¿Qué opina el judaísmo del dinero?

8 min de lectura

La visión de la Torá sobre dar caridad, respetar la propiedad ajena y hacer negocios con honestidad.

Un extracto del libro Handbook of Jewish Thought (Manual del pensamiento judío), de Rav Aryeh Kaplan.

El amor que uno siente por Dios debe ser superior al amor que uno siente por las cosas materiales. Nos fue ordenado: “Ama a Hashem tu Dios… con todos tus medios” (Deuteronomio 6:5), lo que significa que debemos amar a Dios incluso si el costo de hacerlo es toda nuestra riqueza. Por lo tanto, hay ocasiones en las que la persona debe estar dispuesta a sacrificar todas sus posesiones por Dios, incluso si no se le exige que de su vida.

Si uno vive un lugar en el cual es imposible respetar nuestra religión, entonces deberá mudarse a un lugar en donde sí sea posible, independientemente de cuál sea el costo.

Uno debe sacrificar todas sus posesiones antes de violar de forma activa cualquier mandamiento negativo de la Torá...

Por lo tanto, uno nunca debiese hacer negocios en un lugar en el cual Shabat es el día principal de comercio, porque podría sucumbir a la tentación de obtener un beneficio extra en Shabat…

A pesar de que uno debe empobrecerse antes de pecar activamente, esto no es necesario cuando se trata de hacer acciones positivas. De los dos diezmos agrícolas aprendemos que Dios no quiere que usemos más de un quinto (20 por ciento) de nuestros medios con propósitos religiosos. Por lo tanto, no hace falta que uno gaste más de un quinto de su dinero para realizar un mandamiento positivo, incluso si jamás tendrá otra oportunidad de hacerlo. Por ejemplo, uno no necesita gastar más de esa cantidad para adquirir talit o tefilín, una sucá, un etrog o matzá para Pésaj.

La distribución de la caridad

De la misma forma, un quinto del ingreso se considera una contribución generosa a caridad y uno no debiera excederse por sobre esa suma. Está prohibido empobrecerse por medio de distribuir todas sus posesiones a caridad, y quien lo hace es contado entre quienes son tontamente píos que traen destrucción al mundo. Sin embargo, en su testamento uno puede dejar hasta un tercio de su patrimonio para caridad.

De todos modos, un mínimo del 10% del ingreso de la persona le pertenece a Dios y debería usarse para caridad u otros propósitos religiosos. Esta es una medida que aprendemos de los Patriarcas, como Yaakov mismo le dijo a Dios: “De todo lo que me des, separaré un décimo para Ti” (Génesis 28:22).

Similarmente, el Talmud aprende que debemos dar un décimo de nuestro ingreso a caridad del versículo “Honra a Dios con tu riqueza y con el primero de los frutos de todo lo que produces” (Proverbios 3:9).

Si hay una necesidad urgente de caridad o de cumplir cualquier otro mandamiento, uno debe sacrificar un quinto, o al menos un décimo, de todas sus posesiones. Sin embargo, después de ese momento, uno sólo necesita dar diezmo de su ingreso anual. De todos modos, quienes son muy ricos deberían dar tanto como sea necesario.

Una persona que da menos de un décimo de su ingreso a caridad es considerada miserable.

Dar caridad es un mandamiento positivo, como declara la Torá: “Abre tu mano generosamente y bríndale [a tu hermano en necesidad] todo crédito que necesite para ocuparse de sus necesidades” (Deuteronomio 15:8). El mínimo que uno debe dar para cumplir este mandamiento es un tercio de shekel por año. En estas líneas, está escrito: “Hemos aceptado sobre nosotros mismos donar un tercio de shekel por año para el servicio de la casa de nuestro Dios” (Nejemia 10:33). Incluso los más pobres de los pobres deben dar dicha cantidad, ya que de otra manera violarían el mandamiento de caridad. Sin embargo, una persona de clase media que da menos de un diez por ciento de su ingreso a caridad es considerada miserable.

Si alguien está acostumbrado a usar su diezmo sólo para caridad, no puede usar este dinero para ningún otro propósito religioso. Sin embargo, puede usarlo para comprar artículos religiosos y libros que también les prestará a los pobres, siempre y cuando estén claramente designados para ese objetivo.

Embelleciendo las mitzvot

Dios nos exige que cumplamos Sus mandamientos de la mejor y más bella forma posible, como declara la Torá: “Este es mi Dios y yo Lo glorificaré” (Éxodo 15:2). Por lo tanto, siempre que sea posible, uno no debería utilizar los artículos religiosos más baratos, sino que debería gastar hasta un tercio más para obtener artículos de mejor calidad. Cuando uno tiene la opción de elegir entre dos artículos, debería gastar un tercio más para comprar el mejor de ellos. Por ejemplo, en lugar de comprar un talit barato, uno debería gastar un tercio más por un talit mejor.

