La batalla por Jerusalem

7 min de lectura

El relato de primera mano de un periodista.

Abraham Rabinovich es el autor de The Battle for Jerusalem: An Unintended Conquest, un e-book publicado recientemente. Él llegó a Israel cinco días antes de la Guerra de los seis días trabajando como periodista norteamericano y reportó sobre la batalla. Luego entrevistó a 300 personas para la edición impresa del libro, publicado por la Jewish Publication Society.

Si Israel hubiese conseguido lo que quería cuando estalló la Guerra de los Seis Días hace 47 años, los soldados jordanos aún estarían caminando por las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalem.

Con la mayoría de su ejército desplegado frente a Egipto en las semanas previas a la guerra, Israel buscó evitar un enfrentamiento con Jordania. Horas antes de su designación como Ministro de Defensa, Moshé Dayán viajó a Jerusalem para dejarle esto en claro al general israelí Uzi Narkiss. La guerra que se aproximaba, dijo, debía estar enfocada exclusivamente en Egipto. Narkiss debía evitar iniciar una confrontación que implicara el desvío de fuerzas desde la frontera con Egipto.

Mientras tanto, el sector civil estaba haciendo sus propios cálculos. Sólo 19 años antes, en la Guerra de la Independencia, la mitad israelí de la dividida Jerusalem había sido sometida por las fuerzas árabes a un sitio de meses que la separó de la planicie costera. El recuerdo traumático del racionamiento extremo y de los intensos bombardeos obligó a las autoridades civiles de 1967 a prepararse para lo peor.

En la parte jordana de Jerusalem prevalecía la euforia por la expectativa de una victoria fácil. Prácticamente no hubo preparativos para la guerra en el sector civil: no hubo donaciones de sangre, preparación por parte de los hospitales para bajas masivas ni expansión de las reservas de alimentos.

Del lado israelí, miles de personas donaron sangre durante el período de espera. Tanta gente fue a los cursos de primeros auxilios brindados por el Maguén David Adom que estos fueron acortados de 16 a 8 horas de duración. Los niños y niñas de las escuelas secundarias cargaban pesadas bolsas postales a lo largo de diferentes rutas y ayudaban a repartir el correo.

2.000 voluntarios fueron cada día para cavar trincheras. Cientos eran estudiantes de Ieshivá.

Con virtualmente todos los hombres aptos movilizados, 2.000 voluntarios fueron cada día a cavar trincheras en áreas donde no había refugios. Cientos eran estudiantes de Ieshivá. Los residentes del barrio Musrara se sorprendieron un Shabat al ver cómo unos estudiantes de Ieshivá eran conducidos a un sitio de excavación por dos rabinos barbudos que se quitaron sus sacos y se unieron con palas a los estudiantes en las trincheras. Las autoridades rabínicas decretaron que la crisis era pikúaj néfesh (una cuestión de vida o muerte), situación en la que se permite hacer en Shabat actividades normalmente prohibidas. La planta láctea de Tnuva recibió permiso del rabinato para permanecer abierta en Shabat para producir queso duro y leche en polvo. Un rabino anciano apareció ese día y, en un gesto simbólico, ayudó a empujar un carrito con leche. En una unidad de mortero líderes religiosos del escuadrón, incluyendo uno con atuendo jasídico, viajaron en Shabat sin dudarlo en el auto del líder de su pelotón para aprender sobre las posiciones de tiro en caso de que una guerra estallara de repente.

La mujer que normalmente aconsejaba sobre ‘etiqueta y protocolo’ en un programa radial israelí para las amas de casa trató la crisis de seguridad con tanta sensibilidad como había tratado las otras complicaciones sociales. Ella le aconsejó a las madres permitir que sus niños jugaran en donde lo hacían normalmente y explicarles que si la sirena comenzaba a sonar debían correr al refugio más cercano, en donde una tía los cuidaría. Por supuesto, las oyentes serían tías de todo niño que llegara a sus refugios. Aconsejó también que los niños muy pequeños debían estar siempre cerca de sus padres.

