Problemas de traducción

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Los cirujanos no confían en los textos de estudio traducidos en China. El mismo principio aplica a la Torá.

Recientemente le compramos a nuestros hijos un juego de “Combate Naval”. En realidad, les compramos un juego “Combate Marino”, una de esas imitaciones hechas de a millares en las grandes fábricas de China, y vendidas en las cadenas locales de jugueterías a mitad de precio.

“Combate Marino” decía la caja en letras grandes, es un “Chistoso Juego de Dos Personas”. Debo admitir que tenían razón en lo de “chistoso”, al menos en lo referente a las instrucciones en español que incluían perlas como: “Los jugadores dispondrán cinco piezas de buques de guerra en la peana de la caja de acuerdo a su plan propio, pero no conectes los buques de guerra en una línea recta horizontalmente o verticalmente sólo, y no establezcas los buques de guerra fuera de las coordenadas”.

Mientras estaba ocupada buscando el significado de la palabra “peana”, mi esposo continuó leyendo que “Si golpeas a tu antagonista, puedes seguir ofertando”. Mis hijos seguramente se hubieran deleitado por la idea de darle un golpe al otro jugador, pero afortunadamente no entendieron una palabra de lo que estábamos leyendo.

Yo me imaginé a un desafortunado escritor técnico sentado en su computadora en el Lejano Oriente, condenado con su diccionario de idiomas mientras intentaba encontrar la traducción más precisa de la palabra en chino para “oponente” (antagonista) o “la base del tablero” (peana).

Instrucciones para la Vida

Habiendo vivido en Israel ya por casi tres años, mi hebreo ha llegado muy lejos. Puedo leer un artículo del periódico, conversar con un taxista y hablar con mis clientes en el trabajo, todo en hebreo. Sin embargo, conozco mis limitaciones. Como terapeuta comunicacional, trato desórdenes de articulación, de voz y orales-musculares. Pero no voy a tratar desórdenes de lenguaje. No en hebreo, no con el nivel lingüístico promedio de una persona de cinco años. Mi vocabulario y mi sentido innato de estructura gramática no son lo suficientemente precisos.

Si se requiere un cierto nivel de fluidez y experiencia incluso para traducir correctamente las instrucciones de un juego de niños, cuanto más es necesario cuando se traduce un documento de importancia vital. Imagina que a un escritor chino se le ha asignado traducir un texto de estudio de medicina del que estudiarán los futuros doctores. La peana de mi estómago de repente ya no sentiría un cosquilleo.

Los principios de la Torá son aplicados incluso en el mundo de la tecnología, la medicina y la industria.

Cuando Dios nos entregó la Torá hace 3,300 años, estaba entregando el documento más importante de la historia. Para cada persona, en cada lugar, en cada momento, la Torá es la guía máxima para la vida. Dios, en Su infinita sabiduría, determinó que este manual debía ser entregado en forma abreviada –con los principios claramente establecidos, permitiendo ser aplicada al constantemente en expansión mundo de la tecnología, la medicina y la industria. Dios eligió este método para poder mantener a la Torá viva, fresca y dinámica — no una enciclopedia formal llena de polvo en un estante.

Entonces para extraer todos los tesoros de la Torá necesitamos un traductor, alguien que tenga un entrenamiento especial para saber cómo extraer las numerosas lecciones que pueden estar contenidas dentro de unas pocas palabras.

¿Quién debería ser elegido para tal trabajo? ¿El traductor de “Combate Marino”? ¿Qué tal alguien como yo, cuyo hebreo es razonablemente fluido? No, no es suficiente. ¿Y alguien para quien el hebreo es su lengua madre? Uno podría ser capaz de traducir las palabras una a una, pero no de aplicar los principios detrás de las palabras – es decir, captar los matices para expresar las ideas de manera significativa. Chistoso juego dos personas, ¿ah?

Al igual que yo esperaría que el traductor de un texto de estudio sobre medicina sea versado en medicina, con seguridad tampoco me conformaría con nada menos que el experto más grande cuando se trata de instrucciones para la vida. Esta habilidad es adquirida mediante una inmersión total en el estudio de Torá hasta que se convierte en el aire mismo que uno respira, asociado a un compromiso personal absoluto al cumplimiento de las tradiciones de nuestro pueblo, y a la voluntad de cargar el peso de la historia sobre los hombros. Maimónides explica que un sabio judío debe poseer siete cualidades: sabiduría, humildad, temor a Dios, aversión al materialismo, amor por la verdad, personalidad agradable y una reputación intachable.

El rabino Moshé Feinstein fue un hombre grandioso y humilde que vivió en un pequeño departamento en Nueva York. Cuando nacieron mellizos siameses en Philadelphia, el Jefe de Cirujanos del hospital (que era el Dr. Everett Koop, luego fue Cirujano General de los Estados Unidos) le dijo al equipo de 20 profesionales médicos:

“La ética y moral involucradas en esta decisión son demasiado complejas para mí. Creo que también son demasiado complejas para ustedes. Por lo tanto me remití a un anciano rabino de Nueva York (el rabino Feinstein). Es un gran erudito, un individuo piadoso. Él sabe cómo responder a preguntas como esta. Cuando me diga, yo también sabré”.

Es precisamente en la época de Shavuot (el aniversario de la recepción de nuestra Torá), que aprecio más que nunca a los transmisores de nuestra tradición. Después de todo, ¿en dónde estaríamos sin ellos?

Sin dudas, rascándonos la cabeza, mientras dispondríamos nuestros buques de guerra en nuestras peanas, sufriendo aún por los golpes de nuestros antagonistas.

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