[Historia Judía #55] Los judíos y la fundación de Estados Unidos

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La sorprendente historia de la influencia judía en los padres fundadores de la democracia estadounidense.

La creación de los Estados Unidos de América representó un evento único en la historia mundial: fundada como una república moderna, tenía sus raíces en la Biblia y uno de sus primeros dogmas fue la tolerancia religiosa.

La razón de esto era que muchos de los primeros peregrinos que se asentaron en la ‘Nueva Inglaterra’ de América a principios del siglo XVII eran refugiados puritanos que escapaban de persecuciones religiosas de Europa.

Esos puritanos veían su migración de Inglaterra como una nueva interpretación del Éxodo judío de Egipto. Para ellos, Inglaterra era su Egipto, el rey era Paró, el Océano Atlántico el Mar de los Juncos, Estados Unidos la Tierra de Israel y los indios eran los antiguos cananitas. Ellos eran los “nuevos israelitas”, que entraban a un nuevo pacto con Dios en una nueva Tierra Prometida.

El Día de Acción de Gracias (celebrado por primera vez en 1621, un año después de que llegara el barco Mayflower) fue concebido inicialmente como un día paralelo al día judío de la expiación: Iom Kipur. Iba a ser un día de ayuno, introspección y plegaria.

Escribe Gabriel Siván en La Biblia y la civilización (p. 236):

“Ninguna comunidad cristiana de la historia se identificó más con el Pueblo del Libro que los primeros colonos de la Bahía de Massachusetts, quienes creían que sus propias vidas eran una recreación del drama bíblico de la nación hebrea… esos inmigrantes puritanos dramatizaron su situación, considerándose el remanente recto de una Iglesia que había sido corrompida por la ‘aflicción babilonia’, y se veían a sí mismos como instrumentos de la Providencia Divina, un pueblo elegido para construir su nueva patria basada en el pacto del Monte Sinaí”.

Anteriormente, durante la Revolución Puritana de Inglaterra (1642-1648), algunos extremistas puritanos habían intentado incluso reemplazar la ley inglesa por las leyes del Viejo Testamento, pero no se les permitió hacerlo. En América, sin embargo, había mucha más libertad para experimentar con el uso de la ley bíblica en los códigos legales de las colonias, y fue exactamente lo que los colonos hicieron.

La primera legislación de las colonias de Nueva Inglaterra estuvo determinada en su totalidad por la Biblia. En la primera asamblea de New Haven en 1639, John Davenport declaró claramente la primacía de la Biblia como la base legal y moral de la colonia:

“Las Escrituras proveen un reglamento perfecto para la dirección y el gobierno de todos los hombres en todas las actividades que desarrollarán para Dios y para los hombres, tanto en el gobierno de familias y de la nación, como en temas de la Iglesia… la palabra de Dios será la única regla a respetar en la organización de los asuntos del gobierno en este asentamiento” (1).

Posteriormente, los legisladores de New Haven adoptaron un código legal —el Código de 1655—, el cual contenía unos 79 estatutos de los cuales la mitad contenían referencias bíblicas, prácticamente todas de la Biblia Hebrea. La Colonia de Plymouth también tuvo un código de leyes similar, así como también la asamblea de Massachusetts, la cual adoptó en 1641 las llamadas “Capitall Laws of New England”, las cuales estaban basadas casi exclusivamente en la ley de Moshé.

Obviamente sin una Tradición Oral judía, la cual ayuda a los judíos a entender la Biblia, los puritanos quedaron abandonados a su suerte y tendieron hacia la interpretación literal. Esto llevó en algunos casos a una observancia más estricta y fundamentalista que la del judaísmo.

La influencia judía en la educación

La Biblia Hebrea también tuvo un rol central en la fundación de las diferentes instituciones educativas incluyendo Harvard, Yale, William and Mary, Rutgers, Princeton, Brown, Kings College (conocido posteriormente como Columbia), Johns Hopkins, Dartmouth, etc.

