Un Papa fuera de la norma

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Sólo 3 de los 266 pontífices han sido suficientemente valientes como para hacer cambios significativos en la relación entre la Iglesia y los judíos.

Desde la perspectiva del pueblo judío, el Papa Francisco es un Papa fuera de la norma. Desde que fue establecida la Iglesia de San Pedro hace casi 2.000 años, sólo 3 Papas de los 266 que ha habido han sido suficientemente valientes como para hacer cambios significativos en la relación entre la fe más antigua del mundo y la que tiene más seguidores.

Sería un gran eufemismo decir que la relación histórica católico-judía no ha sido muy buena. Probablemente sería mucho más preciso decir que la Iglesia ha sido responsable directa o indirectamente de gran parte del horrendo antisemitismo que ha sufrido la judería europea durante los últimos 2.000 años.

Las raíces de esta gran animosidad se remontan a los mismos inicios de la Iglesia, e incluso antes que eso. Por 2.000 años, desde los tiempos de Abraham hasta el nacimiento del cristianismo, el judaísmo fue la única fe monoteísta. Las creencias únicas del pueblo judío y su modo de vida los apartaron del mundo pagano y de las grandes civilizaciones de Grecia y Roma. Estas diferencias condujeron a una abierta hostilidad hacia los judíos y tanto el Imperio griego como el romano —los cuales ocuparon el antiguo territorio de Israel— intentaron varias veces erradicar el judaísmo.

El cristianismo comenzó como una secta disidente de la corriente principal del judaísmo, probablemente a principios del siglo I EC. Durante el segundo siglo continuó mutando y divergiendo del judaísmo, y eventualmente se separó completamente de éste para formar una fe que atrajo a una gran cantidad de conversos paganos. A pesar de los numerosos intentos que realizó el Imperio romano para erradicar al naciente cristianismo, en el siglo IV EC el emperador romano Constantino lo transformó en la religión oficial del Imperio.

Esto marcó un gran paso para la propagación del monoteísmo, pero sin embargo, la tradicional animosidad romana hacia el judaísmo adquirió un nuevo trasfondo teológico.

Hacia el final de la Gran revuelta en contra del Imperio romano (67-70 EC), las legiones romanas quemaron el Templo en Jerusalem y allanaron la ciudad. Varios siglos después, la joven Iglesia Católica Romana le dio un giro teológico a la destrucción. La destrucción de Jerusalem y del Templo, junto con el exilio del pueblo judío de la tierra de Israel, era mucho más que un mero castigo romano por rebelarse.

Desde la perspectiva de la Iglesia, los judíos habían rechazado a Jesús como el mesías y habían colaborado en su ejecución. Como castigo por sus pecados, Dios había rechazado a los judíos, había destruido su Templo y los había condenado a vagar por la tierra hasta la segunda venida de Jesús. Era una retribución Divina, la ira de Dios.

Estos imperdonables pecados eran la raíz de la tremenda hostilidad y sospecha que había en el inconsciente colectivo de la Iglesia hacia los judíos, sentimientos que los primeros padres de la Iglesia expandieron rápidamente a las masas cristianas.

El antisemitismo generado por la Iglesia llevó a una violencia abierta en contra de los judíos, especialmente en la época de la Primera Cruzada, y a una constante persecución, tasación punitiva, humillación, marginación, expulsión y asesinato en masa.

A pesar de que el Holocausto y la arremetida de Hitler en contra de los judíos no fueron específicamente ataques teológicos, no hay duda que no podría haber hecho lo que hizo con la judería europea sin el precedente de 2.000 años de antisemitismo cristiano. Al mismo tiempo, el rol del papa de la época, Pio XII, y su aparente falla en confrontar los horrores del nazismo, sigue siendo una oscura mancha en la historia de la Iglesia.

De las cenizas de Auschwitz emergió el Estado de Israel, pero sin embargo, pasaron varias décadas antes que la Iglesia diera algunos pasos y reevaluara su actitud hacia el judaísmo y el pueblo judío.

Perdón: Finalmente, en 1965, vino la primera jugada audaz de la mano del Papa Pablo VI; un concilio ecuménico más conocido como el Concilio Vaticano II. El documento hace tres declaraciones relevantes sobre el pueblo judío: (1) Sólo unos pocos judíos estuvieron involucrados en el complot para asesinar a Jesús, (2) ningún judío que esté vivo hoy en día puede ser declarado culpable por la muerte de Jesús y (3) los judíos no son rechazados por Dios.

Después de dos mil años, la Iglesia fue capaz finalmente de perdonar a los judíos por algo que nunca hicieron en primer lugar.

La noción de que el pacto del pueblo judío con Dios se mantiene intacto es un quiebre radical con la teología católica clásica.

Aceptación: El siguiente paso significativo vino de la mano del Papa Juan Pablo II en el año 2000. Él estableció relaciones diplomáticas con Israel, visitó el país e incluso rezó en el Kotel. Si Dios le había permitido al pueblo judío regresar a Israel y reunificar Jerusalem, entonces quizás Él no los había rechazado después de todo. Esto representó un cambio radical en la actitud de la Iglesia hacia el judaísmo.

Reconciliación y legitimación: Sin embargo, el Papa Francisco está probando ser un completo disidente; él rehúye gran parte de la formalidad y pomposidad de su cargo al mismo tiempo que trabaja duro para rejuvenecer la Iglesia y reconciliarla no sólo con la modernidad, sino que también con las otras religiones.

En base a sus declaraciones pasadas, se podría argumentar que será él quien traiga el mayor giro de los últimos 2.000 años en lo que refiere a la actitud de la Iglesia hacia el judaísmo. "Le tenemos especial consideración al pueblo judío debido a que su pacto con Dios nunca fue revocado... Ambos creemos en un solo Dios que actúa en la historia y ambos aceptamos su palabra revelada". Papa Francisco, Evangelli Gaudium 2013.

La noción de que el pacto del pueblo judío con Dios se mantiene intacto es un quiebre radical con la teología católica clásica.

Esta nueva perspectiva llevará, si Dios quiere, a una reevaluación significativa y a un gran avance en la relación entre el catolicismo y el judaísmo, entre los católicos y los judíos, y entre el Vaticano y el Estado de Israel.

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