[Historia Judía #53] La Ilustración

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La Ilustración le dio derechos civiles a los judíos, pero su énfasis en una sociedad sin Dios estaba destinado a generar una repercusión negativa.

La mitad del siglo XVII marcó el final del Renacimiento. La nueva ideología que emergió en el período posterior al Renacimiento —conocida como la Ilustración— es una ideología que aún permea con fuerza el mundo occidental. Tenemos que entender esta ideología y la relación del pueblo judío con ella para comprender lo que vendría a continuación en la historia judía.

La Ilustración (1650-1850) fue un período caracterizado por importantes avances en el pensamiento que desviaron al mundo de la religión y lo enfocaron cada vez más en el secularismo, el humanismo, el individualismo, el racionalismo y el nacionalismo.

De todos los conceptos mencionados, el racionalismo es el que mejor define a la Ilustración y, por ende, es conocida también como la ‘Edad de la razón’.

En capítulos previos hablamos sobre cómo la Edad Media (Oscura) estuvo dominada por la iglesia y enfocada en Dios. Luego vino el Renacimiento, una época que estuvo más enfocada en la humanidad, con un énfasis en las artes y el conocimiento clásico. La Ilustración expandió aún más el foco en el hombre. En esta época la mente humana, el pensamiento racional y las ciencias empíricas asumieron el rol principal. Fue una era con un foco absoluto en el individuo.

Gracias a ese foco, eventualmente veríamos emerger muchas ideas positivas e instituciones: la democracia liberal, la revolución científica, la industrialización. Sin embargo, este foco en el hombre también llevó a que hubiera ataques ideológicos en contra de las instituciones fundamentales del mundo occidental, incluyendo la religión. La religión era vista por muchos de los pensadores de la Ilustración como un fracaso intelectual que había sido desplazado por la capacidad de la ciencia para explicar lo inexplicable. Así, comenzó a emerger la cultura secular como una alternativa muy fuerte a la religión. La idea de un mundo sin Dios se enraizó en el mundo occidental, teniendo grandes implicancias para Europa y el pueblo judío.

Por más raro que parezca, cuanto menos religioso se volvía el mundo, los judíos eran tratados mejor. Como hemos visto, los fanáticos cristianos mataron a los judíos por muchas razones; los secularistas, por otro lado, no lo harían, porque el hecho de que una persona tuviera una religión diferente no les importaba. (En este período, lo que más importaba era lo nacional, lo cual superaba a la identidad religiosa).

En conjunto con el secularismo, la Ilustración popularizó el concepto del individualismo; todo individuo era considerado valioso e importante y, junto con eso, vino un aumento en el énfasis en los derechos civiles.

A primera vista, el énfasis en los derechos civiles fue bueno para los judíos. Por primera vez el mundo occidental comenzó a ver al judío como un ser humano. Se emitieron edictos de tolerancia que les brindaban ciertos derechos básicos —pero no igualitarios— a los judíos. Uno de los primeros de esos edictos fue emitido por la Asamblea Nacional Francesa en 1791.

La Asamblea Nacional —considerando que las condiciones requeridas para ser ciudadano francés y para convertirse en un ciudadano activo están fijadas en la constitución y que todo hombre que, estando debidamente calificado, hace el juramento cívico y se compromete a cumplir los deberes prescritos por la constitución, tiene derecho a todas las ventajas que ésta garantiza— anula todo aplazamiento, restricción y excepción contenida en los decretos anteriores, afectando a individuos de la creencia judía, quienes deben realizar el juramento cívico… (1)

Sin embargo, los problemas que había con estas ideas saldrían prontamente a la luz, y los judíos volverían a ser las víctimas.

La gran diferencia

El mundo, sin un estándar Divino, tarde o temprano se mete en problemas.

El judaísmo cree que para que el mundo sea ideal, debe haber un foco tanto en el hombre como en Dios. Porque si no hay un foco en Dios, entonces todos los valores morales se vuelven relativos. ¿Por qué es eso malo? Bueno, durante un tiempo podría ser bueno respetar los derechos civiles, pero, cuando se vuelva conveniente o necesario cambiar ese enfoque (por diferentes razones sociales o políticas), entonces el respeto por la vida humana se convertirá en otra idea que “pasó de moda”. Los valores Divinos por otra parte son inmutables y jamás pueden “pasar de moda”. Esa es una gran diferencia.

