Salvado por una Plegaria

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La historia milagrosa de un judío.

Un sobreviviente del Holocausto me dijo una vez: "Todo judío que sobrevivió el Holocausto, sobrevivió por un milagro". Alexander Ungar sobrevivió gracias a cuatro milagros.

Alexander nació en una adinerada familia religiosa judía en la aldea de Hidosholos, en el suroeste de Hungría, en 1906. En 1940 estaba casado y tenía tres hijos, cuando fue reclutado para el ejército húngaro.

Su suegro, temiendo por su seguridad, insistió en llevar a Alexander al Simonyi Rav, un rabino conocido por la eficacia de sus bendiciones. El rabino bendijo a Alexander y le dijo que cuando su vida estuviera en peligro recitara cierto versículo bíblico y agregara las palabras: "con la intención del Maharal de Praga".

Alexander se quejó. El Maharal de Praga, del siglo 16, había sido un gran erudito y cabalista. De acuerdo a la leyenda, el Maharal hizo un Golem que salvó a los judíos de Praga del libelo de sangre. ¿Cómo podía Alexander pretender decir algo con la elevada intención del Maharal?

El rabino reconoció que, por supuesto, no podía duplicar la intención mística del Maharal, pero que igualmente debía recitar las palabras en idish: "con la intención del Maharal de Praga" al final del versículo bíblico cuando fuera que su vida estuviera en peligro.

La primera asignación de Alexander en el ejército fue en la Estación de Policía Secreta de Hungría. Él consideró esto una asignación fantástica, porque su tía vivía enfrente de la estación, y a la hora del almuerzo podría ir y comer comida casher en su casa. Ella le daba sándwiches casher para que tuviera hasta el día siguiente. Durante la guerra, Alexander pudo comer casher hasta que fue deportado al campo de concentración de Buchenwald.

En marzo de 1944, los alemanes invadieron Hungría. En abril, Alexander fue enviado al campo de trabajos forzados en Komaron. Un día, en el séptimo día de Pesaj, se le ordenó a Alexander unirse a un grupo de 50 trabajadores en la estación de ferrocarril. Los nazis les ordenaron cargar los fardos de heno y paja en los vagones para que fueran enviados al frente ruso. Las autoridades húngaras siempre habían dado descansos de diez minutos cada hora para que los trabajadores fumaran y usaran el baño. Sin embargo, los alemanes no daban recreos. Después de un rato, el grupo de fumadores comenzó a fumar mientras cargaban el heno. Alexander les advirtió que el heno era altamente inflamable, pero lo ignoraron.

Los guardias alemanes acusaron a los trabajadores judíos de sabotaje.

De repente, el heno estalló en llamas y comenzó un gran incendio. Afortunadamente, había un hidrante para incendios en la cercanía. Los trabajadores se pasaron los baldes de mano en mano y lograron extinguir las llamas.

Los guardias alemanes estaban iracundos; acusaban a los trabajadores judíos húngaros de sabotaje. Les ordenaron a los hombres formarse en diez líneas de cinco y gritaron que serían todos ejecutados. Los guardias levantaron sus armas y apuntaron hacia los indefensos judíos. Alexander, en la última fila, se mantuvo repitiendo el versículo que el Simonyi Rav le había instruido.

Los minutos se prolongaron, pero los guardias no dispararon. De repente, Alexander sintió que alguien detrás de él lo golpeó en su hombro derecho. Se dio vuelta y vio al capitán de la Policía Secreta Húngara, para quien había trabajado anteriormente durante la guerra. El capitán, que apreciaba a Alexander porque era un trabajador inteligente y diligente, le preguntó qué había pasado. Alexander explicó que no era un sabotaje, que de haberlo sido no habrían trabajado tanto para extinguir el fuego. En cambio, los fumadores no pudieron abstenerse de fumar, y una colilla encendida había encendido accidentalmente la paja. Alexander consiguió convencer al capitán.

La ejecución fue cancelada, y los hombres volvieron a trabajar. "Esta fue mi primera experiencia con esa plegaria", Alexander recordó medio siglo después.

