Mi Primer Gran Susto

4 min de lectura

Y espero que sea el último.

Wiiiiiiiiuuuuuuuwiiiiiiiiiiiiiiiuuuuuuuuwiiiiiiiiiiiiiuuuuuuu...

¡BUM!

Lo kará klum, lo kará klum, lo kará klum” (“no pasó nada, no pasó nada, no pasó nada”).

Terrible.

No es una película. No es un chiste. No es una historia del pasado. Ni siquiera fueron mis palabras, es aún peor. Fueron las palabras que repitió muchas veces Yehuda, mi hijo de dos años y medio.

Este viernes a la tarde, mientras entrábamos en Shabat, comenzó a sonar la sirena.

Vivimos en un ishuv, una pequeña aldea de apenas 50 familias, a 25 minutos de Jerusalem. En la zona hay muchos ishuvim como el nuestro, y la base del ejército para los soldados que los cuidan a todos está en el nuestro, a tan sólo 100 metros de mi casa.

Wiiiiiiiiuuuuuuuuwiiiiiiuuuuuuuwiiiiiiiiiiiuuuuu. Sonó la sirena. Rivka, mi esposa, se alertó inmediatamente. Yo, fiel a las características de los hombres, dije: "No te preocupes, no pasa nada. Debe ser un error o un ejercicio del ejército". Pero ella no se tranquilizó. Abrí la puerta y salí, pudiendo ver a tres soldados bromeando en la explanada de la base. "¿Ves? Los soldados están tranquilos, no pasa nada". La sirena se escuchó durante dos minutos; luego dejó de sonar, y sin siquiera darnos tiempo para realmente tranquilizarnos, escuchamos el ¡BUM! Eso sí que no lo esperábamos.

Miedo.

Millones de pensamientos pasando por la cabeza. El ¡BUM! se escuchó lejos, gracias a Dios no hace falta preguntar por el bienestar de todos; por ahora estamos todos bien. Pero igual algo había cambiado, algo había cambiado para siempre.

Jerusalem era un lugar en donde uno podía vivir tranquilo; ya no lo es.

Hoy todo cambió. Hoy el terror vuela hasta Jerusalem. Por supuesto, nos encanta pensar que este 'mal rato' se reducirá a ese único ¡BUM! que escuchamos ese fatídico viernes, y que jamás volveremos a oír la sirena. Pero mientras escribo estoy pensando que quizás sería bueno que me calce los zapatos, no vaya a ser que tenga que salir corriendo hacia el refugio.

Sí, es cierto, si Dios quiere el ejército de Israel pondrá un poco de orden. Pero como indica el título de este artículo, este fue un primer susto, no el último. De hecho este primer susto cambió nuestra vida para siempre, ahora vivimos asustados, después de todo, cada vez que un habitante de la franja de Gaza lo quiera, millones de habitantes de Israel vamos a estar corriendo hacia un refugio.

Y sé que, aunque los peligros sean diferentes, la situación de los judíos en el resto del mundo no es mejor que la de los de aquí. Jerusalem era un lugar en donde uno podía vivir tranquilo; ya no lo es.

Entonces, ¿Qué hacemos?

Verás, en mi "discado rápido" del teléfono yo creía tener todas mis necesidades cubiertas:

  1. buzón de mensajes
  2. celular de Rivka
  3. amigo #1
  4. amigo #2
  5. casa
  6. mecánico
  7. preguntas halájicas
  8. médico
  9. préstamos instantáneos

Ninguna de estas "salvaciones" me sirve ahora. ¿A quién puedo llamar que ofrezca: "refugio YA", "destrucción de misil YA", "caerá en una zona descampada, firmado por Dios"?

Necesitamos ser reconfortados, que nos den una palmada en la espalda y nos digan: "no te preocupes, todo va a estar bien".

Necesitamos ser reconfortados, que nos den una palmada en la espalda y nos digan: "no te preocupes, todo va a estar bien". Pero nadie puede hacerlo. De todas las personas que conozco, ¡ni siquiera todas juntas!, nadie nos puede dar lo que necesitamos, nadie nos puede asegurar nada, no podemos confiar en nadie.

Pero, en realidad, hay alguien que sí puede reconfortarnos. Hace cientos de años, el libro "Jovot haLevavot" – Las Obligaciones de los Corazones, nos enseñó cuáles son las cosas que tenemos que buscar en quien deseamos depositar nuestra confianza:

Siete prerrequisitos son exigidos para confiar en alguien:

  1. Que el depositario de la confianza ame al depositante y que tenga misericordia por él, y que en consecuencia esté dispuesto a responder a sus pedidos

  2. Que se preocupe y supervise con precisión todas sus necesidades

  3. Que sea tan fuerte que nadie pueda evitar que materialice su voluntad

  4. Que sepa a la perfección lo que es bueno para quien confía en él

  5. Que se involucre en la vida del depositante desde su nacimiento hasta su muerte

  6. Que sin su aprobación nadie pueda hacerle al depositante ni bien ni mal

  7. Que siempre haga el bien, tanto con quien lo merece como con quien no

La conclusión es que nadie es digno de recibir nuestra absoluta confianza. Las personas pueden ofrecernos ayuda, pero al final de cuentas nadie puede asegurarnos nuestro bienestar.

Pero hay Alguien que sí puede darnos la palmada en la espalda que tanto necesitamos, alguien que sí puede convertir a este miedo, otrora eterno, en una experiencia pasada y superada. Este Ser es Dios.

Hay alguien que sí puede convertir a este miedo, otrora eterno, en una experiencia pasada y superada. Este Ser es Dios.

¿Y cómo conseguimos esta tan necesitada tranquilidad?

Las situaciones extremas nos ofrecen la posibilidad de crecer. En este caso, si queremos vivir con tranquilidad estamos obligados a desarrollar nuestro bitajón – confianza en Dios – para llevar a nuestro corazón la idea de que Dios está al mando y que sólo quiere y hace lo que es mejor para nosotros. De esta forma, más allá de lo que pase, sabremos en nuestro corazón que todo es para bien.

Que Dios nos bendiga con la sabiduría para tomar las decisiones correctas y ameritar pronto y en nuestros días la llegada del Mashiaj, que junto con él traerá las bendiciones de paz y tranquilidad para todas las naciones del mundo.

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