[Historia Judía #62] El regreso a la Tierra de Israel

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El renacimiento de Israel es un fenómeno sin precedentes en la historia humana.

El anhelo de volver a la Tierra de Israel nunca abandonó al pueblo judío.

  • Lo vemos en Salmos, donde los judíos recitaban constantemente: “Si te olvidara, Oh Jerusalem…”, o “Cuando Dios nos haga retornar a Sión seremos como soñadores…”.
  • En las declaraciones de nuestros sabios, como la de Rabí Najman de Breslov: “Adonde sea que vaya, siempre estoy yendo hacia Israel”.
  • Lo vemos en la poesía judía, como en la de Yehudá Haleví: “Mi corazón está en el Este, pero yo estoy en el lejano Oeste”.
  • En los rituales de las festividades: “El año próximo en Jerusalem”.
  • Y obviamente en innumerables bendiciones que son recitadas a diario: “Ten piedad, Señor nuestro Dios, sobre Israel Tu pueblo en Jerusalem, Tu ciudad, sobre Sión… Reconstruye Jerusalem, Tu ciudad sagrada, rápidamente en nuestros días y llévanos allí para que nos regocijemos en su reconstrucción…”.

En otras palabras, la tierra de Israel siempre tuvo un lugar en la mente de los judíos como el lugar en que el potencial nacional judío sería alguna vez alcanzado.

Pero como una realidad práctica, esto no comenzó a ocurrir de manera significativa sino hasta el nacimiento del sionismo moderno, no como un movimiento religioso, sino político.

El renacimiento de Israel es un fenómeno sin precedentes en la historia de la humanidad. Que un pueblo sea exiliado y dispersado, y aún así sobreviva durante 2000 años, que sea una nación sin tierra patria y que retorne a ella y reestablezca esa tierra patria, es un evento milagroso y único. Nunca nadie hizo algo así.

Una breve reseña

Antes de hablar sobre el regreso de los judíos a su tierra patria, repasemos brevemente la historia de lo ocurrido en la Tierra de Israel desde el año 70 EC, cuando los romanos destruyeron el Templo (ver capítulos 35 a 37).

Subsecuentemente, Jerusalem fue destruida, reconstruida de acuerdo al modelo romano y rebautizada Aelia Capitolina. La Tierra de Israel fue rebautizada ‘Palestina’ (en base a los extintos filisteos, uno de los peores enemigos de los judíos en la antigüedad).

Desde ese entonces, los judíos tuvieron prohibido el ingreso a Jerusalem. El Imperio bizantino (la versión cristiana del Imperio romano, con base en Constantinopla) continuó la política anterior y los judíos no tuvieron acceso a Jerusalem hasta que los musulmanes la conquistaron en el año 638 EC (ver capítulo 42).

Una vez que los musulmanes se apoderaron de la Tierra de Israel, la retuvieron bajo su dominio, salvo durante el breve período de las cruzadas (ver capítulo 45).

El imperio turco Otomano fue el que conservó la soberanía durante más tiempo: desde 1518 hasta 1917. Sin embargo, durante todo este tiempo, los musulmanes generalmente trataron a la Tierra Santa como una provincia retrasada. No hubo ningún intento de convertir a Jerusalem, que estaba arrasada, en una capital importante, mientras que sólo unas pocas dinastías musulmanas intentaron mejorar su infraestructura (a excepción de los Umaiad, en el siglo VII, los Mamelucos en el siglo XIII y el Sultán Otomano Suleimán el Magnífico, que reconstruyó los muros de la ciudad en el siglo XVI). De la misma forma, muy pocas construcciones se hicieron en el resto de la tierra, que era árida y no tenía muchos pobladores. La única ciudad importante que se construyó fue Ramla, que sirvió como el centro administrativo otomano.

Mark Twain, quien visitó Israel en 1867, la describió en su obra Innocents Abroad de la siguiente manera:

“Viajamos unas millas de campo desolado, cuyo suelo es lo suficiente rico pero sólo tiene hierbas; una expansión silenciosa y doliente… Hay aquí una desolación que ni la imaginación puede agraciar con la pompa de vida y acción. Llegamos a Tabor sin problemas… Nunca vimos un ser humano en toda la ruta. Nos apresuramos hacia el objetivo de nuestro viaje, la renombrada Jerusalem. Cuanto más viajamos, más fuerte se ponía el sol y más rocoso y falo, repulsivo y temerario se volvía el paisaje… Apenas había algún árbol o arbusto por allí. Hasta los olivos y los cactus, esos rápidos amigos de un suelo infértil, habían desertado el país. No existe un paisaje más aburrido para el ojo que el presente cuando uno se acerca a Jerusalem… Jerusalem es doliente, lúgubre e inerte. No desearía vivir allí. Es una tierra sin esperanza, lúgubre y entristecida… Palestina se sienta con harapos y cenizas”.

Las primeras migraciones

Durante el período de los musulmanes, la vida para los judíos fue mucho más fácil que con los cristianos.

