Mi Hijo, el Doctor Asesino

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El amor incondicional y la festividad de Sucot.

El doctor de Nava mató a una mujer. No por mala praxis. La mujer afirmaba que su bebé era el hijo del Dr. X. Él se cansó de ella, fue con una pistola cargada a su departamento, y la asesinó. El Dr. X ahora está cumpliendo cadena perpetua en una cárcel israelí para asesinos de primer grado.

Nava sabía que las personas pueden dar giros dramáticos en sus vidas, porque ella misma transformó la suya de una israelí no religiosa a una judía observante. Entonces visitó a su antiguo doctor en prisión para animarlo a hacer teshuvá [a arrepentirse]. El Dr. X estaba totalmente desinteresado. Sólo quería hablar sobre lo enojado que estaba con su madre porque se rehusaba a visitarlo en la prisión.

Nava relató esta historia en nuestra mesa familiar de Shabat, lo que condujo a una discusión animada. Yo estuve del lado de su madre. Sostuve que un ser humano es el cúmulo de sus acciones. Una persona que hace el bien es buena, mientras que una persona que realiza malas acciones es mala. ¿Por qué debería su madre, quien le dio un alto nivel de educación y todas las oportunidades para que se convierta en una persona decente y positiva para la sociedad, visitar a su hijo, que eligió asesinar a alguien a sangre fría?

Los otros invitados en la mesa de Shabat estuvieron en desacuerdo. “¿Qué hay sobre el amor incondicional?”.

Nunca entendí el concepto de “amor incondicional”. No es verdad que “eres lo que comes”. En cambio “eres lo que haces”. ¿Cómo puedes amar a tu hijo el asesino? ¿A tu hijo el violador? ¿Qué es exactamente lo que amas en ese malhechor?

El Punto de Referencia

Tengo un solo hijo, que nació cuando yo tenía 46 años, después de cinco años de tratamientos intensivos de fertilidad. Por supuesto, lo adoro y le doy mucho amor y atención. Muchos meses después de la discusión sobre el doctor condenado por asesinato, mi hijo, de 14 años, se metió en problemas en la escuela. Recibimos una llamada del rabino a cargo, contando la infracción de mi hijo. Debido a mi carácter enojón, lo normal hubiese sido que me enfureciera con mi hijo, pero mi esposo me calmó y me indicó lo que decir cuando llegara a casa de la escuela.

“Desapruebo totalmente lo que hiciste”, le dije, “pero te sigo amando”.

La apasionada respuesta de mi hijo casi me hizo caer de la silla: “¡Pero no me visitarías en prisión!”.

Tu amor por mí tiene sus límites. Si me portara realmente mal, si hiciera algo terrible, ¡no me amarías!”.

Por lo visto, la conversación que habíamos tenido hacía tiempo había tenido en él un efecto mucho mayor de lo que yo pensé. Ahora estaba vociferando: Tu amor por mí tiene sus límites. Si me portara realmente mal, si hiciera algo terrible, no me amarías. Tu amor condicional no me alcanza.

Como nuestra relación siempre se caracterizó por la honestidad, no pude decir ningún cliché tranquilizador. Sacudí mi cabeza y admití, “Es verdad, si asesinaras a alguien, no te visitaría en prisión”.

El límite de mi amor, representado por la frase: “no te visitaría en prisión”, se convirtió en un problema para nuestra relación. Mi hijo me mencionaba la frase regularmente. Me di cuenta que mi profuso amor por él, era como ser alojado en una hermosa casa –con pileta y gimnasio- pero con la inseguridad de saber que podía ser echado a la calle en cualquier momento. Yo tenía que aprender a amarlo incondicionalmente, pero ¿cómo?

El Amor de Dios

En una ocasión, el rabino Efim Svirsky dio en mi casa una clase con meditación. Él nos guió para que alcanzáramos un estado meditativo, y luego nos pidió que sintiéramos que: “Dios está aquí ahora”. Listo. Me resultó fácil.

Luego, nos pidió que sintiéramos que: “Dios te ama”. Listo. Lo sentí todo el tiempo.

