Las Palabras de Dios: Las primeras dos declaraciones de los Diez Mandamientos

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Ningún día en la historia se asemeja, en la magnitud de su significado, al día de Shavuot. Fue un día en que todas las suposiciones con respecto a la vida y su propósito, fueron alteradas irrevocablemente.

La fecha era el 6 de Siván de 2448 de acuerdo al calendario judío o 1312 AEC. Más de tres mil años han pasado desde esa fecha – la única experiencia pública, ampliamente reconocida, con Dios en la historia humana.

En mi infancia Charlton Heston era mi Moisés. El efecto de ver un elenco de miles, máquinas de viento replicando la apertura del Mar Rojo, y Anne Baxter aportando una interesante y claramente no-bíblica segunda trama, tenían el efecto de poner una apariencia opaca de mitología y kitsch sobre todo el evento.

Sólo más adelante en mi vida, fui capaz de quitarme de encima esa película lo suficiente como para darme cuenta de que los (reales) Diez Mandamientos son las declaraciones más determinantes de moralidad espiritual que hayan sido articuladas.

Para encontrarse con Dios en este nivel de intimidad, los judíos tuvieron que abrirse a sí mismos al punto de ser capaces de declarar: "haremos y luego escucharemos". Ellos estaban dispuestos a aceptar las acciones que Dios ordenó antes de buscar comprenderlas intelectualmente. Ellos tuvieron que someter su voluntad a la voluntad de Dios, y adorarlo, en vez de adorar a sus mentes y corazones.

Cada una de las diez declaraciones abre una puerta que mueve a una persona más allá del ego, del deseo, y de la subjetividad. El Maharal nos dice que mientras que estos mandamientos no son "más" importantes que cualquier otro – ¿bajo que escala podría cualquier humano intentar imponer jerarquía de significado cuando estamos hablando de la voluntad de Dios? – son sin embargo, únicos. Esto es debido a que nos proveen la esencia de los otros 603 mandamientos.

Son las palabras más importantes que escucharemos alguna vez. Los primeros dos mandamientos tienen un significado especial. Ellos fueron entregados directamente por Dios, sin que Moisés actuara como intermediario. Examinémoslos más cuidadosamente.

El Primer Mandamiento

El primer mandamiento dice:

Yo soy el Señor que te sacó de Egipto, de la casa de esclavos.

Parece a primera vista ser una declaración, más que una orden. El imperativo que surge de este mandamiento es que venimos a reconocer que la existencia de Dios no depende de nuestra voluntad de servirlo. No dice "Conócelo" o "Sírvelo", porque Su esencia no se altera con nuestras respuestas a Su presencia.

Una vez que dejamos a la verdad de esta afirmación penetrar profundamente, nuestra relación con toda la Torá cambia. Dios no tiene necesidades. Nosotros las tenemos. Todos nosotros anhelamos la trascendencia y el significado.

Cuando examinamos todo lo que este mandamiento implica, podemos descubrir los medios para alcanzar ese fin.

Yo soy el Señor...

El nombre Divino pronunciado como "Señor" es el tetragrámaton. Las letras en hebreo que componen este nombre son las mismas que forman los tiempos verbales del hebreo. "Él es, Él fue, y Él será". Su compasión inalterable puede tomar formas infinitas, pero Su presencia trasciende e impregna todo lo que vemos, oímos o tocamos. Una vez que sabemos esto podemos buscarlo en cada experiencia posible.

Tu Dios...

La palabra en hebreo para Dios, Elokim, significa literalmente "señor de las fuerzas". Dios reveló Su presencia ante nosotros a través de Su creatividad. Cada creación, en cierto sentido, tiene Su firma grabada en ella. El vívido y vigoroso carácter de la naturaleza nos atrae tan intensamente, que le permitimos que nos distraiga de su creador. Cuando vemos una impresionantemente y llamativa puesta de sol podemos dejar que ella abra nuestro corazón, o podemos mirar nuestro reloj y tomar nota del hecho de que el día está llegando a su fin.

La palabra Elokim tiene la misma guematria o valor numérico que la palabra ha-teva, "naturaleza". Dios está presente no solamente cuando Él revela su presencia. Él esta ahí cuando Él oculta su presencia a través de la naturaleza, y nos desafía a Descubrirlo, y de ese modo, descubrirnos a nosotros en nuestra forma más elevada y eterna.

Que te sacó de Egipto...

Dios no sólo está presente, Él está involucrado. Hay veces en las que nos cuestionamos, "¿Dónde está Dios?". Esta pregunta toma tantas formas como caras tiene la tragedia. La respuesta es siempre la misma. Él está y estaba aquí. La palabra para Egipto es Mitzraim, que literalmente significa "aprietos" o "límites". Hay momentos en que nos sentimos como si nos estuviéramos ahogando. No hay ningún lugar para acudir por ayuda ni para refugiarse. Es en esos momentos que podemos acercarnos más a Dios, mientras reconstruimos nuestra conexión con Él sobre las ruinas de nuestros egos destrozados.