Esta gran diferencia explica cómo una figura clave de la Ilustración francesa, Jean Jacques Rousseau —autor del Contrato Social que propugnó que los seres humanos son iguales— fue tan inhumano con sus propios hijos. Rousseau embarazó a su lavandera cinco veces y en toda ocasión la obligó a dejar al recién nacido en el umbral de un orfanato, el Hospital des Enfants-trouves. Sobre este orfanato, él mismo había escrito anteriormente que, dos tercios de los bebés morían en el primer año y la mayoría de los sobrevivientes no superaba los siete años. Sus ideas nobles no evitaron que practicara una versión moderna de infanticidio (ver The Intellectuals por Paul Johnson, pp. 21-22.).

De la misma forma, toda la cháchara sobre la igualdad de los hombres no evitó que Françoise Voltaire expresara en su Dictionnaire Philosophique diatribas viciosamente antisemitas y que señalara a los judíos como “el pueblo más abominable del mundo”. Si bien escribió que los judíos no pueden ser asesinados, no podía contener su odio:

“En breve, encontramos que sólo son un pueblo ignorante y barbárico unido en una sórdida avaricia, con la más detestable superstición y el odio más invencible hacia todos los pueblos que los toleran…”.

A diferencia de Francia, la situación en Inglaterra (en donde la Revolución Puritana había sido muy influyente) era muy diferente, así como también en el Nuevo Mundo, en donde los puritanos figuraban prominentemente. La revolución estadounidense surgió como resultado de la síntesis de ideas basadas en la Biblia misma, traídas por los peregrinos, y por las ideas humanistas (como “los derechos humanos inalienables”) desarrolladas por John Locke. Vemos esto con claridad en las oraciones que abren la Declaración de la Independencia:

Afirmamos que estas verdades son obvias, que todos los hombres son creados iguales, que reciben de su Creador ciertos derechos inalienables, y entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

La Revolución Francesa no tuvo esa síntesis, sino que fue un movimiento exclusivamente secular. Y allí los problemas con la filosofía de la Ilustración se volvieron muy obvios.

Los revolucionarios franceses, después de ejecutar al rey y a la reina, Luis XVI y su esposa María Antonieta, en la guillotina, desataron el Reino del Terror, durante el cual fueron ejecutados 25.000 contrarrevolucionarios de formas igualmente sanguinarias.

El Reino del Terror llevó a su fin a la Edad de la Razón. La sangrienta brutalidad de las masas horrorizó a gran parte del mundo y puso severamente a prueba la creencia de la Ilustración de que el hombre podría gobernarse a sí mismo. Luego hubo en Francia un período de agitación general marcado por la corrupción, la inflación incesante y la guerra con países limítrofes. Todo esto acabó cuando Napoleón Bonaparte llegó al poder en el golpe de estado de 1804.

Napoleón y los judíos

Napoleón Bonaparte (1769-1821), quien era un oficial corso, se autoproclamó Emperador de Francia. Durante los diez años que se mantuvo en el poder se embarcó en una serie de conquistas sin precedentes en la historia moderna, en particular debido a su rápido avance por Europa. Siendo un genio militar, llevó a Francia a la ofensiva en contra del Imperio Austríaco, de los italianos y de los rusos. Derrotó a casi todos, convirtiéndose en el amo del continente y reorganizando el mapa entero de Europa.

(Lo que lo debilitó fue el invierno ruso, y una vez que los demás países europeos vieron que era vulnerable, se unieron y lo derrotaron primero en Leipzig en 1813 y luego en Waterloo en 1815. Exiliado como prisionero de guerra en la isla de Santa Helena, murió allí en 1821 a causa de un cáncer o de envenenamiento).

Mientras Napoleón marchaba por Europa, fue liberando a todos los judíos de sus guetos. La idea de liberar a los judíos y concederles derechos civiles lo había precedido, pero él la hizo avanzar.

Napoleón estaba fascinado con los judíos, aunque no los entendía. Quería que fueran aceptados por el resto de la sociedad europea y pensaba que no lo eran porque eran diferentes; si tan sólo pudieran ser más parecidos a los demás, la gente los aceptaría.

Mi política es gobernar a los hombres de la forma en que la mayoría de ellos quiera ser gobernada… Si estuviera gobernando a los judíos, reconstruiría el Templo de Salomón… [Planeo] revivir entre los judíos… los sentimientos de moral cívica que desafortunadamente han estado moribundos en un grupo demasiado grande de ellos a causa del estado de humillación en el que han languidecido durante mucho tiempo (2).

