Cuando elegir a Dios no es algo práctico

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¿Vale la pena tener una relación con Dios? Shavuot nos da la respuesta.

Recientemente conocí a una mujer que estaba devastada porque su único hijo se había casado con una mujer no judía. Compartió conmigo lo que ella consideraba que había sido el punto de inflexión de su vida. Su marido y ella vivían felizmente en Nueva York, cuando a él le ofrecieron un trabajo con el doble de salario y el cuádruple de prestigio de lo que tenía en ese entonces. El único contra era que tendrían que mudarse a una pequeña ciudad sin población judía.

“En ese entonces, mi hijo tenía unos cinco años de edad. Mi marido y yo analizamos la decisión durante semanas. ¿Queríamos abandonar a nuestras familias y la vida de una gran ciudad? ¿Cómo nos acostumbraríamos a una nueva cultura? ¿Qué perderíamos y qué ganaríamos?”.

“Entre nuestras muchas consideraciones, también pensé en que nuestro hijo no tendría amigos judíos y crecería sin ningún tipo de refuerzo para su judaísmo. Recuerdo pausar mientras hacía mi lista, y escribir eso enérgicamente en el lado de las desventajas. Pero fue rápidamente superado por todas las ventajas”.

“En la noche en que mi marido envió su aceptación formal de la oferta, descorchamos una botella de champaña y brindamos por nuestra excitante nueva aventura. Poco sabíamos que en realidad estábamos brindando felizmente por la culminación de la larga línea de ilustres antepasados judíos a ambos lados de nuestras familias, y cuyo final llegaría con la decisión de mi hijo de hacer lo completamente entendible: casarse con una increíble mujer no judía, a quien había conocido en su universidad predominantemente no judía, después de una infancia sin judaísmo en una cultura no judía”.

“Esa pequeña voz que me había molestado tantos años porque mi hijo no tenía amigos judíos, esa débil desazón de mi alma judía, fue ahogada por la voz de la razón (no renuncies a tan buena oportunidad), la voz de la comodidad (quizás estará bien) y la voz de la practicidad (lo enviaremos a estudiar judaísmo los domingos)”.

Que tenga sentido no es lo principal

Una relación con Dios muchas veces es algo poco práctico. Puede exigirnos renunciar a una excelente oportunidad laboral para no traicionar nuestro sistema de valores. Hace poco, una amiga mía dejó un excelente trabajo porque la cultura de cinismo y chismería la estaba destruyendo. Puede exigirnos a dar el diez por ciento de nuestros ingresos a caridad, cuando nuestro presupuesto es apretado para nuestra propia familia y no sentimos deseos de ser generosos. Hubo ocasiones en nuestra historia en las que elegir una relación con Dios significó enfrentarse a inquisiciones y cruzadas.

Y además de la falta de bombos y platillos —así como de beneficios—, elegir una relación con Dios no garantiza una vida rodeada por una “nube de gloria”. No es sólo que el mundo ignora nuestra heroica decisión, sino que nosotros mismos podemos olvidar con facilidad la razón por la que elegimos estar en esta difícil situación. La claridad momentánea que alimentó nuestra decisión de coraje muchas veces se marchita en la avalancha de la rutina, el olvido y las suposiciones.

Vive la diferencia

El Libro de Rut, que leemos en Shavuot, también se trata sobre las dificultades de elegir una relación con Dios. Rut y Orpá, hermanas y princesas moabitas que se habían casado con hermanos judíos, acompañaron a Naomi de vuelta a Kenaán. Sin embargo, sólo Rut continuó con Naomi. En la frontera, Naomi convenció a Orpá para que volviera a Moav. “Tiene sentido”, explicó Naomi. Ir con Naomi no presentaba un beneficio práctico; después de todo, ella terminaría siendo indigente y hurgando en campos ajenos en búsqueda de comida. No tendrían oportunidad para volver a casarse, para reconstruir; ir a la futura tierra de Israel sólo implicaba una vida de soledad y pobreza.

No fue una decisión fácil para Orpá. El versículo nos dice que Orpá lloró cuando Naomi trató de convencerla para que volviera. Al menos al principio, el alma de Orpá parecía aún desear aferrarse a Naomi, apegarse a la grandeza. Pero al final, escuchó la lógica de las palabras de Naomi y se fue. Ni bombos ni platillos, no hubo un espectáculo de fuegos artificiales. ¿Estaba consciente Orpá de las ramificaciones de su decisión?

Las similitudes entre Rut y Orpá —ambas princesas moabitas, hermanas casadas con hermanos— hicieron que este momento de decisión resaltara con fuerza. Rut y Orpá se pararon en el umbral de la grandeza. Ambas se preguntaron: ¿Debería escuchar ese anhelo interior, o darle la espalda? ¿Debería hacer lo que susurra mi alma, o ser pragmática?

La diferencia entre elevarse y estrellarse son sólo unos cuantos instantes.

