Finalmente, alguien le dice a la ONU las cosas como son

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Nikki Haley, la nueva embajadora de Estados Unidos en la ONU, atacó fuertemente el sesgo anti Israel de la organización.

Hace cuatro meses, cuando la gobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, fue nominada por el presidente electo como embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, escribí que había razones para esperar que ella estuviera a la altura de los legados de Daniel Patrick Moynihan, Jeanne Kirkpatrick y John Bolton como “faros brillantes en el pozo de serpientes ubicado en el medio de Manhattan”.

Aunque en ese momento no podía juzgar si ella era la persona adecuada para el cargo, parecía que poseía el tipo de claridad moral y la contextura requerida en una arena llena de gente cuyo propósito principal es nublar la distinción entre el bien y el mal. De hecho, se necesita un tipo especial de enviado para maniobrar el “universo orwelliano” en el que opera el organismo internacional, donde los valores occidentales están en un nivel jerárquico inferior a la cultura del tercer mundo y donde se realiza una burla constante del concepto de derechos humanos, los cuales la organización fue establecida originalmente para salvaguardar.

Un indicador de que Haley parecía encajar con el cargo fue que ella, hija de inmigrantes indios que pasaron por canales legales para convertirse en ciudadanos estadounidenses, firmó una ley para acabar con la inmigración ilegal. Otra fue su introducción de una legislación para prohibir boicots, desinversiones y sanciones “basadas en la raza, el color, la religión, el género o el origen nacional de una persona o entidad”. Dado que Israel ha sido el centro de las campañas BDS en todas partes, estaba claro lo que ella tenía en mente. No es de extrañar que su nombramiento hizo que el Observador Permanente de Palestina ante las Naciones Unidas, Riyad Mansour, se estremeciera.

Mansour tenía razón al preocuparse, así como ahora creo que mis grandes esperanzas estaban bien fundadas cuando Haley fue confirmada como embajadora.

El jueves, después de su primer encuentro con el Consejo de Seguridad de la ONU, Haley le dijo a periodistas que había pedido a sus miembros que la ayudaran a comprender “cuando hay tantas cosas ocurriendo en el mundo, ¿por qué cada mes ustedes se sientan y tienen una audiencia donde todo lo que hacen es obsesionarse con Israel?”.

Haley dijo que la junta fue “un tanto extraña” y la describió de la siguiente forma: un foro para golpear al Estado judío.

“La discusión no fue sobre la acumulación ilegal de cohetes de Hezbolá en el Líbano”, dijo. “No se habló del dinero y las armas que Irán le proporciona a los terroristas. No se discutió cómo vencer al EI [Estado Islámico]. No se habló sobre cómo responsabilizar [al presidente sirio] Bashar al-Assad por la masacre de cientos y miles de civiles inocentes. No, en cambio, la reunión se centró en criticar a Israel, la única verdadera democracia del Medio Oriente”.

Afirmando que los Estados Unidos “no volverán a hacer caso omiso de esto”, Haley subrayó el “apoyo inflexible de Estados Unidos a Israel” y la intolerancia por el “sesgo anti Israel de la ONU”.

Señaló que “increíblemente, el Departamento de Asuntos Políticos de la ONU tiene toda una división dedicada a los asuntos palestinos”, mientras que “no existe una división dedicada a los lanzamientos de misiles ilegales de Corea del Norte ... o una división dedicada al estado patrocinador del terror número uno del mundo, Irán”.

El doble estándar, dijo, “es impresionante”, especialmente porque “Israel existe en una región donde otros reclaman su completa destrucción y en un mundo donde el antisemitismo está en aumento”.

Esta insistente postura de la ONU “necesita un cambio urgente”, dijo. “Estados Unidos no vacilará en hablar en contra de estos sesgos en defensa de nuestro amigo y aliado, Israel”.

Si éste es el primer “hurra” de Haley, no pasará mucho tiempo para que ella tome su lugar legítimo junto a, o quizás superando a, un puñado de predecesores cuyas marcas fueron indelebles.

Ruthie Blum es la editora ejecutiva de The Algemeiner.

Fuente: Israel Hayom/JNSorg

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