Muchas de estas universidades incluso adoptaron alguna palabra o frase hebrea en su emblema o sello oficial. Debajo de la pancarta que contiene el latín Lux et Veritas, el sello de Yale muestra un libro abierto con el texto hebreo urim vetumim, que era una parte del pectoral de Sumo Sacerdote en los días del Templo. El sello de la Universidad de Columbia tiene el nombre hebreo de Dios en la parte superior del centro, con el nombre hebreo de uno de los ángeles en una pancarta en la parte central. Dartmouth usa las palabras hebreas que significan Dios Todopoderoso en un triángulo en la parte central superior de su sello.

El hebreo era tan popular a finales del siglo XVI y principios del XVII, que muchos estudiantes de Yale comenzaban sus discursos en hebreo. Harvard, Yale, Columbia, Brown, Princeton, Johns Hopkins y la Universidad de Pennsylvania enseñaban cursos en hebreo, algo aún más destacable dado que ninguna universidad inglesa de la época lo hacía (en Estados Unidos, el estudio de la Biblia y el hebreo eran cursos obligatorios en casi todas esas universidades, y los estudiantes podían elegir comenzar sus discursos en hebreo, latín o griego) (2).

Una buena parte de la población, incluyendo una cantidad importante de los Padres Fundadores de Estados Unidos, fue producto de esas universidades. Por ejemplo, Thomas Jefferson asistió a William and Mary, James Madison a Princeton, Alexander Hamilton al King’s College (Columbia). Por lo tanto, podemos estar seguros de que una mayoría de estos líderes políticos no sólo estaban bien familiarizados con el contenido tanto del Viejo como del Nuevo testamento, sino que también tenían un hebreo funcional.

Abraham Katsch comenta en The Biblical Heritage of American Democracy (El legado bíblico de la democracia norteamericana) (p. 70):

En la época de la Revolución de los Estados Unidos, el interés en el conocimiento de hebreo era tan amplio que permitió la circulación de la historia de que “ciertos miembros del Congreso propusieron que el inglés esté formalmente prohibido en los Estados Unidos y que fuese sustituido por el hebreo”.

Simbolismo judío en Estados Unidos

La educación bíblica moldeó la actitud de los fundadores de Estados Unidos no sólo en religión y ética, sino que también en política. Vemos varios casos en que adoptaron los fundamentos bíblicos de los puritanos por razones políticas. Por ejemplo, la lucha de los antiguos hebreos contra el malvado Paró llegó a encarnar la batalla de los colonos contra la tiranía británica. Pueden encontrarse muchos ejemplos que ilustran con claridad hasta qué extremo las luchas políticas de las colonias eran identificadas con los antiguos hebreos.

  • El primer diseño del sello oficial de Estados Unidos, recomendado por Benjamin Franklin, John Adams y Thomas Jefferson en 1776, muestra a los judíos cruzando el Mar de los Juncos. El lema alrededor del sello era: “La resistencia a los tiranos es la obediencia a Dios”.

  • La inscripción en la Campana de la Libertad en el Salón de la Independencia de Philadelphia es una cita textual de Levítico (25:10): “Proclama la libertad en la tierra para todos sus habitantes”.

  • Los discursos patriotas y las publicaciones durante el período de la lucha por la independencia estuvieron frecuentemente imbuidos con lemas y citas bíblicas. Incluso la estructura misma de Estados Unidos refleja con claridad la influencia de la Biblia y el poder de ideas judías en la formación del desarrollo político del país. Sobre todo, esto se puede apreciar en las oraciones de apertura de la Declaración de la Independencia: “Sostenemos que estas verdades son obvias, que todos los hombres son creados iguales, que reciben de su Creador ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Y si bien estas palabras sin duda hacen eco de las ideas de la Ilustración (ver capítulo 53), la idea de que esos derechos vienen de Dios tiene un origen bíblico.

