¿Quieres vivir hasta los 120?

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La calidad es más importante que la cantidad

¿Qué se le dice a alguien que cumple 120 años?

De acuerdo con el viejo chiste judío, se le dice: “que tengas un buen día”.

La mayoría conocemos la antigua tradición respecto a que nuestra expectativa de vida está limitada a los 120 años. Esa es la cantidad de años que vivió Moshé y como desde entonces no hubo otro como él, no sería adecuado que alguien pudiera vivir más años que los que vivió Moshé.

Los avances médicos han extendido la ancianidad mucho más de lo que era considerado razonable hace un siglo. La gente vive más tiempo. Es bastante común ver octogenarios, los nonagenarios ya no sorprenden y los centenarios, si bien nos preocupamos por ellos y lo celebramos, ya no son considerados excepciones sino precursores del futuro de la humanidad.

Por lo tanto, cuando en las Altas Fiestas rezamos pidiendo jaim arukim (longevidad) no pensamos que sea poco realista esperar llegar a los proverbiales 120.

Recientemente los científicos han confirmado que el antiguo proverbio judío contiene más verdad de la que podíamos haber imaginado. En la respetada publicación Nature, los más destacados expertos sobre envejecimiento concluyeron que existe una barrera natural a la expectativa de vida humana. Jan Vijg de la Escuela de Medicina Albert Einstein, uno de los líderes en este campo, publicó la pesimista predicción de que “al parecer hemos llegado a nuestro límite. De aquí en adelante los seres humanos nunca llegarán a más de 115 años”.

S. Jay Olshansky, un profesor de salud pública de la Universidad de Illinois en Chicago, llegó a una conclusión similar hace más de dos décadas. Obviamente, ninguna de las asunciones de estos científicos tiene algo que ver con nuestra renuencia a sobrepasar los años de vida de Moshé, la única persona en la historia que es alabada en la Torá diciendo que habló “cara a cara” con Dios. Sin embargo este es otro ejemplo en el cual la tradición y la ciencia —por razones totalmente diferentes— llegan a una conclusión similar.

En las palabras del Dr. Vijg, el envejecimiento es la acumulación de ADN y de otras moléculas dañadas. Hemos aprendido cómo demorar el proceso reparando parte del daño, pero simplemente es demasiado para poder evitarlo. “En algún momento todo sale mal y la persona colapsa”. Para decirlo de otra manera, después de comer del Árbol del Conocimiento en el Jardín del Edén, Dios colocó al Árbol de la Vida fuera de nuestro alcance, evitando que podamos lograr la inmortalidad en la tierra.

Lo que me resulta profundamente emotivo de este nuevo énfasis científico sobre los límites biológicos a nuestra longevidad, es la implicancia teológica. El Dr. Vijg concluye a partir de sus estudios que en vistas de nuestro reconocimiento del hecho de haber llegado al máximo de nuestra capacidad de extender la longevidad, debemos cambiar nuestro foco de la duración de la vida hacia la calidad de la vida. Nuestros esfuerzos ya no deben estar dirigidos a lograr el objetivo inalcanzable de vivir más años, sino al objetivo más deseable y al alcance de nuestras manos de vivir mejores años.

No es coincidencia que en las Altas Fiestas, al presentarnos en juicio ante el Todopoderoso y tomar conciencia de que nuestras vidas penden de un hilo, no pidamos simplemente vida. Rezamos pidiendo jaim tovim, le suplicamos a Dios que nos otorgue una buena vida, una vida con significado, una vida con propósito, una vida con buena salud, una vida con todas nuestras facultades y con la capacidad de expresar y disfrutar del amor de nuestra familia y amigos.

Todavía más, el mismo reconocimiento de nuestra mortalidad nos permite tomar conciencia de la necesidad de lograr lo máximo posible en los valiosos años que se nos han otorgado. La vida es pasajera; por lo tanto debemos aprovechar cada momento para asegurar que nuestros actos dejen un legado valioso a nuestros descendientes. La vida es un libro con un capítulo final que no podemos evitar, por lo tanto de nosotros depende hacer que valga la pena leer el texto y emularlo.

El significado de la vida no es su duración sino su calidad.

Luego de las Altas Fiestas llega la festividad de Sucot. La frágil sucá, “una vivienda temporaria” en términos talmúdicos, nos recuerda la naturaleza pasajera de nuestra existencia en esta tierra. Estamos aquí por un período de tiempo relativamente corto, ya sean los setenta años bíblicos o los ansiados 120. El significado de la vida no es su duración sino su calidad. La sucá nos pide que abandonemos la magnificencia de nuestros hogares y la belleza de nuestras mansiones para reflexionar sobre la fugacidad de las posesiones terrenas y el hecho de que el verdadero significado de nuestras vidas sea la calidad de nuestras relaciones con nuestra familia y con nuestros amigos.

Una vez, un adinerado turista norteamericano fue a visitar al sagrado Jafetz Jaim para pedirle una bendición. Él se sorprendió por la pobreza y la escasez de bienes materiales en la casa del Rabino. Al ver en el salón sólo una pequeña mesa y dos sillas, no pudo contenerse y le preguntó:

—Rabí, ¿dónde están sus muebles?

—Permítame responderle con otra pregunta: ¿en dónde están sus muebles?

—¿Mis muebles? Pero yo estoy de paso, sólo estaré aquí poco tiempo —le respondió el visitante.

—Lo mismo ocurre conmigo. Yo también estoy de paso y estaré aquí poco tiempo, tal como todos estamos de visita aquí en la tierra. Por eso elegí concentrarme sólo en las cosas que son verdaderamente importantes.

Quizás esta sea la razón por la cual Sucot tiene lugar inmediatamente después de las festividades en las cuales rezamos pidiendo una larga vida. No importa cuánto tiempo tengamos, tenemos que reconocer que nuestra longevidad es limitada. Nuestras vidas son “una cabaña temporaria”. Por eso tenemos que hacer que la calidad sea más importante que la calidad, ojalá hasta los 115, sino hasta los 120.

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