Ellos también tienen la culpa

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La responsabilidad es de todos aquellos que forman a la juventud palestina en una atmósfera que ensalza la muerte.

La responsabilidad por la muerte de la jovencita israelí Halel Yafa Ariel de 13 años, acuchillada varias veces en su cama mientras dormía en su habitación en el asentamiento de Kiryat Arba, no es solamente del terrorista Muhamad Taraireh, de 17 años, que irrumpió a la casa y la asesinó a sangre fría.

La responsabilidad es de todos aquellos que crearon un ambiente en el cual jóvenes crecen con el mensaje que asesinar judíos es un objetivo loable y que quien lo cumple se llena de gloria en camino al paraíso. De todos quienes llaman shahíd, ‘mártir’ —un término cargado emocionalmente de contenido positivo— a quien muere después de haber asesinado israelíes.

La responsabilidad es de todos aquellos que forman a la juventud palestina en una atmósfera que ensalza la muerte. En el muro de Facebook de Taraireh, el asesino de Halel, él había afirmado días atrás "la muerte es un privilegio". Y después de revelarse su identidad y confirmarse que él había cometido el sangriento atentado, la red noticiosa local de Hebrón citó a su madre diciendo: "Mi hijo es un héroe, me ha dado orgullo. Murió como mártir defendiendo a Jerusalem y la mezquita de Al-Aqsa. Preciado por Alá, mi hijo se ha sumado a los mártires que le precedieron. Con la voluntad de Dios, que todos sigan su camino, toda la juventud de Palestina. Alabado sea Alá". Con madres así, ¿quién necesita enemigos?

La responsabilidad por la muerte de Halel, de 13 años, es de todos los que reparten caramelos al enterarse de un atentado con muertos en Israel. Y de los que los educaron de modo que consideran que eso es lo normal, lo lógico, lo natural.

Es de quienes, aún sentados en puestos oficiales que les deberían hacer sentir el peso moral de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, no condenan el asesinato. En el mejor de los casos, y no siempre, lanzan alguna frase general como "estamos en contra de la muerte de inocentes en cualquier lado".

La responsabilidad es de quienes rehúsan sentarse cara a cara a negociar y prefieren usar las tribunas para lanzar diatribas y demonizar. Como el propio Presidente de la Autoridad Nacional Palestina que días atrás volvió a perder la oportunidad de irradiar un poco de responsabilidad y aprovechó preciosos minutos en un podio de la Unión Europea, para acusar a Israel de mandar a envenenar los pozos de agua palestinos. Tan increíble fue su mentirosa incitación, que poco después tuvo que retractarse y dar marcha atrás. Demasiado tarde. Su mentira, su incitación, ya había envenenado otras almas, había agregado algo más al terrible efecto acumulativo de la constante demonización de Israel, a la que la población palestina está expuesta constantemente en sus medios de comunicación, en la calle, en sus redes.

En realidad, Muhamad Taraireh tendría que haber crecido en un hogar muy especial, como para pensar que todo lo que oye a su alrededor es mentira. Que no puede ser que los rabinos judíos manden a envenenar pozos de agua. Que no puede ser que Israel robe órganos de palestinos muertos en enfrentamientos. Que no puede ser que Israel distribuya drogas para corromper a la juventud palestina.

Tendría que haber estado hecho de acero, para resistir la propaganda a la que estaba expuesto siempre, que afirma entre otras mil mentiras, que Israel quiere apoderarse de la mezquita de Al-Aqsa, olvidando que los únicos que tienen permitido orar allí son los musulmanes, y que la propia policía israelí impone a los judíos la prohibición de rezar en el lugar, a fin de preservar el delicado "status quo". No sea cosa que alguien se enoje y empiece de nuevo a acuchillar.

Pero no… Muhamad Taraireh no estaba hecho de acero. Era un palestino de carne y hueso que creía al parecer que si los mayores, entre ellos sus propios líderes, dicen tal y cual cosa, debe ser cierto. Y que, si es así, lo mejor que puede hacer para mejorar su vida en medio de tantos problemas y conspiraciones, sería matar a una adolescente judía mientras dormía, apuñalarla ocho veces y dejar su pieza llena de sangre.

Y esto no tiene nada que ver con las discusiones políticas legítimas sobre cómo resolver el conflicto israelí-palestino. Esto no tiene nada que ver con lo bueno que sería ver a un Estado palestino independiente conviviendo en paz con su vecino Israel, algo que no se concretará mientras la vía sea el terrorismo.

"Ellos adoran la vida, así como nosotros adoramos la muerte", dijo años atrás, en Gaza, Fathi Hamad, en aquel entonces Ministro del Interior de Hamás.

Pero la idea la están siguiendo no sólo miembros de la organización islamista.

El grito de horror salió este jueves, en el cementerio judío de Hebrón, de Rina, la madre de Halel, que entre desesperados sollozos, decía que no existen las palabras para despedir a una flor de 13 años. Pero nada va a cambiar hasta que el grito de horror no salga de las madres palestinas. Ellas deben ser las primeras en gritar. No para proteger a los judíos. Deben ser las primeras en decir "basta", para proteger a sus propios hijos, para que ninguno de ellos piense, como dijo Muhamad Taraireh días atrás, que "la muerte es un privilegio".

Extraído de Montevideo Portal

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