Purim y las casualidades

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¿Cómo encontrar a Dios?

Es una pregunta que me suelen hacer. Muchas veces las personas acuden a mí como rabino y con toda sinceridad me preguntan: “¿Cómo puedo encontrar a Dios?”.

Yo les digo que en realidad no es tan difícil. Lo único que tienen que hacer es convertir las “casualidades” en “Purim” y se darán cuenta de la respuesta.

Permítanme explicar.

Una casualidad se refiere a esos momentos que simplemente no tienen sentido desde una perspectiva estadística.

En nuestras vidas, una casualidad se refiere a esos momentos que simplemente no tienen sentido desde una perspectiva estadística: Necesitamos desesperadamente hablar con alguien a quien no hemos visto en una década, no tenemos idea de cómo contactarlo y repentinamente, de la nada, esa persona nos llama por un asunto totalmente diferente; estamos en estado de pánico porque hay cierta información que tenemos que saber e increíblemente descubrimos que está en el mismo libro que acabamos de agarrar por accidente; tenemos un amigo que está desconsolado porque perdió su avión pero que en el vuelo siguiente se encuentra sentado junto a una extraordinaria mujer que evidentemente es su alma gemela.

La palabra “casualidad” tan sólo describe estas “ocurrencias fortuitas”, no las explica. ¿Cómo puede ser que lo imposible ocurra tan a menudo, que lo inexplicable juegue un rol tan frecuente y prominente en nuestras vidas?

La respuesta es la clave de Purim, y su mensaje nos permite encontrar un sentido espiritual en los aparentemente irracionales eventos de nuestras vidas.

El Libro de Ester es el único libro de la Biblia que no menciona a Dios ni una sola vez. Es una historia llena de coincidencias, giros inverosímiles de eventos e improbables incidentes que ocurren uno tras otro en un crescendo de ocurrencias incluso más improbables, las cuales en su conjunto generaron el fracaso del intento de genocidio que pretendía el enemigo del pueblo judío.

Mordejai y Ester parecieran ser el héroe y la heroína de este increíble cuento. Sin embargo, sabemos que fue Dios quien dirigió todo desde arriba y a quien el pueblo judío sigue ofreciéndole alabanza por su extraordinario milagro.

¿Dónde estaba Dios? Él enmascaró Su presencia en el disfraz de la casualidad, lo cual hasta este día es conmemorado por los judíos alrededor del mundo a través de la significativa costumbre de vestir una máscara en Purim.

Purim es la fiesta en la cual la presencia de Dios puede ser detectada si somos lo suficientemente sensibles a las pistas que nos va dejando mientras nos guía día a día. Los sabios del Talmud nos dicen que esta fiesta es la única que está destinada a durar por siempre, incluso a pesar de que todas las otras fiestas conmemoran milagros mucho más grandiosos, obvios y públicos. ¿Por qué es eso? Porque Dios prefiere que nosotros lo encontremos a Él en vez de imponer vividamente la realidad de Su existencia sobre nosotros.

Una casualidad es Dios susurrándonos; es Su tranquila voz que nos llama a estar concientes de Su presencia.

Cada uno de nosotros tiene inexplicables “momentos de Purim”, los cuales no hacen estar concientes de la presencia de Dios y sólo entonces adquieren sentido los extraños acontecimientos que nos ocurren.

El susurro de Dios para mí

Una de las experiencias más memorables de mi vida me demostró esta verdad de forma personal. En un viaje a Europa oriental para visitar los lugares donde vivieron mis ancestros y los campos de concentración en los que falleció gran parte de mi familia, pasé un Shabat por la mañana en una sinagoga en Varsovia y fui lo suficientemente afortunado para ser uno de los siete llamados para una aliá.

La costumbre es que las personas a quienes se les da una aliá hacen una promesa pública de dar una donación a la sinagoga. Cuando concluí mis bendiciones, me invadió un sentimiento de emoción al darme cuenta de dónde estaba y de cuántos grandiosos líderes judíos deben haberme precedido parados en ese mismo lugar, y sentí la necesidad de hacer una contribución generosa. Pero dudé porque no quería parecer como un rico turista estadounidense que avergonzaba a las otras personas cuyas contribuciones estaban limitadas por su pobreza.

Como resolución decidí que una promesa de $36 dólares sería lo adecuado, suficiente para ser significativo como regalo y no exorbitante como ser una expresión de ego. Apenas fue anunciada la promesa los congregantes exhalaron con asombro. Parecía que $36 dólares era una buena fortuna en la moneda de zlotys polacos. El presidente se acercó rápidamente a mí y me preguntó dónde me estaba quedando y si estaría bien que un comité fuera a mi hotel inmediatamente después de que acabara Shabat para recoger esa generosa donación. Por supuesto que acepté y a los cinco minutos que había acabado Shabat, un comité de tres personas apareció en el vestíbulo y me pidió que cumpliera mi promesa. Les entregué feliz el dinero y me sentí muy complacido de haber tenido el mérito de poder realizar una buena acción, una mitzvá.

Más tarde mi esposa y yo nos preguntamos dónde podríamos ir a pasear un sábado por la noche en Varsovia. El conserje nos dijo que había un casino en las instalaciones y que esa era prácticamente la única actividad disponible para nosotros.

Me había ganado el premio mayor y llenaba balde tras balde con mis ganancias.

Siendo un novato en las apuestas, paré en la primera máquina tragamonedas que vi y deposité una moneda por diversión. Lo que siguió fue indescriptible. Se encendieron luces, sonaron campanas, las personas en la habitación pararon lo que estaban haciendo para ver qué había ocurrido. Yo me paré sorprendido a medida que el dinero seguía saliendo de la máquina. Me había ganado el premio mayor y llenaba balde tras balde con mis ganancias. Inmediatamente entendí que debía haber usado mi cuota de buena suerte esa noche y fui a cobrar mi premio.

La cajera pasó todas las monedas por su maquina de contar y finalmente llegó a un total. La suma que ella me dijo fue asombrosa y por un momento pensé que me había convertido prácticamente en millonario. Lo que me había olvidado es que la cantidad que ella me dijo estaba en moneda polaca, zlotys. Ansiosamente le pregunté: “¿Cuánto es eso en dólares?”.

Después de calcular rápidamente, ella respondió: “Unos 36 dólares”.

Durante años yo había aconsejado que lo que sea que demos eventualmente regresa a nuestras manos. Pero esta vez Dios lo dejó tan absolutamente en claro que mi contribución fue recompensada por su equivalente exacto.

Dios quería que yo supiera con certeza sobre Su constante presencia en cada lugar en donde los descendientes de Hamán buscaron destruir a Su pueblo. Para hacer eso, Él dejó una pista que era inconfundible. Y eso es lo que Él continúa haciendo de tantas formas diferentes; sólo tenemos que ser lo suficientemente sabios para entenderlas. Porque realmente no tenemos que luchar para encontrar a Dios. Él está tan ansioso como nosotros —o incluso más— por encontrarnos y fortalecer nuestra relación con Él.

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