El trágico incendio en NY: Aceptando la adversidad

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Nuestros deseos son pequeños en comparación con lo que Dios ha planeado.

Después de escuchar acerca del trágico incendio en Brooklyn que cobró las vidas de siete inocentes y dulces niños, hay una pregunta que da vueltas incesantemente en mi cabeza: ¿Cómo alguien puede salir adelante después de una tragedia de tal magnitud?

¿Es posible recobrar la esperanza y volver a vivir después de perder a casi toda tu familia de la noche a la mañana?

La madre, Gail Sassoon, intentó desesperadamente salvar a sus hijos pero las llamas se lo impidieron. Ella saltó junto a su hija de 14 años por la ventana del segundo piso y clamó por ayuda mientras sus pequeños siete hijos sucumbían ante el fuego. Ambas se encuentran internadas de gravedad en el hospital y aún no saben nada.

El padre de la familia, Gabi Sassoon, se encontraba fuera de la ciudad en una conferencia religiosa.

Imagina por un instante el dolor, la impotencia y la angustia que sintió esa madre mientras veía a sus hijos atrapados dentro de la casa en llamas.

Imagina lo que sintió el padre, Gabi Sassoon, al escuchar la noticia. Te pido por favor, tan sólo por un instante, por tu bien emocional y espiritual, estremécete con la noticia, deja de lado lo que estás haciendo, deja de lado tu trabajo, tu rutina e intenta (si es que es posible realmente) imaginar la conmoción y el dolor insondable de un padre al enterarse de que su mundo entero acaba de destruirse por completo.

¿Es posible salir adelante?

La pregunta no deja de dar vueltas en mi cabeza, uno intenta ponerse en el lugar de los padres por un instante pero es imposible dimensionar el dolor. ¿Qué hace un padre ante una desgracia de este calibre?

Si bien no creo que exista una respuesta absoluta que acalle todas las interrogantes que nacen al escuchar noticias como esta, creo que las palabras que pronunció el padre de los siete pequeños son un buen lugar para comenzar. Son un punto de partida para que nosotros también tomemos conciencia y hagamos un poco de introspección:

Perdí todo en el incendio... Son demasiados nombres... Siete niños completamente puros... Sólo hay una manera de sobrevivir a esto. Debemos entregarnos y rendirnos total y completamente a Dios. Nuestros deseos son pequeños en comparación con lo que Dios ha planeado”, dijo él.

En efecto, ahora además de las interrogantes, estas palabras también resuenan en mí: “nuestros deseos son pequeños en comparación con lo que Dios ha planeado”. Cuando el sufrimiento es demasiado grande, cuando la tragedia es inconmensurable, no queda más opción que rendirse, dejarse caer en las manos de Dios y entregarse completamente a Él.

¿Cómo hacemos esto?

Entrega completa a Dios

En este mundo, aparentemente, el bien y el mal operan como dos fuerzas opuestas que no se relacionan entre sí. Sentimos palpablemente que Dios hace el bien con nosotros pero por alguna razón sentimos que el mal es algo que no proviene directamente de Él. Sin embargo está escrito (Isaías 45:7) “[Yo Dios] hago la paz y creo la adversidad. Yo Dios hago todo esto”.

En unos cuantos días más nos sentaremos en la mesa del Séder a relatar el Éxodo de Egipto. Sin embargo, cuando recordamos los increíbles milagros del Éxodo, muchas veces olvidamos que Dios mismo fue quien nos puso ahí en primer lugar.

Al comienzo de la Hagadá de Pésaj decimos: “Este es el pan de la aflicción que comieron nuestros antepasados en la tierra de Egipto”. ¿¡Este es el pan de la aflicción!? ¿Cómo puede ser? ¡La matzá simboliza la libertad! Cuando nuestros antepasados salieron corriendo de Egipto no tuvieron tiempo de hornear pan y el resultado fue la matzá que comemos hasta hoy en día para recordar que fuimos liberados, así como dice más adelante la Hagadá:

Esta matzá que comemos, ¿por qué la comemos? Porque la masa de nuestros antepasados no tuvo tiempo de leudar cuando Dios se presentó y nos liberó”.

¿Cómo puede ser entonces que la primera frase de la Hagadá diga que nuestros antepasados comían matzá en Egipto? Ambas declaraciones se contradicen mutuamente.

Recuerda, tanto la esclavitud como la libertad forman parte del plan de Dios. Todo es parte de lo mismo. Lo bueno y lo malo emanan de Él.

La respuesta es que la matzá simboliza realmente ambas cosas, la aflicción y la libertad. Esta es la primera frase de la Hagadá, la primera idea que nuestros sabios quisieron transmitirnos justo antes de comenzar a relatar el Éxodo de Egipto, justo en el instante en que es más fácil hacer a un lado lo malo, cegados por la magnitud de los milagros: recuerda siempre que tanto la esclavitud como la libertad forman parte del plan de Dios. Todo es parte de lo mismo. Lo bueno y lo malo emanan directamente de Él.

Prácticamente hablando, el Shulján Aruj (OJ, 222:1), el código de ley judía, establece que así como debemos recitar una bendición por las cosas buenas así también debemos recitar una bendición por las cosas malas, y ésta es de hecho la bendición que recitamos al momento de enterrar a un ser querido “Baruj Atá Hashem... Dayán HaEmet”. Este es un fundamento básico del judaísmo. Pero, ¿por qué la Torá nos exige agradecerle a Dios por lo malo y no sólo eso, sino que además debemos hacerlo de buena gana, así como lo haríamos por algo bueno? Explica el Shulján Aruj (OJ, 222:2):

La persona debe bendecir por las cosas malas con su mente tranquila y su alma satisfecha, así como bendice por las cosas buenas... ya que al aceptar con amor lo que Dios decretó, a través de esta acción, realiza Su voluntad”.

Cuando nos ocurre algo malo, la mayoría de nosotros pensamos inmediatamente “¿Cómo se supone que debo responder ante esto? ¿Qué debo hacer?”. La Torá nos dice: no debes responder, tan sólo debes aceptar.

Aceptar no significa “no sufrir”. Tampoco significa “no sentir”. Aceptar significa asumir que esto es lo que quiere Dios, aunque sea un dolor inimaginable.

Aceptar la pérdida de un ser querido puede tomar tiempo... Aceptar la pérdida de un hijo puede tomar toda una vida... Aceptar la pérdida de 7 hijos de manera simultánea es algo que nadie puede llegar a concebir. Es simplemente irreal.

Nunca nadie de nosotros llegará a entender por qué ocurren tragedias de esta magnitud. Pero sí debemos aprender a aceptar y a situar las adversidades en el mismo plano que las bondades, ya que al final de cuentas, así como nos enseñaron nuestros sabios al comienzo de la Hagadá, la esclavitud y la libertad, la vida y la muerte, la alegría y el dolor, todo tiene un propósito y todo forma parte integral del plan Divino.

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