Rut decidió apegarse a Naomi. “Tu pueblo será mi pueblo, tu Dios mi Dios”. Orpá, cuyo nombre emana de la palabra hebrea oref, que significa ‘nuca’, tomó una decisión simple y prosaica. La diferencia entre elevarse y estrellarse son sólo unos cuantos instantes.

Mundos diferentes

Cientos de años después, esta pequeña diferencia evolucionó en un choque entre culturas, manifestándose no sólo en el interior del corazón de dos hermanas, sino en la conflictiva diferencia en la psique entre dos descendientes: David y Goliat. Goliat, nieto de Orpá, un guerrero gigante y fuerte, representante de “el más fuerte tiene la razón”, se enfrenta a David, “dulce cantante de Israel”, el soñador por excelencia y nieto de Rut, quien eligió apegarse a Naomi, a pesar de que hacerlo no tenía ningún sentido.

Al describir esta lucha entre opuestos, nuestros Sabios dicen: “Que el hijo de quien fue besada, caiga en manos del que se apegó [a Naomi]”. Interesantemente, esta declaración identifica a Orpá como “quien fue besada”, mientras que en el Libro de Rut, es Orpá quien da el beso; ella es quien besa a Naomi cuando la abandona. Quizás Orpá es llamada “la que fue besada” porque un beso representa reciprocidad. Uno besa y es besado al mismo tiempo.

Orpá no era una insensible espiritual, sorda y ciega ante los impulsos de su alma que buscaba la cercanía a Dios, representada en este caso por Naomi. Había sido besada, su alma había surcado los cielos con las posibilidades de lo que podía ser… si estaba dispuesta a dar el paso. Pero al final, la practicidad venció. Orpá dio media vuelta y cerró la puerta.

Nuestros sabios nos dicen que la batalla interior de Orpá dejó su huella en otras cosas también: los 40 pasos que dio Orpá para acompañar a Naomi le fueron devueltos cuando Goliat recibió un indulto de David de 40 días, y las cuatro lágrimas que lloró resultaron en los cuatro grandes guerreros que descendieron de ella. La grandeza, tan cercana y al alcance de Orpá, fue truncada. La grandeza, que se había descarriado sin acertar en el blanco, produjo grandeza descarriada que no acertaba en el blanco.

Eligiendo una relación

Shavuot es un día en el que Dios extiende Su mano y nos ofrece una oportunidad para entrar en ese temible territorio llamado ‘relación’, donde el objetivo es la cercanía a Dios, y no necesariamente un beneficio práctico.

Una estudiante mía, que se volvió más observante de judaísmo, me comentó que en ocasiones reevalúa su decisión. La vida no fue un paraíso para ella. Al comenzar a respetar Shabat, presionó la relación con sus padres hasta casi el punto de quiebre, renunció a una prometedora relación con un joven porque se dio cuenta de que, espiritualmente, estaba yendo en la dirección equivocada, y la comunidad a la que se pasó no resultó tan perfecta como ella creía que era mirándola desde afuera. Entonces ella se pregunta: ¿Valió la pena?

En los días en que siente que no valió la pena, siente enojo. ¿Por qué no me advirtieron que sería tan difícil? ¿Por qué tuve que complicarme tanto la vida? ¿Por qué creí en todo lo agradable y bonito cuando la vida, la mayoría del tiempo, no es ni tan agradable ni tan bonita?

No se trata de comodidad, sino de una voluntad por escuchar el susurro del alma.

Pero, en Shavuot, todo es sumamente claro para ella: una relación con Dios vale la pena. No se trata de comodidad, sino de una voluntad para escuchar el susurro del alma, un recordatorio para que nuestro pragmatismo deje de hacer tanta bulla, porque hay un nivel completamente diferente de existencia que, si bien no puede competir con la bulla, salpica nuestra vida con luz.

La revelación en Sinaí fue una invitación a dar el salto a ese alegre (y temible) lugar: una relación con Dios. Cuando el pueblo judío hizo el becerro de oro, Dios, utilizando una palabra con la misma raíz que forma el nombre Orpá, dijo que la nación judía es “kashé oref”, ‘terca’. En el momento difícil, tomamos la salida fácil y nos alejamos de la relación para adorar a un ídolo, que no impone exigencias.

Sin embargo, cada año en Shavuot, las puertas se abren nuevamente de par en par. Es cierto, Orpá dio su espalda, pero Rut, progenitora del Mesías, atravesó el portal. No hubo bulla, no hubo música intensificándose hacia un crescendo, por lo menos no en una frecuencia que Rut pudiera escuchar. Le esperaba sólo menosprecio, pobreza y humillación. Pero al final, Dios nos promete: “Serán santos, porque Yo soy santo”. Quizás no sea práctico, fácil ni tenga siempre sentido. Pero al final, Rut, cuyo nombre significa ‘saciado’, eligió la vida.

Una versión de este artículo apareció en la revista Mishpacha.

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