Las Bombas

Poco después, la Fuerza Aérea Norteamericana estaba bombardeando duramente esa parte de Hungría. La brigada de trabajo de Alexander recibió la orden de quitar los escombros después de cada ataque aéreo. Cuando fuera que sonara la sirena, los oficiales húngaros les permitían a los esclavos judíos salir del campo y buscar refugio; sin embargo, cuando los alemanes asumieron el poder, les prohibieron a los judíos huir de los bombardeos. El campo estaba junto a una fábrica de municiones, y en una ocasión, 2.000 trabajadores murieron durante un bombardeo.

Como relató Alexander más tarde:

Cuando los alemanes nos prohibieron huir de las bombas, utilicé los pocos recursos que tenía para cavar una pequeña zanja. Cada vez que sonaban las sirenas, llevaba mis tefilín y el libro de Salmos que tenía conmigo, e iba a esta pequeña zanja. Por supuesto, no me protegía mucho. Estando en la zanja, si la explosión no era muy cerca, entonces no salía herido. Pero, como este tipo de bomba hacía un hoyo inmenso, como un embudo, si la bomba caía cerca de mi zanja no hubiese tenido forma de sobrevivir.

La bomba cayó justo en frente de mí, del otro lado del camino, y mató tanto al guardia alemán como a siete de mis amigos.

Un día la sirena comenzó a sonar y los aviones volaron sobre nosotros. Corrí hacia la zanja, y comencé a decir el versículo. La bomba cayó justo en frente de mí, del otro lado del camino, y mató tanto al guardia alemán como a siete de mis amigos.

Todos en mi brigada de labores se maravillaban por cómo yo no había sido herido; era claramente un milagro. Poco después comenzó otro ataque. Todo el mundo vino corriendo hacia mí y saltaron a la zanja conmigo. ¡Hasta el perro vino hacia mí buscando protección! La forma en que actuó el perro fue increíble, como si hubiera visto algo. Quizás el perro vio al ángel que me estaba protegiendo. Si no, ¿por qué correría el perro hacia mí en la zanja?

Papas para Pesaj

Después, Alexander fue deportado al infame campo de concentración de Buchenwald. Se dio cuenta de que su vida dependía de salir de ahí como fuera posible, por lo que cuando los alemanes comenzaron a formar un grupo de trabajadores capacitados, incluyendo mecánicos automotrices, Alexander se ofreció como voluntario. El grupo fue enviado a Tauchau, a unos siete kilómetros de Leipzig, Alemania. La fábrica de Tauchau producía la panzer faust, una bazuca capaz de hacer explotar un tanque.

El director del campo de trabajos forzados anunció que necesitaba que alguien se encargara de la caldera, un trabajo altamente técnico. Esta inmensa caldera tenía muchas chimeneas altas y proveía todo el vapor para la operación de la fábrica. Alexander dio un paso adelante y declaró que estaba calificado para encargarse de la caldera. Como prueba, afirmó que había recibido un diploma en ingeniería de Alemania, y citó la fecha y el lugar en que había aprobado su examen. El director fue rápidamente al teléfono y llamó al instituto, verificó que Alexander estaba diciendo la verdad y que estaba certificado para hacerse cargo de la caldera.

Parte del trabajo de Alexander era chequear los caños de las chimeneas para que el hollín que se acumulaba en las curvas en forma de S de la cañería no bloquearan el flujo del vapor. Un día, mientras estaba chequeando los caños, advirtió una inmensa grieta en la pared de la habitación; resultó ser un gran bloque de cemento. Se propuso investigar si este bloque era diferente a los demás. Con gran esfuerzo logró quitar el bloque, y vio que había un cuarto adyacente que estaba siendo utilizado para almacenar papas.

Alexander había ingresado de contrabando un calendario judío al campo, por lo que sabía que la festividad de Pesaj estaba a sólo una semana. Se emocionó al darse cuenta que no tendría que mantenerse con vida comiendo pan en Pesaj, ¡aquí tenía una provisión ilimitada de papas!