A quien gasta más que el tercio extra que es requerido para embellecer su observancia de los mandamientos Dios le asegura que lo recompensará ampliamente aquí en la tierra. Por lo tanto, cualquier ingreso inesperado debería ser utilizado para este propósito.

Uno siempre debería dar lo mejor de sí para Dios, como aprendemos del siguiente versículo: “…el sebo (lo mejor) es para Hashem” (Levítico 3:16). Entonces, cuando una congregación construye una sinagoga, debería hacerla tan bella como sea posible, como insinúa la Torá: “Nuestro Dios nos ha hecho un favor… para elevar a lo alto la Casa de nuestro Dios” (Ezra 9:9). En un edificio dedicado a la Torá de Dios no debería haber señales de pobreza, intentos vanos de economizar ni escatimaciones. Sin embargo, esto nunca debe hacerse a expensas de otras obras caritativas ni negándole la afiliación a quienes tienen menores ingresos.

Los lujos y la suntuosidad debiesen ser dictados por la estética y el buen gusto.

Sin embargo, incluso en lo referente a cosas sagradas, los lujos y la suntuosidad debiesen ser dictados por la estética y el buen gusto, y no por la ostentación y el deseo de gastar dinero. Por ejemplo, uno no debería usar oro cuando la plata sería igualmente bonita.

Nuestros sabios nos enseñan que la Torá se preocupa por nuestro dinero y que no deberíamos desperdiciarlo. Encontramos esto en el caso de una casa que estaba siendo afectada por una plaga, en cuyo caso fue declarado: “El cohén deberá ordenar que la casa sea vaciada antes de que [cualquier] sacerdote venga a ver la marca, para que todo lo está en la casa no se vuelva impuro. Sólo entonces irá el cohén a ver la casa” (Levítico 14:36).

Similarmente encontramos que Dios hizo milagros no sólo para salvar nuestras vidas, sino que también para salvar nuestras posesiones, como cuando hizo que el agua brotase en el desierto tanto para los israelitas como para su ganado.

No desperdicies

Está prohibido destruir inútilmente un objeto útil, como aprendemos del mandamiento: “No destruirás los árboles [de la ciudad]” (Deuteronomio 20:19). Quien destruye muebles o utensilios, desgarra ropa o desperdicia comida sin motivo alguno, es culpable de violar este mandamiento. Más aún, si lo hace enojado se considera que ha cometido idolatría. Uno no debería destruir nada sobre lo que pueda ser dicha una bendición, como está escrito: “No destruyas [la parra] porque la bendición [sobre el vino] está en ella” (Isaías 65:8).

Toda destrucción de este tipo sólo está prohibida cuando no tiene ningún propósito. Si hay una razón lógica o una utilidad para ello, entonces está permitida. Más aún, si hay una preocupación por salud, obviamente es mejor destruir las posesiones que el bienestar.

De la misma manera, está prohibido dañar o destruir la propiedad ajena, o hacer cualquier cosa que pueda causar un daño de manera directa. Si uno causa un daño debe restituirlo, como está escrito: “Y el que hiera mortalmente a un animal deberá retribuirlo; [el valor de] una vida por otra vida” (Levítico 24:18).

Estafar y robar

Está prohibido robar, hurtar o conservar ilegalmente propiedad o dinero, como nos fue ordenado: “No robarás… no conservarás [injustamente] lo que le pertenece a tu prójimo. No hurtarás” (Levítico 19:11, 13). Debemos ser extremadamente cuidadosos de no tomar posesión ilegal de ningún dinero o propiedad de ninguna forma, independientemente de lo trivial que sea su valor, ya sea de un adulto o de un niño.

Está prohibido robar bromeando, incluso si la intención es devolver el objeto inmediatamente. En estas líneas, el profeta dijo: “Si un hombre malvado… paga lo que robó” (Ezequiel 33:15), de lo que aprendemos que quien roba es considerado malvado incluso si siempre tuvo la intención de pagar o reemplazar el artículo robado.

Dios nos comandó a devolver cualquier propiedad que se encuentre ilegalmente en nuestra posesión, como dice la Torá: “Él deberá regresar el objeto robado, el dinero retenido, el artículo que le haya sido confiado y el objeto perdido que haya encontrado” (Levítico 5:23). Si el artículo robado está disponible e intacto, debe ser devuelto; si no, la restitución debe hacerse de acuerdo a su valor en el momento del robo. Si el propietario se ha mudado a una ciudad lejana, no estamos obligados a llevarle el artículo robado hasta allá, pero sí debemos informarle que lo tenemos para que venga a buscarlo. Si el propietario muere, la restitución debe hacerse a sus herederos.

Quien le roba o engaña a la comunidad no tiene a nadie para hacer la devolución y nunca puede rectificar su crimen.

Quien le roba o engaña a la comunidad no tiene a nadie a quien pueda pagar su deuda para rectificar su crimen. Sin embargo, deberá intentar trabajar para el bienestar de la comunidad y asistir las necesidades comunitarias para que las personas a quienes les robó se beneficien indirectamente. Si puede, debería hacer una confesión pública y pedir perdón.

