Una historia de amor en el Holocausto

3 min de lectura

Una poderosa historia real de heroísmo judío.

Rav Yosef Wallis, director de Arajim de Israel, le habla a Project Witness sobre su padre, Yehuda Wallis, quien nació y creció en Pavenitz, Polonia.


Mientras estaba en Dachau, un judío que estaba siendo llevado a su muerte le arrojó repentinamente una pequeña bolsa a mi padre, Yehuda Wallis. Mi padre la tomó, pensando que tenía un pedazo de pan. Sin embargo, al abrirla, se perturbó al descubrir un par de tefilín en su interior. Yehuda estaba muy asustado, porque sabía que si era descubierto con tefilín en su posesión, lo matarían al instante. Así que escondió los tefilín bajo su camisa y se dirigió a su barraca.

En la mañana, justo antes del apel (pasado de lista), mientras estaba aún en su barraca, se puso los tefilín. Inesperadamente, apareció un oficial alemán. Le ordenó quitarse los tefilín y anotó el número en el brazo de Yehuda.

Durante el apel, frente a miles de judíos silentes, el oficial gritó el número de Yehuda, quien no tuvo otra alternativa que dar un paso adelante. El oficial alemán arrojó los tefilín al aire y dijo: “¡Perro! Te sentencio a muerte mediante horca pública por usar estos”.

Yehuda fue puesto en una banqueta, y se le hizo un nudo alrededor de su cuello. Antes de ser colgado, el oficial dijo en tono burlón: “Perro, ¿cuál es tu último deseo?”.

“Usar mis tefilín una última vez”, contestó Yehuda.

El oficial quedó atónito. Le dio a Yehuda los tefilín. Mientras se los ponía, recitó el versículo que se dice cuando se ata el tefilín de la mano a los dedos: “Versatij li leolam, verastij li betzédek uvemishpat, ubejésed uberajamim, verastij li beemuná veyadáat et Hashem”te desposaré para Mí por siempre y te desposaré para Mí con rectitud, justicia, benevolencia y misericordia. Te desposaré para Mí con fidelidad y conocerás a Dios.

Es difícil para nosotros imaginar a este judío, con un nudo alrededor de su cuello, usando sus tefilín de la cabeza y la mano… pero esa fue una escena que todo el campo fue forzado a observar, mientras esperaban el inminente ahorcamiento del judío que había osado violar la regla que prohíbe utilizar tefilín. Incluso las mujeres del campo adyacente estaban alineadas junto al cerco de alambre de púas que las separaba del campo de los hombres, siendo forzadas a ver esta terrible escena.

Hermanos judíos, yo soy el victorioso. No entienden, ¡yo soy el ganador!

Mientras Yehuda se daba vuelta para observar la multitud silente, vio lágrimas en los ojos de muchas personas. Incluso en ese momento, a punto de ser colgado, se sorprendió. ¡Algunos judíos estaban llorando! ¿Cómo era posible que tuvieran lágrimas para derramar? ¿Y por un extraño? ¿De dónde venían esas lágrimas? Impulsivamente gritó en Yidish: “Hermanos judíos, yo soy el victorioso. No entienden, ¡yo soy el ganador!”.

El oficial alemán entendió el Yidish y estaba enfurecido. Le dijo a Yehuda: “Tú, perro, ¿crees que eres el ganador? La horca es demasiado buena para ti. Vas a recibir otro tipo de muerte”.

“Yehuda, mi padre, fue bajado de la banqueta y le quitaron el nudo de su cuello. Lo obligaron a ponerse en cuclillas y pusieron dos rocas inmensas bajo sus brazos. Entonces le dijeron que recibiría 25 latigazos en su cabeza — la cabeza donde había osado poner sus tefilín. El oficial le dijo que si dejaba caer incluso una roca, recibiría una bala de forma instantanea. De hecho, dado que esa era una forma tan dolorosa de muerte, el oficial le aconsejó: “Deja caer las rocas ahora. No sobrevivirás los 25 latigazos en la cabeza. Nadie los sobrevive”.

La respuesta de Yehuda fue: “No, no te daré el placer”.

Con el vigésimo quinto latigazo, Yehuda perdió la consciencia y lo dieron por muerto. Estaba a punto de ser arrastrado a una montaña de cadáveres, desde la que hubiera sido quemado en una zanja, cuando otro judío lo vio, lo empujó hacia un lado y cubrió su cabeza con un trapo para que nadie advirtiera que estaba vivo. Eventualmente, después de recuperar por completo la consciencia, gateó hasta la barraca más cercana, que estaba construida sobre pilotes elevados, y se ocultó bajo esta hasta estar lo suficientemente fuerte para salir por sí mismo. Dos meses después fue liberado.

Vi lo que hiciste ese día cuando el oficial quiso colgarte. ¿Te casarías conmigo?

Durante el episodio de la horca y los latigazos, una joven de 17 años había estado observando los eventos desde la sección de mujeres, del otro lado del cerco. Después de la liberación, fue hacia donde estaba Yehuda. Caminó hasta él y dijo: “He perdido a todos. Ya no quiero continuar estando sola. Vi lo que hiciste ese día, cuando el oficial quiso colgarte. ¿Te casarías conmigo?”.

Mis padres caminaron hacia donde estaba el Klausenberger Rebe y le pidieron que realizara la ceremonia de casamiento. El Klausenberger Rebe, cuyo kidush Hashem es legendario, escribió una ketubá (contrato matrimonial) a mano, de memoria, y casó a la pareja.

Tengo esa ketubá escrita a mano en mi poder hasta el día de hoy.

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