Cuando confrontamos nuestra fragilidad sin pestañar o escondernos, podemos trascender las limitaciones de la incesante devoción de nuestro deseo de controlar los eventos.

De la casa de esclavos...

Ningún esclavo se había escapado de la estratificada sociedad que era el Antiguo Egipto. Las plagas que obligaron a los egipcios a conceder la libertad a los israelitas, demostró no sólo que Dios está conciente del sufrimiento humano y dispuesto a intervenir, sino también que Él es capaz y está dispuesto a romper las leyes de la naturaleza que Él estableció.

Una vez que sabemos esto, la palabra "imposible" deja de tener significado. Mientras que es indiscutiblemente verdad que algunos resultados tienen mayor probabilidad de ocurrir que otros, las leyes de la naturaleza son, en un análisis final, sólo creaciones. Sin importar cuan esclavizados estemos a "amos" externos o internos, siempre hay una razón para tener esperanza.

Cuando reconocemos que Dios es el lugar en que el mundo existe, y que Él está involucrado y es libre de las leyes de la naturaleza, y que nunca vacila en Su compasión, entonces cambios inmensos ocurren en nosotros. Nuestro miedo del mundo y de nosotros mismos se apacigua. Buscamos una conexión con un Dios que está presente en cada célula de nuestro cuerpo.

Los medios a través de los cuales hacemos que esta conexión se produzca son el cumplimiento de los mandamientos positivos.

El Talmud nos dice que cuando escuchamos el primero de los Diez Mandamientos estábamos dispuestos a aceptar todos los 248 mandamientos positivos. Esta suma es igual al número de miembros y órganos del cuerpo. Cada parte del cuerpo provee al alma con un medio de expresión tangible; ninguna está en guerra con el alma. Esta idea es de las nociones más originales de la religión judía. El cuerpo en vez de ser una fuente de alejamiento de Dios, es un medio para tomar nuestro anhelo espiritual por Él y darle un medio físico y concreto de articulación.

El número 248 también es igual al valor numérico de la palabra Abraham. Fue él quien resolvió la paradoja que la realidad física crea para tantos buscadores. En vez de escapar de las limitaciones impuestas por vivir en un mundo material, él las utilizó para que actuaran como un puente hacia Dios.

Es por esta razón que la Torá narra la historia de la hospitalidad de Abraham hacia sus invitados con tanto detalle. No es para dejarnos con la sensación de que hemos conocido al tipo más bueno de todo Ur Kasdim. Es para entregarnos una nueva definición de cómo relacionarnos con Dios utilizando la realidad física como un medio.

El Segundo Mandamiento

El segundo mandamiento dice:

No tendrás otros dioses delante de Mí.

Esta afirmación nos obliga a preguntar: ¿Hay o no hay otros dioses? Y si los hay ¿Por qué no podemos adorarlos? Y si no los hay, ¿por qué mencionarlos?

La respuesta se encuentra en la formulación – elo--him ajerim, "otros dioses". La palabra Elokim debería utilizarse solamente para Dios mismo.

La triste realidad es que más que subir nuestro nivel de conciencia al punto de vivir minuto a minuto bajo la presencia de Dios, tendemos a intentar descender a Dios a nuestro nivel.

Cuando estudiamos los mitos concernientes a los ídolos que jugaron un rol tan dominante en la historia (y que no están exentos de paralelos contemporáneos), no podemos evitar darnos cuenta de que hay representaciones de todo lo que idealizamos en nosotros mismos. En los sistemas de creencia panteísticos, lo que era adorado es lo que podemos describir, observar y definir.

Por lo tanto, el mandamiento de no adorar ídolos, nos confronta con nuestra tendencia de escapar de Dios, divinizando nuestros deseos y a nosotros mismos. Limitamos nuestro sentido de realidad a aquello que podemos ver. No hay espacio para el crecimiento en una religión idólatra. Sólo hay espacio para el ego y el deseo.

Cuando escuchamos este mandamiento realmente, atravesamos cada barrera posible que el ego puede poner – al menos, por el momento. No podemos servir a ninguna otra fuerza, ni tolerar ningún obstáculo en nuestra búsqueda de Dios.

Este mandamiento es la fuente de los 365 mandamientos negativos. Cada mitzvá negativa tiene un paralelo con uno de los días del año del calendario solar. Cada día nos presenta nuevos desafíos. Podemos escapar de ellos redefiniendo la ley religiosa, o podemos definirnos a nosotros mismos a través de nuestro rechazo a cada posible tentación.

Los dos primeros mandamientos son comparados con los besos de un amante descritos en "El Cantar de los Cantares" del Rey Salomón. El primero es el beso de conexión; el segundo, el beso de exclusividad. Que este Shavuot despierte nuestra pasión por Dios. Que podamos aceptar la Torá, como nunca antes lo hicimos.

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