Dios para ti" (Números 15:41).

Dios es el máximo controlador del universo y de todo lo que hay en él. Cuando entregamos el control a Dios, le permitimos a Dios ser Dios. Cuando tomamos nuestra voluntad e intentamos alinearla con la voluntad Divina, diciéndole sinceramente a Dios, "Está bien, esta no es la forma en que yo lo quería, pero es la forma en la que Tú lo quieres, y haré de Tú voluntad mi voluntad", entonces Dios se convierte en Dios para nosotros.

Para la mayoría de nosotros al estar obsesionados con el control, sería más fácil escalar el monte Everest con nuestras manos atadas a la espalda. Estamos dispuestos a dejar que Dios sea Dios en la escala cósmica – crear el universo, mantener a los planetas rotando en sus orbitas, etc. Pero cuando se trata del microcosmos, de nuestro propio territorio, en casa, en el trabajo, con nuestra familia y amigos, le usurpamos a Dios el control Divino diariamente, o a veces por horas.

La semana pasada necesitaba comprar un medicamento para mi hijo. Apenas salí manejando de la Ciudad Vieja de Jerusalem me encontré con un tráfico interminable.

"A este paso, va a tomarme una hora llegar a la farmacia y volver", pensé. "Mejor me aseguro de que tengan el medicamento en la farmacia antes de perder toda una hora".

Llamé a mi marido desde mi teléfono celular y le pedí que buscara el teléfono de la farmacia y los llamara para asegurarse de que tuvieran el medicamento. Unos cuantos minutos después – y quizás unos 20 metros – me llamó de vuelta para decirme que lo tenían en la presentación de 250 mg. ¿Qué dosis necesitábamos? Revisé la receta. Si, 250 mg., pero mejor me aseguro. Mi marido me dio el número telefónico de la farmacia y llamé, hablé con la misma farmacéutica, la única de turno en esa pequeña farmacia. Sí, lo tenían.

Media hora más tarde, habiendo avanzado a paso de tortuga por el tráfico, llegué a la farmacia. Luego de esperar en la fila por diez minutos, le entregué la receta a la farmacéutica. Ella la miró y comentó, "Ah si, su marido llamó y usted también". Comenzó a abrir y cerrar cajones y luego de varios minutos regresó con la receta al mostrador.

"No lo tenemos", dijo.

"¿Qué?" Casi chillé. "¡Pero llamamos por teléfono! ¡Dijiste que lo tenían!".

"Sí, lo teníamos", dijo ella sin remordimiento. "Teníamos dos paquetes, pero ha entrado gente desde que usted llamó. ¿Esperaba que lo guardara para usted?".

Todo el camino a casa en el tráfico, medité acerca de la irritante realidad de que sin importar cuán organizada, eficiente, minuciosa y razonable yo sea, no puedo controlar el mundo. Ni siquiera puedo controlar la compra de un pequeño medicamento.

Dios controla el mundo. La mayoría del tiempo, según mi humilde estimación, Él hace un gran trabajo. (Escribo éstas palabras sentada en el jardín de una amiga, entre los tulipanes naranjas y rojos y las rosas rosadas y blancas). Pero algunas veces cuando tengo una idea de cómo deberían salir las cosas de ser perfectas, Dios lo considera de forma diferente. Esa es la oportunidad de dejar a Dios ser Dios.

¿Alguien reconoce los siguientes escenarios?

  • Te pasas tres meses planificando las vacaciones soñadas para tu familia, y entonces, uno de los niños se enferma.
  • Te quedas encerrado afuera de tu casa y la vecina que tiene tu llave de repuesto está de vacaciones.
  • Preparas una presentación espectacular para un cliente potencial, pero no consigues el trabajo.
  • Hiciste todo lo que decía el libro, pero aún no logras que tu hijo se acueste a la hora que deseas.
  • Tienes el tiempo justo para llegar a encontrarte con una amiga – o una cita a quien tratas de impresionar – en la boletería. Diez minutos antes de que comience el espectáculo, el auto no enciende, tu madre llama con una emergencia o tu mascota se fuga por la puerta y no quiere regresar.