¿Pero cómo podría obtener las papas sin ser atrapado? Alexander ingenió un plan, pero necesitaba ayuda, por lo que le pidió a otro judío húngaro del campo, llamado Klein, que lo ayudara. Le explicó su plan, y Klein aceptó entusiasmado porque, al igual que el resto de los prisioneros, sobrevivía con raciones míseras y siempre estaba hambriento.

Como no había fuego en la caldera los domingos, el domingo siguiente Alexander le envió una nota al director del campo diciendo que quería ir a la fábrica para hacer trabajos de mantenimiento. El director lo autorizó a ir a la fábrica, pero envió un guardia de la SS para controlarlo.

La historia, tal cual la contó Alexander posteriormente:

El guardia de la SS vino y me acompañó a la fábrica. Klein me dijo: "¿Cómo podremos lograr lo que queremos? ¡La SS está aquí mismo! ¡Está mirando todo lo que hacemos!".

Yo le respondí: "Tengo una plegaria especial que digo en tiempos de peligro. Y si mantenemos en nuestras mentes que trataremos de no comer jametz en Pesaj, porque podremos sobrevivir con papas, entonces lo lograremos".

"¿Pero qué haremos con el guardia de la SS?", protestó Klein.

Le respondí que diríamos mi plegaria especial y correríamos el riesgo, y que Dios nos ayudaría a lograrlo. Entonces, dijimos la plegaria y fuimos con el guardia de la SS a la fábrica.

Cuando llegamos a la fábrica, le dije al guardia de la SS: "Sabes que nuestro trabajo es quitar el hollín de algunos lugares de la caldera. Estás vestido con un hermoso y limpio uniforme, te conviene quedarte aquí afuera, ya que si no lo haces vas a quedar tan cubierto de hollín que te verás como un limpiador de chimeneas". El guardia estaba muy contento de que yo estuviera preocupado por su apariencia. Cuando dejó el cuarto, fuimos a la habitación del bloque flojo y lo quitamos. Klein trepó por la apertura, bajó al depósito de papas y comenzó a palear papas hacia afuera.

De repente, el guardia de la SS volvió y preguntó: "¿En dónde está el otro hombre?".

Yo dije: "¿No lo escuchas apaleando el hollín? No te acerques, porque en un momento voy a abrir la base de este caño y quedarás tan negro como un limpiador de chimeneas, te lo he advertido". El guardia de la SS huyó inmediatamente.

Tomamos rápidamente una carretilla que generalmente utilizábamos para remover la basura y la pusimos debajo del embudo, abrimos la base de un caño subterráneo que habíamos descubierto, y las papas cayeron a la carretilla. De ahí llevamos la carretilla hacia otro caño subterráneo y escondimos las papas allí. Hicimos dos viajes con la carretilla, lo que sumó bastantes papas. Volvimos al campo sin que el guardia de la SS sospechara nada. En Pesaj, comimos nuestras papas.

Claro Como el Día

Cuando el ejército norteamericano se acercó al área de la fábrica, los nazis le ordenaron a los prisioneros que evacuaran el lugar. Dieron un discurso en el que dijeron que esta no sería una “Marcha de la Muerte”. Les aseguraron a los prisioneros que habían hecho un excelente trabajo en la fábrica y que recibirían un trato especial. "Por supuesto", dijo Alexander más tarde, "nunca creímos una palabra de lo que dijo la SS".

Cuando llegó el momento de evacuar, los alemanes alinearon a los prisioneros en líneas de cinco, para advertir con facilidad si alguien escapaba. Acompañando cada hilera de cinco había un guardia de la SS con un rifle automático. El comandante anunció que si alguien trataba de escapar, lo encontrarían y matarían en el acto.

Alexander y Klein, su amigo, comenzaron a caminar. Klein le preguntó:
¿Cómo escaparemos de esta?".

Alexander contestó: "Diremos la plegaria especial con mucho sentimiento, y Dios nos ayudará".