La guerra comenzó un lunes 5 de junio por la mañana, con un devastador ataque aéreo sobre las bases aéreas egipcias a las 7:45 a.m. El Primer Ministro Leví Eshkol le envió un mensaje al Rey Hussein de Jordania por medio de la ONU, diciendo que Israel no atacaría Jordania si Jordania respetaba el alto al fuego. Sin embargo el rey, temiendo que su propio pueblo se levantaría en su contra si él se mantenía fuera de la guerra, había entrado en un pacto militar con El Cairo y le entregó el comando de su frente a un general egipcio. A eso de las 10 a.m., los disparos de rifles y ametralladoras en Jerusalem fueron seguidos por el golpe de artillería. Jordania se había unido a la guerra.

Eshkol le dijo a su gabinete que si Israel era forzado a contraatacar por tierra, no podría conservar ningún territorio que capturara.

Las tropas israelíes apostadas sobre la línea que separaba las dos mitades de la ciudad recibieron la orden de devolver el fuego sólo con los mismos medios (rifles con rifles, ametralladoras con ametralladoras) y de no escalarlo. Se pensaba que el saludo de armas de Jordania había sido suficiente para satisfacer su honor. Sin embargo, el fuego no cesó. Eshkol le dijo a su gabinete que si Israel era forzado a contraatacar por tierra no podría conservar ningún territorio que capturara. Después de la Campaña del Sinaí en 1956 Israel había sido forzado por las superpotencias a retirarse completamente de Sinaí y se asumió que eso ocurriría también después de esta guerra. “Vamos hacia adelante”, dijo Eshkol, “sabiendo que estaremos obligados a retirarnos de la Jerusalem (jordana) y de Cisjordania”.

La decisión de contraatacar se produjo sólo después de que las tropas jordanas cruzaron hacia un sector de la Jerusalem israelí y la Radio del Cairo anunció la captura del Monte Scopus, un enclave 1,5 kilómetros más allá de la línea jordana. Producto de una anomalía después de la Guerra de la Independencia, el Monte Scopus seguía siendo protegido por una estación militar israelí con 120 hombres que rotaba regularmente por el territorio jordano en convoyes protegidos de la ONU. En realidad, la colina aún no había sido atacada, pero el anuncio por radio fue visto como una clara declaración de intenciones.

Una brigada de paracaidistas comandada por el Coronel Motta Gur fue enviada a Jerusalem con la orden de atravesar la línea de defensa jordana en Ammunition Hill y unirse con las tropas del Monte Scopus.

En la azotea del edificio Histadrut, desde donde se tiene una panorámica del noreste de Jerusalem, Dennis Silk, miembro de una unidad que operaba reflectores, se preparó para entrar en acción a medida que caía la noche. Poeta y soñador inglés, Silk trabajaba como corrector de texto en el Jerusalem Post. Recordó una historia que había corregido que describía un ataque a una posición siria. Los sirios habían encendido un reflector que había sido eliminado por fuego israelí en 20 segundos. Silk vio explosiones en toda la ciudad y sabía que una vez que la luz de su reflector se encendiera sería el objetivo más visible de toda Jerusalem. Un oficial en el techo gritó “¡enciéndelo!” y se escondió rápidamente detrás de un parapeto. Como un hombre activando la silla eléctrica en la que él mismo estaba sentado, Silk se estiró y jaló la manija del reflector.

El rayo de luz se movió lentamente por Ammunition Hill y sus alrededores mientras un oficial de artillería disparaba con gran precisión. El comandante del batallón de paracaidistas de reserva que debía atacar allí, el Teniente Coronel Yossi Yaffe, un granjero del centro del país, le dijo a sus soldados que tenían que cruzar un campo minado antes de llegar a las trincheras enemigas. Cruzarían en una sola fila. Presumiblemente el ataque de artillería ya había detonado las minas, pero si alguno de sus soldados activaba una de ellas, el hombre detrás de él debía pasar por sobre el hombre caído y seguir hacia adelante sin voltear. Nadie se detendría a atender al herido hasta haber conquistado los bunkers del territorio en disputa.