Este y otros documentos de los comienzos de Estados Unidos dejan en claro que la idea de un estándar divino de moralidad es un pilar central de la democracia estadounidense. El lema “En Dios confiamos” apareció en la moneda estadounidense en 1864, y un Acta del Congreso de 1956 (aprobada principalmente como una fuerza opositora al comunismo ateo) lo convirtió en el lema oficial de Estados Unidos.

Podríamos decir muchas otras cosas sobre la influencia judía en los valores de Estados Unidos, pero este es, después de todo, un ‘curso rápido de historia’. Pasaremos ahora a los judíos mismos.

Los primeros judíos en Estados Unidos

La historia de los judíos en Estados Unidos comienza antes de que éste fuera un país independiente.

Los primeros judíos llegaron a América con Cristóbal Colón en 1492, y también sabemos que había judíos recientemente convertidos al cristianismo entre los primeros españoles que llegaron a México con el conquistador Hernando Cortez en 1519.

De hecho, fueron tantos los conversos judíos que llegaron a México, que los españoles hicieron una regla para evitar la inmigración de todo aquel que no pudiera probar una ascendencia católica de cuatro generaciones. De más está decir que la Inquisición no tardó en llegar para asegurar que esos conversos judíos no fueran realmente herejes, y las cremaciones en la estaca se volvieron un hecho regular en la Ciudad de México.

Respecto a Estados Unidos, la historia judía registrada allí comienza en 1654 con la llegada a Nueva Amsterdam (conocida posteriormente como Nueva York) de 23 refugiados judíos de Recife, Brasil (en donde los holandeses acababan de perder todas sus posesiones a manos de los portugueses). Nueva Amsterdam también estaba bajo el poder holandés, pero el gobernador Peter Stuyvesant no los quería allí. Escribe Arthur Hertzberg en The Jews in America (p. 21):

“Dos semanas después de su llegada [de los judíos], Stuyvesant escuchó las quejas de los mercaderes locales y de la Iglesia de que ‘los judíos habían llegado, casi con seguridad, para quedarse allí’. Stuyvesant decidió echarlos. Usando las fórmulas usuales de menosprecio religioso (dijo que los judíos eran repugnantes, deshonestos, enemigos y blasfemadores de Cristo), Stuyvesant les recomendó a sus directores… ‘exigirles de manera amistosa que se fueran’”.

La única razón por la que los judíos no fueron expulsados fue que la Dutch West Indian Company, que tenía una gran dependencia de las inversiones judías, no lo permitió.

Los judíos y la Revolución Estadounidense

Para 1776 y la Guerra de la Independencia, había un estimado de 2.000 judíos (mayormente sefaradíes, incluyendo hombres, mujeres y niños) viviendo en Estados Unidos, pero su contribución a la causa fue importante. Por ejemplo, en Charleston, Carolina del Sur, casi todo hombre judío luchó por la libertad. En Georgia, el primer patriota en ser asesinado fue un judío (Francis Salvador). Y adicionalmente, los judíos también brindaron una importante ayuda económica a los patriotas.

El más importante de los donantes fue Jaim Salomon, que le prestó una gran cantidad de dinero al Continental Congress. En los últimos días de la guerra, Salomon le prestó $200.000 dólares al gobierno norteamericano. Nunca le devolvieron el dinero y murió en bancarrota.

El presidente George Washington mencionó la contribución judía cuando abrió la primera sinagoga en Newport, Rhode Island, en 1790 (se llamaba Sinagoga Touro, y era sefaradí). Envió esta carta, con fecha del 17 de agosto de 1790:

“Que los hijos del rebaño de Abraham que moran en la tierra continúen ameritando y disfrutando la buena fe de los otros habitantes. Que todos se sienten con seguridad bajo su propio viñedo e higuera y que no haya nadie que los haga temer”.

