¿Nuestros rezos fueron en vano?

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Todo el pueblo judío está de duelo.

Tishá B’Av llegó temprano este año. Todo el pueblo judío está de duelo; un duelo tan profundo como lo elevada que era nuestra esperanza, tan oscuro como lo brillantes que eran nuestras plegarias.

El lunes por la noche, justo antes de la clase semanal de la Rebetzin Tzipora Heller en mi casa, yo estaba poniendo en la mesa agua fría y vasos. Rivka, una de las estudiantes, se me acercó y me suspiró al oído: “Acabo de cenar con alguien que trabaja con el Primer Ministro. Va a haber malas noticias esta noche”.

La miré incrédula. Ella asintió portentosamente. Corrí hacia la habitación contigua en dirección a mi computadora y miré las noticias. Durante 18 días, en los titulares aparecía la palabra “jóvenes”, pero ahora, aparecía la aterradora palabra “cuerpos”. “Fueron encontrados los cuerpos de los tres jóvenes secuestrados”.

Grité con angustia. Todo este tiempo había pensado que estaban vivos. Pensaba que los mantenían cautivos, sanos y salvos a la espera de un intercambio de prisioneros. Estallé en lágrimas de conmoción y dolor. Cuando me compuse lo suficiente como para ir al salón, encontré a la Rebetzin Heller sentada con la cabeza entre sus manos y a otras 20 mujeres que lloraban amargamente.

Una de las estudiantes contó que los jóvenes habían sido encontrados en un campo a diez minutos del lugar en el que habían sido secuestrados, y que fueron asesinados inmediatamente, dentro de la primera hora.

¿Estaban muertos incluso antes que supiéramos que habían sido secuestrados? ¿Antes que los rezos de todas partes del mundo rompieran el cielo pidiendo por su sano retorno? ¿Antes que los judíos de todas las ramas religiosas y políticas se unieran en una forma que no se había visto en años? ¿Antes que las tres madres fueran al Consejo de Derechos Humanos de la ONU a pedir apoyo? ¿Antes que 15.000 soldados israelíes, no mucho mayores que los jóvenes mismos, pasaran dos semanas sin dormir ni ducharse revisando cada sótano y túnel buscando a los terroristas? Ellos ya habían sido asesinados, y sus jóvenes cuerpos yacían semienterrados a pocos kilómetros al norte del área de búsqueda.

Y en el océano de nuestro duelo, una pregunta se eleva como si fuera un monstruo marino: ¿Acaso nuestros rezos, buenas acciones y unidad fueron en vano?

Mi amiga Tamar vivía con su familia en Columbia, Estados Unidos. Su hermano mayor, casado con dos hijos, había sido secuestrado. Los secuestradores exigieron un pago de un millón de dólares. El padre de Tami reunió los fondos y pagó el rescate, pero su hijo nunca volvió. Seis meses después Tami se enteró por un hombre que había sido secuestrado junto con su hermano (y que logró escapar), que los secuestradores habían asesinado a su hermano incluso antes de que el rescate fuera pagado.

¿Acaso nuestros rezos, buenas acciones y unidad fueron un rescate que pagamos por el sano retorno de tres jóvenes que ya estaban muertos? ¿Acaso nuestros masivos esfuerzos espirituales fueron un desperdicio?

Incluso la noche antes de que se encontraran los cuerpos, cerca de 100.000 israelíes se reunieron en la Plaza Rabin de Tel Aviv para pedir por el sano retorno de los jóvenes. Las celebridades compusieron canciones de anhelo y valentía, la multitud recitó un capítulo de Salmos y los padres de los jóvenes hablaron. Iris Yifrach, la madre de Eyal, dijo dirigiéndose a su hijo: “Toda la nación está unida, todos están preocupados por ti, esperando por ti… Me dirijo a nuestro amado Am Israel, a todos los tipos y corrientes de judíos: estamos pasando por esta terrible época juntos. Apoyémonos los unos a los otros”.

Entonces Rajeli Frankel, la madre de Naftalí, dijo unas palabras que en retrospectiva nos hacen estallar en lágrimas: “En algún lugar hay tres jóvenes, jóvenes vivos, no símbolos. No hay posibilidad alguna de que nos demos por vencidos. El amor que expresamos aquí les está dando vida”.

Ya llevaban dos semanas muertos. El torrente de amor y bondad de millones de judíos alrededor del mundo no podía revertir el mal que había causado un vil grupo de antisemitas.

Así que afuera de nuestro océano de duelo, el monstruo marino de la duda levanta su cabeza y se burla: Sus rezos, buenas acciones y unidad fueron en vano.

“Los judíos no rezan”

Rav David Aarón dijo una vez en una serie de clases sobre rezo: “Los judíos no rezan”. El entendimiento común del rezo es rogarle a Dios, pero el problema es que en realidad nosotros no necesitamos decirle a Dios qué necesitamos —porque Él es omnisciente— y es inútil intentar cambiar la opinión de Dios, porque Él siempre nos da lo que considera mejor para nosotros.

La palabra en hebreo para ‘rezo’, lehitpalel, es un verbo reflexivo, lo cual indica que uno está actuando sobre uno mismo. Mediante los rezos no cambiamos a Dios, sino que nos cambiamos a nosotros mismos. Dado que Dios siempre nos da tanto bien como podemos contener, mediante la tefilá, el ‘rezo’, nos transformamos a nosotros mismos en recipientes más grandes que puedan contener una mayor cantidad de bendición de Dios.

No hay duda de que después de 18 días de rezos, buenas acciones y una radiante unidad que no se había logrado en años, el pueblo judío es más grande de lo que era antes de aquella fatídica noche. Hemos cambiado. Nos hemos transformado de una tribu que reñía a una familia unida. Por 18 días, nuestros corazones latieron al unísono. Nuestras plegarias no fueron una apelación que fue rechazada, sino que fueron una fuerza de amor tan ardiente que derritió las murallas de hierro que nos separaban, un viento de anhelo tan fuerte que voló las máscaras que camuflaban nuestros verdaderos yo.

¿Pero que hay de Eyal, Naftalí y Gilad? De acuerdo al judaísmo, el alma de quien muere por el hecho de ser judío se eleva hasta los niveles más altos del Mundo de la Verdad —la realidad espiritual a la que se dirigen las almas cuando dejan sus cuerpos físicos—. El sufrimiento de Eyal, Naftalí y Gilad terminó en el momento de su muerte. Sus luminosas almas están ahora disfrutando del placer espiritual reservado para aquellos cuyas hazañas en vida, o a través de sus muertes, les dieron una mayor cercanía a Dios en el mundo de la eternidad.

Y nosotros, las familias de los jóvenes, sus amigos, sus vecinos, y todo el resto del pueblo de Israel, sufrimos por la pérdida, viviendo el duelo y el dolor de la tragedia de ver cómo jóvenes vidas han sido cortadas. La Torá nos dice que hay “un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para estar de luto y un tiempo para danzar”.

Tishá B’Av llegó temprano este año. Es un tiempo para llorar y para estar de duelo. Pero si tan sólo podemos aferrarnos a la unidad que logramos en estos 18 días, entonces la redención vendrá en su mérito, y, finalmente y de una vez por todas, será un tiempo para danzar.

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