Los 5 mejores aspectos de ser judío

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Ser judío confiere valiosos regalos divinos que nunca deberíamos menospreciar.

En una ocasión, Albert Einstein sorprendió a una audiencia cuando anunció: “Lamento haber nacido judío”. Las personas quedaron en shock. ¿Cómo podía este grandioso hombre hacer una declaración tan extraña? Con una sonrisa, Einstein continuó traviesamente: “Porque me privó del privilegio de elegir ser judío”.

Siendo décima generación de rabinos, yo tampoco elegí ser judío; fue mi condición de nacimiento. Pero con la sabiduría de la edad y la perspectiva obtenida gracias a la experiencia, llegué a reconocer que mi identidad me confirió valiosos regalos divinos que nunca deberían ser menospreciados. He aquí las cinco mayores bendiciones de ser judío.

1. Nuestra misión única

Estaba sentado en un aeropuerto leyendo mi hoja diaria de Talmud cuando un anciano cura, fácilmente identificable por su collar, se detuvo junto a mi silla y me hizo una pregunta. “Espero que no le moleste que lo interrumpa. Veo que está leyendo un libro hebreo y que usa sombrero. ¿Es usted por casualidad un rabino?”.

Cuando respondí afirmativamente, continuó: “Espero que no crea que soy un desubicado, pero toda mi vida esperé conocer a un rabino. Verá, si bien soy cura, siempre creí que los judíos son el pueblo del Libro y que tienen una relación especial con Dios. Ustedes son el pueblo elegido y, como rabino, usted es uno de sus líderes espirituales. Siempre quise pedirle a un rabino una bendición. ¿Será posible que le pida ahora que me honre con ese favor?”.

No puedo expresar en palabras cuán emocionado me sentí por ese pedido. Le di la bendición sacerdotal de la Torá y la recité con él en el hebreo original. Él se emocionó hasta las lágrimas. Humildemente yo entendí que para él yo era su vínculo con la Torá original. Más allá de nuestras diferencias en las creencias teológicas —y seguro que hay muchas—, él reconoció con claridad el rol único del judaísmo que, de acuerdo a las palabras de Isaías, es ser “una luz para las naciones”. Los judíos son los descendientes directos de Abraham, Itzjak y Yaakov, la nación que llegó a la base del Monte Sinaí y recibió la Torá para transmitirla de generación en generación. Los judíos fueron ‘elegidos’ no para afirmar superioridad, sino para aceptar la responsabilidad de transmitir el mensaje de Dios al resto de la humanidad.

Fue Abraham, el primer judío, a quien Dios le dijo: “Y te convertiré en una gran nación, y te bendeciré, y te haré un gran nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2). Los descendientes de Abraham no sólo serán bendecidos, sino que serán bendición, una fuente de espiritualidad, divinidad y santidad aquí en la tierra.

¿Hay algo más valioso que ser parte del pueblo al que se le confió esa misión?

2. La Torá

La gente a menudo me pregunta “¿Qué opina el judaísmo sobre tal cosa?”, lo cual es una muestra de la especial consideración que tienen los demás por ‘El pueblo del Libro’. De las tres religiones principales (judaísmo, cristianismo e islam), la nuestra es la más antigua. Nuestras enseñanzas y tradiciones son las primeras.

De acuerdo al Midrash, antes de que Dios le diera la Torá al pueblo judío, se la ofreció a todas las otras naciones del mundo. Cada una de ellas preguntó sobre su contenido antes de comprometerse. Al descubrir que uno o más de sus mandamientos les impedían continuar con sus estilos de vida sin oponerse a normas éticas divinas, rechazaron la oferta. Sólo el pueblo judío estuvo dispuesto a subyugarse a la voluntad de Dios. Los judíos no fueron tanto el pueblo elegido, sino más bien fueron ‘el pueblo que eligió’, un pueblo para el que la moral no sería definida solamente por una preferencia personal ni la felicidad del lema autocomplaciente de “lo que me haga sentir bien en este momento”.

Ser judío es someterse a la ley divina con la firme convicción de que nuestro Creador fue lo suficientemente atento como para darnos un manual que nos enseña a vivir una buena vida, una vida en la que la búsqueda de santidad genera la mayor de las felicidades. Y ser judío es declarar todos los días: “Qué maravillosa es nuestra porción y qué placentera es nuestra parte”, porque tenemos el privilegio de oír a Dios hablándonos directamente por medio de la Torá que Él nos dio en el Monte Sinaí.