Cada vez que las cosas no salen como quisiéramos, tenemos la opción de elegir nuestra respuesta. Podemos frustrarnos, enojarnos, amargarnos, deprimirnos, o podemos dejar que Dios sea Dios.

Entregar el control no significa dejar la responsabilidad. El judaísmo nos obliga a planear cuidadosamente las vacaciones, preparar la presentación, establecer límites para nuestros hijos y llegar a una cita a la que nos comprometimos. Pero a veces (¡a menudo!) a pesar de nuestros esfuerzos, las cosas salen mal. Estas son las ocasiones en que estamos literalmente compitiendo con Dios por el control.

El prerrequisito para entregarle a Dios el control, es confiar en que Él hará lo mejor para nosotros. Frecuentemente, como Cindy, sin importar cuantas veces el Juez haya fallado a nuestro favor, tenemos miedo de confiar en Él. Los grandes milagros del Éxodo fueron pensados para ser como el encuentro de Cindy con la Jueza en la ópera. De la misma forma en que la sonrisa amorosa de la jueza Levi reveló el mensaje de que ella realmente se preocupaba por Cindy, los milagros del Éxodo fueron hechos para convencernos, de una vez por todas, del inmenso amor que tiene Dios por nosotros.

"Déjame Conducir a Mí"

A diferencia de otras festividades del calendario judío, las cuales nos demandan un gran esfuerzo espiritual si queremos tomar parte de las experiencias especiales que ofrecen, Pesaj es un regalo. La redención de Egipto, nos dicen, ocurrió no porque los esclavos israelitas la merecían, sino porque ellos clamaron a Dios en su desesperación. Su liberación sólo requirió que se entregaran a la voluntad de Dios haciendo el sacrificio de Pesaj (que simboliza la adhesión) y que siguieran a Dios al desierto, sin tener ninguna idea de qué comerían o beberían en el infértil terreno entre Egipto y la Tierra Prometida.

Cada año en Pesaj se aplica la misma dinámica. Pesaj es el tiempo para escuchar a la voz Divina diciendo, "Déjame conducir a Mí". Esto no significa que debemos acomodarnos en el asiento del copiloto y echarnos a dormir. Lo que significa es que debemos dejar de ser, para Dios, conductores desde el asiento del copiloto.

Alguien que conduce desde el asiento del copiloto se sienta en el asiento del acompañante pronunciando incesantemente ordenes: "¡Anda más lento!" "¡Dobla aquí a la derecha!" "¡Cuidado con esa persona tratando de cruzar la calle!" Y cuando el auto de adelante frena repentinamente, el que conduce desde el asiento del copiloto pisa fuertemente el freno. Sólo que no hay freno en esa parte del auto.

De forma similar, la mayoría de nosotros conducimos por la vida presionando nuestro pie contra el freno o el acelerador, o apretando fuertemente el volante, cuando no hay freno, acelerador ni volante en nuestro lado humano del auto. Todos los aparatos de control están del otro lado, y Dios está en el asiento del conductor.

De acuerdo al pensamiento judío, el único poder que posee el ser humano es el poder de elegir entre el bien y el mal. Todo lo demás es dirigido por el Único Dios, la única Fuerza real en el universo.

Para acceder al poder de liberación especial de Pesaj, necesitamos dejar de intentar controlar nuestro mundo y confiar en Dios para que haga el trabajo. El momento óptimo para esto es el Seder, mientras estamos comiendo el Afikoman, la matzá que viene después del postre y simboliza el sacrificio de Pesaj. Mientras comes la matzá, en silencio y sin distracciones, habla con Dios en tu corazón y dile: "Yo realmente quiero alinear mi voluntad con Tu voluntad". Nunca probarás una libertad tan especial.

 

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