La marcha fue acompañada por una carreta que llevaba algo de alimento y unas sábanas; se necesitaban quince prisioneros – tres filas de cinco – para empujarla. Alexander advirtió que, si bien los guardias eran cuidadosos en contar a los prisioneros de las filas que marchaban, no lo eran con los prisioneros que empujaban la carreta. Y cada vez que paraban para cambiar a los prisioneros que empujaban, permitían que todo el resto descansara por diez minutos.

A pesar de estar hambrientos y exhaustos, para su propio asombro, corrieron con gran vigor.

Alrededor de la media noche, una noche oscura y sin luna, fue el turno de Alexander y de Klein para comenzar a empujar. Estaban descansando en una zanja que habían encontrado, Alexander le dijo a Klein que debían quedarse acostados en la zanja simulando dormir; cuando recibieran la llamada para comenzar a moverse nuevamente, debían quedarse ahí mismo. Si los alemanes advertían que faltaban dos hombres y los encontraban en la zanja, dirían que se quedaron dormidos. Pero Alexander asumió que los alemanes no se darían cuenta de inmediato, y esta sería su oportunidad para escapar.

Se quedaron en la zanja y continuaron recitando, una y otra vez, la plegaria especial. Cuando ya no pudieron oír el sonido de los hombres caminando a la distancia, se levantaron y comenzaron a correr en la dirección opuesta. Se quitaron sus uniformes del campo de concentración, quedándose solamente con sus camisas, y corrieron. A pesar de estar hambrientos y exhaustos, para su propio asombro, corrieron con gran vigor.

Cada vez que escuchaban un vehículo acercándose, se salían del camino y se escondían a un costado. Después de un rato se acercó un auto con luces tan débiles que apenas tuvieron tiempo para salirse del camino hacia el terraplén. El auto paró directamente sobre ellos. Preocupados de que los ocupantes del auto los hubieran visto, y de estar a punto de ser asesinados, Alexander recitó fervientemente su versículo especial.

Un capitán y un sargento de la SS bajaron del auto. El sargento le dijo al capitán: "Es imposible que los prisioneros hayan llegado tan lejos, porque estaban cansados y hubiesen tenido que correr rápido para cubrir semejante distancia. Debemos haberlos pasado, deben estar en algún lugar detrás de nosotros".

El capitán replicó: "De todos modos, está tan oscuro que no podemos ver nada. Tenemos algunas bengalas, y ya que paramos, disparémoslas y asegurémonos que ellos no están aquí".

Estaba tan claro como el día. Los hombres de la SS miraron directamente hacia nosotros y dijeron: "Parece que no están aquí".

El sargento sacó las bengalas del auto y las disparó justo sobre los dos fugitivos. Como relató Alexander:

Estaba tan claro como el día. Yo estaba recitando el versículo con toda mi fuerza. Los hombres de la SS miraron directamente hacia nosotros y dijeron: "Parece que no están aquí". ¡Nos habíamos vuelto invisibles para ellos! El capitán dijo: "Bueno, volvamos al auto. Quizás los pasamos".

Alexander Ungar sobrevivió la guerra. Su esposa y tres hijos murieron. Él inmigró a Estados Unidos en mayo de 1947, asentándose en Queens, Nueva York. Allí se casó y tuvo dos hijas y tres nietos. Vivió hasta la edad de 91 años.

El judaísmo no es Harry Potter, y el versículo no era un encantamiento mágico. No presumo entender cómo la bendición de una persona santa, junto a la recitación de ciertas palabras, pudo salvar una vida. Tampoco entiendo por qué Alexander Ungar fue salvado mientras que millones de otros no. Pero una cosa es clara: A pesar de haber perdido casi toda su familia en el Holocausto, Alexander Ungar continuó siendo un judío devoto y creyente.

Él concluyó sus aún no publicadas memorias con estas palabras:

Cuando mi hija Oriana me pregunta cómo puedo creer en Dios después del Holocausto, respondo: "¿Cómo podría NO creer en Dios después de todos los milagros que viví?".

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