Los Bosques de Israel

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No soy capaz de imaginar un homenaje más bello que el de formar parte de la lucha por la vida.

El beduino que me muestra el bosque desde un mirador tiene un semblante noble y no disimula su orgullo nativo. Es uno de los cuidadores del bosque de Yatir, en el norte del desierto del Neguev, y sabe que está mostrando una joya única.

Creado en 1965 por la organización judía Keren Kayemet LeIsrael -que hace 110 años que reforesta Israel, con una plantación que supera los 250 millones de árboles-, Yatir es la masa forestal más grande del mundo plantada por el ser humano, y la mayor del planeta en el interior de un desierto.

Sus millones de árboles no sólo han frenado el feroz avance del desierto, sino que han cambiado el ecosistema de la zona, han creado pulmones verdes entre las poblaciones y el desierto y han mejorado la vida de los beduinos de la región.

El 65% del pastoreo beduino utiliza el bosque, que además produce miel, pistacho y otros alimentos. Pero su valor principal radica en la voluntad de sus creadores de vencer al desierto y crear vida allí donde fue apagándose. Es una obra única y como tal roza el milagro.

Después de plantar un olivo y de agradecer las atenciones al beduino -shukran-, la mañana acaba con el mayor honor que me han hecho nunca: inaugurar un bosquecillo con mi nombre, con 2.500 árboles financiados a base de pequeñas aportaciones individuales.

Es la manera que tiene el pueblo judío de decirle a alguien que lo considera y lo estima. No soy capaz de imaginar un homenaje más bello que el de formar parte de la lucha por la vida. Y confieso, sin pudor, la intensa emoción del momento. Todá Rabá a todos ellos.

Más allá de la cuestión personal, Yatir permite algunas reflexiones incómodas:

La primera, que resulta incomprensible que la sabiduría israelí en gestión del agua no sea masivamente usada por los países vecinos, cuyas tasas de evaporización son ingentes. Y ello a pesar de que Israel ha cedido dicho conocimiento al mundo, pero es evidente que su ansia de modernización no es extensiva a los países árabes que lo circunvalan, mucho más interesados en mantener férreas dictaduras y poblaciones sometidas, que en construir sistemas sostenibles.

Lo segundo, que, al tratarse de Israel, (cuyo nombre no puede ir asociado a ninguna bondad, so pena de que los gurús del grial progresista envíen al insensato al fuego purificador), nunca es posible mentar la gran cantidad de avances tecnológicos, médicos, científicos que este pequeño país lega al mundo, y ello a pesar de tener que luchar por sobrevivir.

Y lo tercero, que es una desgracia el conflicto, porque los palestinos podrían aprovechar los avances israelíes para asentar una sociedad moderna. Pero para ello deberían cambiar el relato de su identidad, no en vano el día que los palestinos estén más interesados en construir su Estado que en destruir al vecino, empezará para ellos el futuro. E Israel será entonces su mejor aliado.

De hecho, quizás será el único.

Este artículo apareció originalmente en LaVanguardia.com

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