Así, Napoleón se propuso ayudar a los judíos a deshacerse de las cosas que los separaban del resto. Por ejemplo, abogó para que un tercio de los judíos se casara con no judíos. Sus acciones parecían más motivadas por su deseo de mejorar la posición de los judíos de Francia que por preservar el judaísmo. Napoleón es citado diciendo: “Nunca aceptaré ninguna propuesta que obligue al pueblo judío a irse de Francia, porque para mí los judíos son iguales a cualquier otro ciudadano de nuestro país. Expulsarlos del país requiere cobardía; asimilarlos requiere fortaleza” (3).

Dos veces, en 1806 y 1807, Napoleón convocó reuniones de prominentes líderes judíos para promover su plataforma para “salvar” a los judíos. He aquí algunos fragmentos de las instrucciones de Napoleón a la Asamblea de los Judíos Notables (29 de julio de 1806):

El deseo de Su Majestad es que sean franceses, depende de ustedes aceptar el título ofrecido… Escucharán las preguntas que se les presenten y su obligación es responder la pura verdad a cada una de ellas… ¿Es el divorcio válido cuando no es pronunciado por las cortes de justicia y, en virtud a las leyes, está en contradicción con el código francés? ¿Puede una judía casarse con un cristiano, o un judío con una cristiana?… En los ojos de los judíos, ¿son los franceses considerados hermanos o extraños? Los judíos nacidos en Francia, que son tratados por la ley como ciudadanos franceses, ¿consideran a Francia su país? ¿Qué clase de jurisdicción legal tienen los rabinos entre los judíos? (4)

El objetivo de estas preguntas era obvio. Napoleón estaba pidiéndoles a los judíos que respondieran la gran pregunta que surgía de la emancipación: ¿Cuál es tu identidad principal? ¿Son principalmente judíos o franceses?

Aquellos líderes religiosos se sorprendieron con las preguntas. Por un lado, querían cooperar con Napoleón y facilitarles la vida a los judíos de Europa. Pero, por otro lado, no podían consentir con algunas de las ideas de Napoleón, ya que esto habría significado la destrucción del judaísmo. Le respondieron lo más diplomáticamente posible, siempre adhiriéndose a la ley judía:

Los únicos matrimonios prohibidos explícitamente por la ley son aquellos con las siete naciones kenaanitas, con Amón y Moab y con los egipcios… La prohibición general aplica sólo a las naciones idólatras. El Talmud declara formalmente que las naciones modernas no deben ser consideradas así, dado que, al igual que nosotros, adoran al Dios de los cielos y la tierra. De acuerdo a esto ha habido, en muchos períodos, casamientos mixtos entre judíos y cristianos en Francia, España y Alemania… pero no podemos negar que la opinión de los rabinos está en contra de estos matrimonios (5).

A pesar de que Napoleón finalmente perdió sus guerras y terminó exiliado, las cosas que puso en movimiento tuvieron un gigante efecto dominó. Para finales del siglo XIX la idea de hacer que los judíos no continuaran siendo ciudadanos ya no era sostenible en la ahora más liberal atmósfera europea (6). Con el tiempo, los judíos recibieron la ciudadanía en todos los países de Europa. Interesantemente, los dos últimos países que les otorgaron la ciudadanía a los judíos fueron Suiza (1874) y España (1918).

Esto significó que, a finales del siglo XIX, los judíos, que habían sido marginados económica y físicamente, que habían sido excluidos de todo comercio y profesión, ahora tenían permitido (si bien no felizmente) actuar en todas las facetas de la sociedad europea.

¿Eso significa que la Ilustración puso fin al antisemitismo?

Difícilmente.

Solamente lo intelectualizó.

El nuevo antisemitismo

Una vez que se abrieron las puertas de los guetos, los judíos llegaron rápidamente a la cima, obteniendo prominencia y riqueza. Esto no significa que, además de sus logros, hayan sido aceptados por la sociedad en general. Los tiempos habían cambiado, pero no tanto.

Es cierto que en la Europa Occidental del siglo XIX no hubo pogromos en contra de los judíos. La sociedad post-ilustración no hacía cosas como esas. Al menos no en Europa Occidental (hablaremos sobre Europa Oriental y Rusia en particular en otro capítulo).

Pero sólo porque no hubo pogromos no significa que los no judíos hayan repentinamente comenzado a amar a los judíos.

El nuevo antisemitismo de esta época puede ser llamado “antisemitismo intelectual”.

Esto implica que personas como el Barón Lionel Rothschild, uno de los judíos más prominentes y ricos de Inglaterra, no pudo ocupar un lugar en el Parlamento Británico después de ser elegido en 1847 porque se rehusó a hacer un juramento sobre la Biblia cristiana. Llevó 11 años y la aprobación del Acta de Incapacidades de los judíos que tuviera ese derecho (se convirtió en el primer miembro judío del Parlamento Británico en 1858).