Está prohibido comprar un artículo robado, ya que al hacerlo uno se convierte en un cómplice del robo y alienta al ladrón a robar más. Respecto a esto está escrito: “Quien comparte con un ladrón odia su propia alma” (Proverbios 29:24). Asimismo está prohibido usar un artículo robado o derivar todo tipo de beneficio de él. Por lo tanto, uno no debiera comprar nada que probablemente haya sido robado u obtenido con deshonestidad. Quien trata con propiedad robada es considerado como quien le roba al público, y su arrepentimiento es extremadamente difícil.

Las posesiones de los demás

Tomar prestado sin pedir permiso se considera igual que robar. Por lo tanto, está prohibido usar las posesiones ajenas sin permiso. Esto es cierto incluso cuando se está seguro de que el permiso sería obtenido de inmediato.

Si nuestro abrigo, u otra posesión, es intercambiado accidentalmente en un evento público o en una fiesta, debemos devolver el artículo a su propietario original incluso si el artículo propio no se podrá recuperar jamás. De la misma forma, si recibimos la ropa de otra persona en la tintorería (o en cualquier situación similar) no deberíamos usarla en el intertanto, sino que debiésemos hacer todo lo posible para devolvérsela a su dueño.

No debiésemos aceptar nada que la persona entregue por estar en una situación difícil o por vergüenza. Aceptar un regalo que no es dado de todo corazón es similar a robar. Respecto a esto nos fue advertido: “El sediento de ganancias destruirá su propia casa, pero el que odia las dádivas vivirá” (Proverbios 15:27). Por lo tanto, no deberíamos comer en una casa en donde no hay suficiente comida ni donde la invitación no es sincera, como nos fue enseñado: “No comas el pan de un hombre avaro” (Proverbios 23:6).

Está prohibido desear la propiedad ajena, como nos fue comandado: “…no codiciarás la casa de tu prójimo, su campo, su siervo, su sierva… o todo lo que pertenezca a tu prójimo” (Deuteronomio 5:18). Si uno fuerza la situación en donde un artículo no está a la venta y convence al propietario para que lo venda en contra de su voluntad, también es culpable de violar el mandamiento paralelo: “No codiciarás la casa de tu prójimo… ni nada que sea de tu prójimo” (Éxodo 20:14). Ambas leyes están en los Diez Mandamientos y aplican incluso cuando no hay ninguna deshonestidad involucrada.

Transacciones comerciales

Está prohibido ser deshonesto o engañar en una transacción comercial, como nos fue ordenado: “Cuando vendan… o compren [propiedad] de su prójimo, no se estafen uno a otro” (Levítico 25:14). Mantener estrictamente la honestidad en los tratados comerciales es equivalente a respetar toda la Torá y es lo primero por lo seremos juzgados en la corte celestial.

Mantener la honestidad en los negocios es lo primero por lo que seremos juzgados en la corte celestial.

Tal como está prohibido ser deshonesto con nuestro prójimo judío, también está prohibido robar, engañar o hurtar de un no judío en cualquier manera. En muchos casos, hacerlo es peor que robarle a un judío, ya que le da a nuestro pueblo una mala reputación y es una profanación del nombre de Dios.

La honestidad debería ir mucho más allá de los meros requerimientos de la Ley y todos los tratos deberían ser hechos con absoluta integridad y justicia para todos. En todos los aspectos de la vida, uno debería estar consciente de que está siendo constantemente observado por Dios y actuar en consecuencia. De acuerdo a esto nos fue ordenado: “Harás lo recto y lo bueno ante los ojos del Eterno” (Deuteronomio 6:18).

Está prohibido usar dinero deshonesto para caridad o para cualquier otro propósito religioso, como Dios le dijo a Su profeta: "Porque Yo, el Eterno, amo la justicia, odio el robo” (Isaías 61:8). Similarmente, el salmista nos enseñó: “Pues el malvado se vanagloria del deseo de su corazón… y [al hacerlo] menosprecia a Hashem” (Salmos 10:3). Asimismo, quien tiene deudas excesivas debería pagarlas antes de contribuir exageradamente a caridad.

Es una bendición que la persona pueda ganarse sus propios medios y que pueda de esa manera disfrutar de los frutos de su propia labor, como escribe el salmista: “Comerás el fruto de tu esfuerzo, estarás feliz y te irá bien” (Salmos 128:2). Sin embargo, la carrera o el negocio siempre deberían considerarse actividades secundarias a las obligaciones hacia Dios. Quien le da a las consideraciones materiales precedencia ante su servicio a Dios estará violando el mandamiento de amar a Dios por sobre todas las cosas.

Del libro Handbook of Jewish Thought (Manual del pensamiento judío) Vol. 2, Maznaim Publishing. Reimpreso con permiso.

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