En 1210, tras la desaparición de los cruzados, cientos de rabinos, conocidos como los Baalei Hatosafot, se volvieron a asentar en Israel. Esto marcó el nacimiento de la primera comunidad europea ashkenazí en Israel.

En 1263, el gran rabino y erudito Najmánides, conocido también como el Rambán, estableció una pequeña comunidad sefaradí en el Monte Sión, que estaba fuera de los muros (ver capítulo 47). Posteriormente, en el siglo XV, esa comunidad se mudó al interior de los muros y establecieron la sinagoga Rambán, lugar que continúa existiendo en la actualidad.

Cuando Najmánides fue a Jerusalem, ya había una comunidad judía vibrante en Hebrón, aunque los musulmanes no les permitían el ingreso a la Cueva de Majpelá (en donde están enterrados los Patriarcas y las Matriarcas). De hecho, esta prohibición continuó hasta el siglo XX.

Luego de la expulsión de España en 1492, más judíos comenzaron a emigrar a Israel. En el siglo XVI grandes cantidades de judíos emigraron a la ciudad norteña de Tzfat (conocida también como Safed), la cual se convirtió en la comunidad judía más grande de Israel y en el centro del misticismo judío (cabalá).

A mediados del siglo XVIII, un estudiante del Baal Shem Tov llamado Guershon Kitover comenzó la primera comunidad jasídica judía de Israel. Esta comunidad fue parte de lo que se conoce como el ‘Antiguo Asentamiento’ (en la actualidad, cuando visitas la Ciudad Vieja de Jerusalem, puedes ir al “Museo del Antiguo Asentamiento” y aprender hechos fascinantes sobre éste).

Otro evento muy importante para el crecimiento de la comunidad judía de Israel ocurrió a principios del siglo XIX. Entre 1808 y 1812 tres grupos de discípulos del grandioso rabino Eliahu Kramer, el Gaón de Vilna, totalizando unas 500 personas, llegaron a la Tierra de Israel. En un principio se asentaron en la ciudad de Tzfat, en Galilea, pero después de muchos desastres que incluyeron un devastador terremoto, se asentaron en Jerusalem. Su impacto fue tremendo. Fundaron muchos vecindarios nuevos (incluyendo Mea Shearim) y organizaron muchos kolelim (Ieshivot en donde los hombres casados reciben una asignación mensual para estudiar Torá). La llegada de estos discípulos del Gaón de Vilna revivió la presencia de la judería ashkenazí en Jerusalem, que durante más de 100 años había sido principalmente sefaradí, y tuvo un impacto inmenso en las costumbres y las prácticas de la comunidad religiosa en Israel.

En 1880 había unos 40.000 judíos viviendo en la tierra de Israel, entre unos 400.000 musulmanes (1).

Una de las figuras principales de este tiempo fue Moshé Montefiore (1784-1887), el primer judío que fue honrado con el título de ‘Caballero’ en Gran Bretaña.

Montefiore había hecho su fortuna con los Rothschild, que se hicieron ricos en las guerras napoleónicas. Usaban palomas mensajeras y se enteraron de la victoria en Waterloo antes que nadie; así es como tuvieron una ganancia tremenda en el mercado de valores inglés.

A los 40 años, y con una gran fortuna acumulada, Montefiore se embarcó en una carrera de filantropía, convirtiéndose en un incansable trabajador para la comunidad judía de Israel.

En ese entonces, la mayoría de los judíos vivía en lo que hoy se conoce como la Ciudad Vieja de Jerusalem, particularmente en el ‘Cuarto Musulmán’. La entrada principal a la ciudad para los judíos era la Puerta de Damasco, y de las muchas sinagogas de Jerusalem, la mayoría estaban en el Cuarto Musulmán, cerca del sitio en donde estaba el Templo en el Monte Moriá.

La ciudad estaba muy sobrepoblada y las condiciones sanitarias eran terribles, pero debido a la anarquía de ese tiempo la gente temía construir hogares y vivir afuera.

Montefiore construyó el primer asentamiento fuera de los muros de la Ciudad Vieja, llamado Yemín Moshé, en 1858. Fue el pionero en esto, y luego se construyeron más vecindarios en la Ciudad Nueva. Uno de los primeros, construidos en 1875, fue Mea Shearim (que contrario a la creencia popular, no significa ‘cien puertas’, sino ‘multiplicado por cien’, como en Génesis 26:12).

Además de Montefiore, otra personalidad sumamente importante del período fue el Barón Edmond de Rothschild (1845-1934).

Rothschild fue un hombre que financió más que nadie el reasentamiento de los judíos en la Tierra de Israel. Durante su vida gastó 70 millones de francos de su propio dinero en varios asentamientos agrícolas (Rosh Piná, Zijrón Yaakov, Pardés Janá, sólo por nombrar algunos) y en industrias como la productora de vinos Carmel, entre otras. Rothschild fue tan importante y generoso que fue apodado Hanadiv haiadúa, el ‘Conocido contribuyente’.

