Compartiendo el regalo de la Torá

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Shavuot me recuerda la razón por la cual agradezco tener a la Torá en mi vida.

“Sólo dales las respuestas equivocadas”, me murmuró mi compañero de laboratorio en medio de un experimento largo y tedioso. Era mi penúltimo año en la universidad y la clase de química orgánica era agotadora. El ambiente era tan competitivo que mi compañero de laboratorio, que siempre había parecido una buena persona, quería que le mintiera al resto del grupo.

“De ninguna manera, no les daré respuestas equivocadas. Deberíamos ayudarlos”.

Me miró como si yo hubiera salido de otro planeta. “¿Ayudarlos? ¿Por qué? ¿Quieres ser buena o exitosa?”.

Yo apoyé mi cuaderno, lo miré directo a los ojos y contesté: “Quiero ambas cosas”.

Pensé en eso hace poco, mientras me ponía al día con una amiga cuya vida había tomado una dirección muy distinta a la mía. Se sentía perdida y confundida, en un mundo en el cual los límites de la moral son cada día más turbios. Al igual que en aquella experiencia en el laboratorio de la universidad, en la actualidad es difícil creer que podamos ser amables y ambiciosos al mismo tiempo, que podamos ser fieles y exitosos al mismo tiempo, que podamos luchar por la justicia siendo al mismo tiempo compasivos.

Sin embargo, debemos saber de lo que somos capaces. Es difícil recordar que estamos haciendo lo correcto cuando pareciera que todos los demás están haciendo otra cosa.

Yo tengo la Torá para obtener esa claridad, esa sabiduría, esa confianza de saber que puedo ser amable y exitosa a la vez; que en aquella ocasión gané tanto más diciendo la verdad de lo que hubiera perdido mintiendo.

Con Shavuot a la vuelta de la esquina, estuve pensando en lo agradecida que estoy por eso; por tener a la Torá en mi vida. La Torá me enseña sobre mis antepasados y sobre cómo continuar por el camino que ellos trazaron. Me muestra cómo seguir intentándolo cada vez que quiero renunciar. Me da la fortaleza necesaria para enfrentar mis debilidades. Me ha enseñado qué buscar en un marido y me da las pautas para crear luz en mi hogar y nutrir a mis hijos con suavidad y calidez. La Torá me da la paz de Shabat que corona mi semana y renueva mi energía, y la sabiduría para saber cuándo dar un paso atrás y cuándo uno adelante.

La Torá me da la claridad para distinguir lo bueno de lo malo y llena mi vida de dignidad. Me da el coraje para exigirme a mí misma, para cambiar, para crecer y ha implantado en mí la motivación para ver al mundo con apreciación y gratitud, para reconocer que cada día Dios me da todo lo que necesito. La Torá me da la fe que me empuja a través de los momentos más difíciles y la sabiduría para ver que este mundo no es todo lo que hay. Le da significado, propósito y trascendencia a mi vida. Me ha dado el privilegio de ser parte del pueblo judío. Y por sobre todo, la Torá me permite encontrar la verdad en mi interior y me ayuda a buscarla en el mundo que me rodea.

En Shavuot, nos erguimos de nuevo en el Monte Sinaí y recibimos el regalo de la sabiduría de Dios, la oportunidad de sumergirnos en su conocimiento infinito. Celebramos la dulzura de la presencia de la Torá en nuestras vidas, permaneciendo despiertos toda la noche y estudiando sus secretos. En Shavuot recordamos lo afortunados que somos como pueblo por haber recibido esta fuente de verdad y lo crucial que es que cada uno de nosotros —a su manera— la utilice para iluminar el mundo que nos rodea. Porque, como aprendí hace bastante tiempo en aquel laboratorio, cuando tienes respuestas, lo apropiado es dirigirte a quien está a tu lado y compartir lo que sabes.

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