No le estamos haciendo ningún favor a Dios

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Todo este tiempo pensé que estaba dando, cuando en realidad, estaba recibiendo.

“No voy a ir a la fiesta”, le dije a mi amiga mientras volvíamos de la clase.

Ella se quedó parada, sorprendida. “Estás bromeando, ¿verdad? ¡Obvio que vas a venir! Nunca me harías algo así”.

Miré hacia abajo, hacia los libros que tenía en las manos, un poco nerviosa. “No es que no quiera ir… es que es viernes por la noche…”.

Mi voz se desvanecía mientras veía a mi nueva amiga cambiar de hombro su mochila.

“Sí, es viernes por la noche. ¿Y qué?”.

Miré a los cientos de estudiantes saliendo a montones de sus clases hacia el patio y pensé en la primera semana de escuela, cuando esta amiga me ayudó a encontrar mi clase de literatura, me presentó a toda la gente del piso de nuestro cuarto y fue conmigo a la librería para que yo comprara mis libros a pesar de que ella ya había comprado todos lo que necesitaba. Y yo le dije que iría con ella a la fiesta, pero había asumido que sería el sábado por la noche. Y ahora, tenía que explicarle que yo era judía y que respetaba Shabat, pero ella jamás lo entendería. Respiré profundo y fijé la mirada en la vereda de ladrillos.

“El tema es que soy judía, y el viernes por la noche es nuestro Shabat. Entonces nunca voy a ir a una fiesta un viernes por la noche”.

Mi amiga entrecerró los ojos bajo el sol vespertino. “¿Y qué hay del partido de fútbol el sábado?”, preguntó.

“Tampoco, nuestro Shabat termina recién el sábado por la noche, así que tampoco hay partidos de fútbol para mí”.

Mi amiga me miró y meneó su cabeza. “¿Por qué? Es decir, sé que es algo que hacías en casa, ¿pero por qué es tan importante ahora? Estás en la universidad, puedes hacer lo que quieras”.

“En realidad, no es sólo algo que hacía en casa. Es algo en lo que creo firmemente. Es mi conexión con Dios y con mi legado. Es por lo que vivo”, le dije, sorprendiéndome incluso a mí misma.

“Huau”, dijo, y se fue caminando. Yo me quedé sola, de pie, fuera de la biblioteca. Me quedé allí, separada de la multitud, preguntándome si acababa de perder una amiga. Sostuve mis libros con más fuerza y pensé que esto era ser diferente. Esto es lo que significa tener algo tan valioso que nada ni nadie justifica que lo abandones.

¿Qué vale más que las amistades, las fiestas, los partidos de futbol y los repasos para mi examen final de química orgánica? Tener un objetivo en mi vida muy superior a mí misma y a mis logros. Son miles de años de sabiduría de Torá los que me han sido transmitidos por mis tatarabuelos, quienes de alguna forma me habían legado este coraje que ni siquiera sabía que tenía en mi interior. Este coraje para estar sola en medio de la multitud. Este coraje para aferrarme a mis creencias y vivir de acuerdo a mis valores.

Yo le di mi tiempo a Shabat, pero Shabat me dio el regalo de vivir más allá del tiempo.

Renuncié a mis propias ideas de vestimenta por el valor de la modestia, pero la modestia me dio a cambio a mí misma y a mi dignidad.

Renuncié a mis dudas para tener fe en un Creador que no podía ver, pero Dios me dio una visión llena de posibilidades ilimitadas.

Cambié mis quejas por gratitud y la gratitud me dio un regalo aún mayor, al abrirme los ojos a la belleza que me rodea.

Renuncié a la apatía y la cambié por el temor reverencial, y éste me llevó a lugares en mi interior que nunca supe que existían.

Pasé de estar enfocada en mí misma a amar a los demás, y descubrí que el amor remunera mucho más que lo que podría dar.

Renuncié a mis prejuicios para aprender más, y el aprendizaje me dio nuevas perspectivas.

Durante todo este tiempo pensé que estaba dando, cuando en realidad, estaba recibiendo.

Y aún vivo por eso. Mientras se acerca Shavuot y celebramos el regalo de la Torá, les digo a mis hijos: “Muchos años antes de que nacieran, defendí Shabat. Defendí el increíble regalo de nuestra Torá. Y pensé que estaba renunciando a algo, cuando en realidad estaba recibiendo más de lo que podría haber imaginado. Creía que para eso estaba viviendo, pero en realidad, eso es lo que me daba la vida. Creía que me había quedado sola en esa librería mientras mi amiga se alejaba de mí, pero en realidad, no estaba sola. Algo me sostenía. Me sostenían las plegarias en voz baja de quienes me precedieron, las voces de los niños a quienes alguna vez bendeciría junto a mis propias velas de Shabat y el Creador que me dio el regalo que me da vida”.

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