Nota la referencia al viñedo y a la higuera. Esa frase especial es una referencia a las palabras del profeta Mija respecto a la utopía mesiánica:

“Pero en el final de los días ocurrirá que la montaña de la casa del Señor será establecida en la cima de las montañas, y será exaltada por sobre las colinas; y las personas llegarán hacia ella, y muchas naciones vendrán y dirán: ‘Vengan y subamos a la montaña del Señor, y a la casa del Dios de Yaakov; y Él nos enseñará Sus caminos, y andaremos en Sus caminos, porque la Torá emanará de Sión y la palabra del Señor desde Jerusalem’. Y Él juzgará entre muchos pueblos y decidirá respecto a fuertes naciones lejanas, y convertirán sus espadas en discos de arado; ninguna nación levantará la espada en contra de otra nación, y tampoco aprenderán (sobre) guerra. Sino que cada hombre se sentará bajo su viñedo y bajo su higuera, y nadie los atemorizará, porque la boca del Señor de las huestes ha hablado”.

Esta fue una interesante elección de palabras de parte de Washington pero, en base a lo ya dicho, no es una sorpresa dada la enorme influencia que la Biblia Hebrea tuvo en los peregrinos y en los padres fundadores de la nueva nación.

La ambivalencia estadounidense hacia los judíos

Sin embargo, debemos notar que algunos de los otros padres fundadores eran un poco más ambivalentes con los judíos que Washington.

John Adams, quien dijo cosas muy halagadoras sobre los judíos (3), también mencionó que “es muy difícil amarlos a todos [los judíos]”. Y ansió el día en que “las asperidades y peculiaridades de su carácter” se desgastaran y ellos se volvieran “cristianos unitarios liberales”.

Thomas Jefferson pensaba que los judíos necesitaban más educación secular para “volverse merecedores igualitarios de respeto y favor”, implicando que sin ese aprendizaje no podrían esperar ser respetados. Escribe Arthur Hertzberg en The Jews in America (p. 87):

“Jefferson estaba expresando la opinión de la corriente principal de la Ilustración, que todos los hombres podrían alcanzar un lugar igualitario en la sociedad, pero que el precio a pagar era adoptar las costumbres y la filosofía de los ilustrados. Jefferson no consideraba que un judío que hablara en ídish y supiera Talmud fuera igualmente útil para la sociedad como un pensador entrenado clásicamente, como él mismo”.

Esta idea de encontrar libertad en Estados Unidos siempre y cuando no se fuera “demasiado judío” hizo que los judíos no inmigraran. ¡Hasta 1820, la población judía de Estados Unidos era de sólo 6.000 personas!

Esto cambió alrededor de 1830, cuando comenzaron a llegar los judíos reformistas alemanes, que habían desechado el judaísmo tradicional y que no eran “demasiado judíos”. Las grandes migraciones de judíos pobres y oprimidos de Europa Oriental vendrían cerca del cambio de siglo. Pero antes de que abordemos esa historia, debemos ver lo que estaba ocurriendo con los judíos de Europa.


Notas:

(1) Abraham Katsh, The Biblical Heritage of American Democracy, (New York, 1977), p. 97.


(2) Ibíd., 51-72.

(3) John Adams en una carta a F.A. Van Der Kemp, el 16 de febrero de 1809: "...Insisto en que los hebreos han hecho más por el hombre civilizado que cualquier otra nación. Si fuera ateo y creyera en el destino ciego, seguiría creyendo que el destino hizo que los judíos fueran el instrumento más esencial para la civilización de las naciones. Si fuera un ateo de otra secta… seguiría creyendo que la casualidad ha ordenado que los judíos preserven y propaguen para toda la humanidad la doctrina de un Soberano del universo que es supremo, inteligente, sabio y todopoderoso, que creo que es el principio más importante y esencial de toda moralidad y, consecuentemente, de toda civilización… Son la nación más gloriosa que habitó esta tierra. Los romanos y su imperio fueron una baratija en comparación a los judíos. Le dieron religión a tres cuartos de la tierra e influenciaron en los temas de la humanidad más y más felizmente que ninguna otra nación, tanto antigua como moderna”. De acuerdo a la cita de: Allan Gould, What Did They Think of the Jews, (New Jersey, 1997), pp. 71-72.

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