Afortunadamente, nadie activó una mina, pero la salvaje batalla en Ammunition Hill duró horas.

El General Narkiss, dándole instrucciones al Coronel Gur antes del ataque, le dijo que enviara parte de sus tropas a la Ciudad Vieja para estar en posición de atacarla. El Gobierno no había emitido ninguna directiva respecto a la Ciudad Vieja. De hecho, la mayoría de los ministros se oponía a atacarla, particularmente los religiosos. El mundo entero, decían ellos, y principalmente el Vaticano, no permitirá que exista una custodia judía sobre los sitios sagrados cristianos. Moshé Jaim Shapira, Ministro del Interior y líder del Partido Religioso Nacional, era quien más abiertamente se oponía. Si la ciudad amurallada debía ser capturada por razones tácticas, dijo, la mejor solución era internacionalizarla. “No se la devolveremos a Jordania”, dijo, “al mundo, sí” [1].

La reunificación de Jerusalem se convirtió en una oportunidad histórica que un estado judío no podía desaprovechar.

Sin embargo, a medida que las tropas comenzaron a rodear la ciudad amurallada, los ministros comenzaron a ver su reunificación como una oportunidad histórica que un estado judío no podía desaprovechar.

Para la segunda noche de la guerra, la Ciudad Vieja era la última posición árabe en Jerusalem que no había sido conquistada. Había 500 soldados dentro de las murallas y muchos civiles armados. El fuego se había detenido a medianoche y altavoces montados en jeeps israelíes le pedían a los enemigos que izaran banderas blancas. A las 3 a.m., el comandante jordano brigadier Ali Ata entró a la oficina del Gobernador de Jerusalem, Anwar al-Khatib, junto al Monte del Templo. No había electricidad y los dos hombres se sentaron en la oscuridad a la luz de los cohetes que caían. El reporte de Ali fue contundente: “La batalla por Jerusalem está perdida”, dijo. Un grupo de socorro que venía desde Jericó había sido atacado por la fuerza aérea israelí. Las brigadas jordanas de Ramala y Hebrón, al norte y al sur de Jerusalem, habían recibido la orden de retroceder. Sólo dos de sus oficiales no habían desertado. Las tropas estaban desmoralizadas y exhaustas y sin sus oficiales no podían seguir. Él había perdido contacto con Amán.

En esas circunstancias, dijo el brigadier, la única opción era la retirada. “Jerusalem seguramente será atacada al amanecer y mis tropas no están en condición de resistir”. Poco antes del amanecer sacó a sus hombres por la Puerta de Damasco, la única puerta que los israelíes no controlaban, y atravesó el desierto de Judea hasta Jericó, en donde cruzó el Río Jordán. Si Ali Ata hubiera decidido luchar en los callejones de la Ciudad Vieja, tranquilamente habría podido demorar la conquista israelí hasta que la ONU pidiera un cese del fuego más tarde ese mismo día.

A las 9 a.m. el Gabinete Israelí aprobó formalmente la conquista de la Ciudad Vieja. Una hora después, un vehículo semioruga con el Coronel Gur a bordo derribó la Puerta de los Leones y se dirigió a gran velocidad hacia el Monte del Templo. A la espera de una lucha feroz, la brigada se esparció por los callejones pero sólo encontraron una débil resistencia de unas pocas docenas de soldados jordanos que habían quedado atrás. En este tiroteo final murieron tres soldados israelíes.

Pero incluso mientras se escuchaban los últimos disparos, la atención de todo el mundo estaba ahora enfocada en el angosto callejón frente al Muro Occidental en donde cientos de soldados, a los que pronto se les unirían los líderes de la nación, estaban recuperando su legado nacional.


[1] Jordan in the 1967 War por Samir A. Mutawi, p. 124

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