Por último, nos pidió que sintiéramos que: “Dios te ama incondicionalmente”. Ups. Me resultó imposible.

Me di cuenta de que mi problema era que no tenía experiencia con el amor incondicional. No tengo dudas de que mi madre me amaba incondicionalmente, pero mi padre siempre esperaba más de mí. Cuando yo, su única hija, nací, él tenía 44 años. Me adoraba y me llenaba de amor. Y yo le daba motivos para que lo hiciera. Siempre traía a casa notas excelentes, gané un prestigioso concurso de ensayos, fui admitida en la Sociedad Nacional de Honor, fui presidenta de mi grupo juvenil de la sinagoga, fui admitida en muchas universidades de mucho renombre y me gradué con la máxima distinción académica. Mi madre decía que mi padre estaba a punto de explotar de orgullo por mis logros.

Pero, ¿qué habría pasado si no hubiese tenido logros? ¿Me habría amado tanto? Nunca me atreví a pensar en el aterrador “Qué habría pasado si…”.

Una persona es, en esencia, su alma Divina.

Cuando el rabino Svirsky nos pidió que sintiéramos el amor incondicional de Dios, me di cuenta de que tenía que ir más profundo. ¿Dios me ama por mis logros? No, me ama porque mi alma es una chispa de su propia luminosidad. Al igual que una madre ama a su hijo recién nacido simplemente porque es parte de ella, y no le importa que no tenga ningún logro, Dios nos ama a nosotros, porque nuestra alma es parte de Él. Yo estaba equivocada en mi argumento de que una persona es el cúmulo de sus acciones. Una persona es, en esencia, su alma Divina. Nuestras acciones son las capas de cortinas que rodean el alma, y que a veces se tornan tan opacas y oscuras que oscurecen la luz del alma por completo. Pero Dios hizo un pacto con nuestro patriarca Yaakov: Dios nunca permitirá que un alma judía caiga hasta el punto de lo irremediable. Esta esencia espiritual, que llamamos pintele Yid, es siempre digna de amor incondicional.

Después de trabajar para hacer que este concepto penetrara en mi mente y en mi corazón, un día me senté con mi hijo y anuncié: “Te visitaría en prisión incluso si cometieras un asesinato. Estoy aquí para ti”.

Mi hijo sonrió ampliamente, y nuestra relación dio un gran salto.

Sucot

Al cumplir la mitzvá de morar en la sucá durante la festividad de Sucot, un judío está literalmente rodeado por la Shejiná, la presencia “femenina” de Dios. Por lo general, esto es concebido como la “recompensa” por el arrepentimiento que la persona tuvo en el período entre Rosh HaShaná y Iom Kipur. Ahora que el alma está purificada de su suciedad, la persona puede morar en la sucá con la presencia de Dios.

¿Pero qué pasa si una persona no se arrepiente? Se nos enseña que para que una persona sea perdonada en Iom Kipur, tiene que haber pasado antes por las etapas de la Teshuvá: reconocimiento, lamento, y resolución de cambiar (además, si hirió a otra persona, debe pedirle perdón). ¿Qué pasa si una persona hizo Teshuvá de algunas faltas y no de otras? ¿O si no hizo Teshuvá en absoluto? Entonces entra en la sucá con sus pecados adheridos a su alma, como si estuviera vestida con harapos sucios y olorosos. ¿Acaso la Shejiná visita a esta alma cuando está en la sucá?

La respuesta es “¡SÍ!” No hay criterio de admisión para entrar a la sucá. No tienes que tener un pase de “yo hice Teshuvá” para entrar. La presencia “femenina” de Dios desciende y deambula por la sucá tanto si es habitada por santos como por pecadores. Y dado que esta burda dimensión física es a menudo definida en las parábolas judías como una “prisión para el alma”, eso significa que durante Sucot el “aspecto Maternal” de Dios visita a su hijo, el pecador, en la prisión.

Cuando te sientes en la sucá esta semana, piensa sobre eso y siente el amor incondicional de Dios.

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