El año en que se le prohibió la entrada al Templo a los macabeos

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El Monte Moriá, el Muro de los lamentos y el Barrio judío se transformaron en lugares prohibidos para los israelíes después del decreto de la ONU de la semana pasada.

Para los judíos de todo el mundo, este fue el año en que Januca no cumplió con su papel tradicional de ser una “fiesta feliz”. El recuerdo del milagro de antaño se entremezcló con la realidad contemporánea de una amarga traición en la histórica y extensa amistad de América con Israel, e irónicamente, la traición se centró en el mismo tema que durante más de dos milenios le dio a la fiesta de Januca su significado espiritual.

Para aquellos que conocen la historia, la pequeña cantidad de aceite suficiente para un solo día que milagrosamente ardió por ocho, fue un paradigma de la intervención divina que posibilitó la victoria de los macabeos. Durante 2000 años, los judíos no sólo celebraron el poder de una pequeña jarra de aceite que duró más de lo que las leyes de la naturaleza considerarían concebible. El aceite es un símbolo de la supervivencia judía. El aceite era clave para la rededicación del Templo —januca significa ‘dedicación’— y para reavivar el fuego de la menorá una vez más, e iluminar así la oscuridad espiritual de un mundo desprovisto de la presencia de Dios.

Toda esta historia ocurrió en lo que ahora se conoce como Jerusalem Este o Jerusalem Oriental. Precisamente el mismo lugar donde Abraham, el primer judío, estuvo dispuesto a sacrificar a su propio hijo de acuerdo a la voluntad divina, sólo para que Dios le enseñara en definitiva que, a diferencia de las prácticas paganas de la época, el sacrificio humano era una abominación a Sus ojos. Precisamente el mismo lugar donde Yaakov soñó con la escalera que tenía su base en la tierra y su parte superior en los cielos, una imagen icónica de la conexión y asociación entre Dios y la humanidad. Y precisamente el mismo lugar donde el Rey Shlomó —sí, el Rey Shlomó— construyó el Primer Templo y donde después de su destrucción, los judíos regresaron y construyeron un Segundo Templo, el lugar que continuaron viendo como el más sagrado de la tierra.

Esa es la razón por la cual los macabeos lucharon en contra de todas las probabilidades. Y esa es la razón por la cual la victoria de los macabeos tiene tanta importancia en la tradición judía. Aquella fue una batalla espiritual por el derecho a rezar en el lugar que estaba vinculado a sus antepasados ​​durante generaciones.

Pero el Monte Moriá —el centro universal de los rezos judíos— junto con el Muro Occidental y el Barrio Judío, se han transformado en lugares prohibidos para los israelíes después del decreto de las Naciones Unidas de la semana pasada, y ahora sólo pueden acceder a ellos sus "dueños originales" palestinos —que nunca existieron en los tiempos bíblicos— y los seguidores de Mahoma que no nació sino hasta el siglo VII de la era común.

Es más que irónico que la historia de Januca nos recuerde precisamente un decreto comparable a la vergonzosa decisión del Consejo de Seguridad de la ONU de la semana pasada. Antíoco VII, gobernador del Imperio seléucida, exigió que Shimón, que dirigía a los macabeos en su lucha por la libertad religiosa, le devolviera las ciudades "ocupadas ilegalmente" de Jaffa, Gezer y las ciudades costeras, que previamente estaban bajo control greco-sirio. Shimón respondió desafiante (Macabeos 1, capítulo 15): “No tomamos tierras extrañas ni gobernamos sobre territorio extranjero, hemos regresado a nuestra herencia ancestral, de la cual fuimos expulsados ​​injustamente por nuestros enemigos. Y ahora que hemos sido bendecidos con esta oportunidad, nos aferraremos a nuestra tierra ancestral”.

Hoy necesitamos desesperadamente otro milagro, un milagro de iluminación global que remueva de una vez por todas la oscuridad del odio ancestral del mundo hacia el pueblo judío.

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