Si bien Rothschild estaba bastante asimilado y desconectado del anhelo judío de volver a la tierra, fue muy influenciado por Rav Shmuel Mohilever, quien fue uno de los primeros sionistas religiosos de Polonia.

Mohilever convirtió a Rothschild a su ideología y, desde ese entonces, el rico banquero comenzó a ver a Israel como una “inversión”. Hizo posible para miles de judíos tanto el regreso a Israel como la supervivencia allí en aquel entonces.

El sionismo político temprano

No vemos la aparición del sionismo político sino hasta finales del siglo XIX, cuando surgió como reacción ante la intolerable persecución de judíos de Rusia.

Los primeros sionistas políticos, cuya mayoría era secular (muchos habían nacido en hogares observantes pero habían abandonado la observancia), no sentían un anhelo especial por Israel basado en la tradición o la religión, sino que creían que la Tierra de Israel era el único lugar en que los judíos podían crear una identidad nacional, recuperar el orgullo y la productividad y, con optimismo, escapar de la horrible Rusia zarista antisemita y otros lugares.

Una de las organizaciones principales involucradas en el sionismo político temprano fue Jibat Sión, ‘El amor a Sión’, fundada en 1870 (sus miembros eran llamados Ohabei Sión, ‘Amantes de Sión’).

Una importante personalidad de los Ohabei Sión fue Yehudá Leov Pinsker (1821-1891). Pinsker fue un doctor polaco que comenzó como uno de los maskilim, un grupo que buscaba que los judíos abandonaran el judaísmo y se fusionaran a la cultura rusa con la esperanza de que si los judíos eran aceptados socialmente, el antisemitismo ruso desapareciera (ver capítulo 56). Sin embargo, después de los pogromos que siguieron al asesinato del Zar Alejandro en 1881, él y muchos de los maskilim arribaron a la conclusión de que sus esfuerzos eran en vano y que el antisemitismo nunca iba a desaparecer. Al igual que Theodor Herzl después, Pinsker se sorprendió por la profundidad del antisemitismo europeo. Llego a creer que la única solución posible era que los judíos vivieran en su propia tierra patria. Pinsker publicó sus ideas en un panfleto llamado Auto-emancipación. En este escribió las siguientes memorables palabras:

“Debemos reconciliarnos con la idea de que las otras naciones, por motivo de su propio antagonismo natural, nos rechazarán eternamente”.

La primera aliá

En 1882 se formó en Rusia otra organización importante. Fue llamada Bylu, un acrónimo de las palabras de apertura del versículo en Isaías (2:5): “Beit Yaakov leju venelej”, significando: ‘Casa de Yaakov, vengan y vayamos’.

Bylu fue muy activa en el movimiento inicial de asentamiento, que llegó a ser llamado “La primera aliá”, la primera gran migración de judíos desde Rusia y Rumania a la Tierra de Israel.

Aliá significa ‘ascenso’. Emigrar a Israel, hacer aliá, significa venir de un lugar bajo y “subir”. (En la antigüedad, el término aliá se refería a un viaje a Jerusalem para visitar el Templo, generalmente durante una de las tres festividades de peregrinaje: Pésaj, Shavuot o Sucot, y no sólo implicaba un viaje a las montañas que rodeaban Jerusalem, sino subir al Templo, el lugar más sagrado de la tierra).

El año 1882 marcó la primera aliá, cuando los judíos comenzaron a llegar a Israel en manadas. Entre 1882 y 1891 llegaron 30.000 judíos en dos olas y fundaron 28 nuevos asentamientos.

Esos primeros sionistas compraron cientos de miles de acres de manos de dueños árabes que vivían por lo general en otros lugares de Medio Oriente. La mayoría de las tierras compradas estaban en áreas ignoradas y consideradas no desarrollables, como el plano costal arenoso o el Valle Hula en el norte, lleno de pantanos e infestado por malaria. Sorprendentemente y con mucho esfuerzo, esos primeros asentadores hicieron que la tierra árida volviera a florecer y también drenaron los pantanos (2).

Lo que motivaba a muchos de esos primeros inmigrantes era un idealismo que fue descrito por Zev Dugnov, un miembro de Bylu:

“Mi objetivo final es obtener la posesión de Palestina y restaurar para los judíos la independencia política que se les ha negado ya durante 2000 años. No rían. No es un delirio. No importa si ese día espléndido llegará en 50 años o más. Un período de 50 años no es más que un momento para semejante objetivo”.

De hecho, llevaría 66 años. Mientras tanto, los judíos continuaron llegando, adquiriendo tierras y construyendo un fuerte movimiento político que exigía la devolución de su antigua tierra patria.


Notas:

(1) Para información detallada sobre la demografía de Palestina durante los mandatos otomano y británico ver: Joan Peters, From Time Immemorial ― The Origins of the Arab-Jewish Conflict Over Palestine (Harper & Row, 1984).

(2) El Valle Hula fue drenado recién en la década del 50.

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