3. Progreso

Thomas Cahill, un irlandés que estaba muy impresionado por las contribuciones de los judíos y el judaísmo a la humanidad, escribió un superventas internacional titulado El legado de los judíos: Cómo una tribu de nómades del desierto cambiaron la forma en que todos piensan y sienten. En este libro, Cahill acredita a los judíos no sólo por el monoteísmo y la idea de una relación personal con Dios; son estos conceptos, nos recuerda, los que nos llevaron a entender que tenemos una responsabilidad personal hacia nosotros mismos y en nuestras relaciones con los demás, así como nuestro respeto por la historia misma. Las raíces de lo que consideramos la individualidad occidental, la responsabilidad personal, la consciencia y la culpabilidad hacia nosotros mismos y el mundo, afirma Cahill, puede ser rastrada hasta el monoteísmo de los judíos.

Pero probablemente el regalo más importante de todos, concluye, es que el judaísmo le dio al mundo la idea del progreso. Previo a la llegada del judaísmo, explica Cahill, los hombres creían que la vida era circular. Nacemos. Morimos. Llega la generación siguiente y se repite el proceso. La vida no tiene dirección, sino que continúa repitiéndose a sí misma. Sólo con Abraham y el mandamiento divino de “Ándate de tu tierra, de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré”, reconocemos la idea de que la vida es una travesía de descubrimiento.

Abraham, deja en claro Cahill, no sólo es el primer judío. Es nuestro primer explorador, el primer humano que intencionalmente partió rumbo a lo desconocido. Este entendimiento de la vida como un proceso o una progresión creó el mismísimo concepto de ‘historia’, de un presente diferente al pasado, de moverse hacia un destino.

Esta es la idea detrás del principio judío de tikún olam, ‘perfeccionar el mundo’. Tenemos la obligación de asociarnos con Dios para completar la creación. Es una tarea increíble y una gran responsabilidad, pero es un profundo regalo que hace que nuestra vida tenga sentido y propósito.

4. Optimismo

Ser judío es saber que el mundo aún no ha alcanzado el destino que Dios decretó para él. Dios tiene un plan para nosotros, y eventualmente éste se cumplirá. Sin importar el tiempo que tome, los judíos son los optimistas eternos. A pesar de todos los horrores de la historia y del Holocausto del siglo pasado, nunca perdimos la esperanza en la promesa profética de la llegada del Mesías, una época en la que ninguna nación levantará su espada en contra de otra y la paz prevalecerá sobre la faz de la tierra.

Golda Meir lo dijo así: “Los judíos no pueden darse el lujo de ser pesimistas”. Ben Gurión nos recordó que, en Israel, “para ser realista debes creer en milagros”. Y Maimónides incluyó la creencia en la redención mesiánica al final de los días como uno de los trece principios cardinales de nuestra fe.

Hace tiempo que lo judíos aprendieron a ver más allá de los problemas que enfrentan en el presente, confiando plenamente en un proféticamente prometido glorioso futuro. Eso forzó a los judíos a ser eternos optimistas. Así como la creación fue acompañada por el veredicto divino “y fue bueno”, los judíos también ven la vida diaria con la misma perspectiva divina. Incluso si no lo podemos entender en el presente, de alguna forma todo es para bien.

Y ese regalo del optimismo es lo que nos hace pasar del dolor a la esperanza, de las dificultades a los desafíos, de los problemas a la confianza en tiempos mejores. En resumen, es la clave para una vida santificada y significativa.

5. El regalo de las relaciones interpersonales

La religión está definida por más que nuestra fe en Dios. Es demostrada y validada por la calidad de nuestras relaciones con las demás personas. Es por eso que los Diez Mandamientos fueron dados en dos tablas separadas. Los primeros cinco mandamientos son entre el hombre y Dios; los otros cinco entre el hombre y su prójimo. Juntos, abarcan el territorio dual de la responsabilidad humana.

Esta es una idea increíble. Entre todos formamos una familia. Compartimos un padre celestial. Cuando ayudamos a los demás, hacemos feliz a Dios. Cuando los ignoramos o dañamos, Dios llora y nosotros no logramos vivir a la altura de nuestra responsabilidad. El dolor más grande es sentirse solo, la pena más grande es no tener con quién compartir la vida.

El grandioso rabino Hillel tuvo la audacia de identificar como el versículo más importante de la Biblia aquel que nos ordena a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Ser judío es saber que nunca estamos solos. Es saber que siempre estamos en las plegarias de los demás, porque todas las plegarias están escritas en plural, nunca en singular. Es sabido que cada uno de nosotros es parte de una comunidad mayor y fraternal.

Cada uno de estos regalos hubiera sido suficiente para merecer nuestra gratitud, dayeinu. Cuánto más agradecidos debemos estar por recibirlos todos.

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