En teoría los judíos tenían derechos igualitarios, pero en la práctica la historia era muy diferente. Muchos judíos veían a la conversión como la mejor manera de avanzar en la Europa ilustrada. Un ejemplo clásico fue Benjamín Disraeli, quien fue dos veces Primer Ministro de Inglaterra durante el reino de la Reina Victoria y sólo pudo alcanzar esa posición porque su familia se convirtió a la Iglesia de Inglaterra.

Esta actitud hacia la conversión fue excelentemente resumida por el escritor judío alemán Heinrich Heine (su nombre verdadero era Haim), quien fue bautizado como luterano en 1825. “De la naturaleza de mi pensamiento puedes deducir que el bautismo me es indiferente, que no lo considero importante ni siquiera simbólicamente… el certificado de bautismo es el ticket de admisión a la cultura europea…” (7).

Entonces vemos que sí, que los judíos eran aceptados en la sociedad siempre y cuando no fueran judíos. Si un judío estaba dispuesto a dar un vuelco y hacer un juramento sobre la Biblia cristiana o, mejor aún, evitar su religión, entonces, era aceptado. Si insistía en continuar fiel a la Torá y al hebreo, se lo mantenía al margen.

(En el próximo capítulo examinaremos un intento de los judíos alemanes de evitar el problema cuando analicemos los comienzos del Movimiento Reformista dentro del judaísmo)

Es interesante notar que en esta época de tolerancia sin precedentes fue inventado el término ‘antisemitismo’. Fue el producto de uno de los más grandes pensadores alemanes del siglo XIX, Wilhelm Marr, quien quiso distinguir el odio hacia los judíos como miembros de una religión (antijudaísmo) del odio hacia los judíos como miembros de una raza/nación (antisemitismo). En 1879 escribió un libro llamado La victoria del judaísmo sobre la soberanía alemana, que fue impreso doce veces en seis años y fue un best-seller constante.

Otro pensador importante fue Karl Eugen Duehring, que en 1881 escribió El problema de los judíos es un problema de raza, en donde definió el significado de antisemitismo:

“El problema judío existiría incluso si la mayoría de los judíos le dieran la espalda a su religión y se unieran a una de nuestras iglesias principales. Sí, yo sostengo que en ese caso la lucha entre nosotros y los judíos se haría sentir incluso más urgente. Es precisamente el judío bautizado el que más se infiltra, libre en todos los sectores de la sociedad y la vida política. Vuelvo, entonces, a la hipótesis de que los judíos deben ser definidos exclusivamente en base a la raza y no en base a la religión”.

Los judíos que abandonaron su religión y obtuvieron poder, riqueza y prominencia, no prestaron suficiente atención a estas ideas. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que su “paseo feliz” sería muy corto. Porque incluso si los judíos escapaban del antijudaísmo convirtiéndose al cristianismo, haciéndose seculares o asimilándose, el antisemitismo, que no diferenciaba en base a creencias ni comportamientos, igualmente los atraparía al final.


Notas:

(1) Paul Mendes–Flohr & Yehuda Reinharz ed., The Jew in the Modern World, (Oxford University Press, 1995), p. 118. 

(2) Allan Gould ed., What Did They Think of the Jews, (Jason Aronson Inc., 1997), p. 103.

(3) De acuerdo a la cita del artículo de Ben Weider titulado Napoleon and the Jews.

(4) The Jew in the Modern World de Paul Mendes-Flohr & Yehuda Reinharz, pp. 125-126

(5) The Jew in the Modern World de Paul Mendes-Flohr & Yehuda Reinharz, p. 129.

(6) Para más información sobre este tema ver The Jew in the Modern World de Paul Mendes-Flohr & Yehuda Reinharz, pp. 112-132, y Triumph of Survival de Berel Wein, pp. 69-77. Es interesante notar que muchos de los rabinos de Europa Oriental, como Schneur Zalman de Liadí, pensaron que era mejor apoyar al Zar antisemita que a Napoleón, cuando este invadió Rusia. Si bien parece extraño, claramente la lógica era “más vale malo conocido que bueno por conocer”. En retrospectiva esto probó ser muy correcto, ya que la asimilación en masa traída por la emancipación, demostró ser mucho más devastadora que la hostilidad constante de los antisemitas. Esto ilustra una de las más grandes verdades de la historia judía: La situación más difícil para seguir siendo judío no es la pobreza y la persecución, sino la riqueza y la libertad.

(7) The Jew in the Modern World de Paul Mendes-Flohr & Yehuda Reinharz.

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