Una relación con Dios

7 min de lectura

¿Qué pasa cuando Dios no contesta nuestros rezos?

Rosh Hashaná y Iom Kipur, los Días de Arrepentimiento, son la época del año en que hablamos con Dios.

Sí, se supone que deberíamos hablar con Dios durante todo el año, pero realmente sentimos ganas de hacerlo entre Rosh Hashaná y Iom Kipur. Estos son días destinados al rezo. Ellos son días en los cuales luchamos para expresar nuestros pensamientos, nuestras esperanzas, y nuestros miedos a Dios. Estos son días en los que tratamos de establecer una conversación con Dios.

Esperamos que Dios nos sonría, y conceda nuestros pedidos. Pero aquí se puede encontrar una particular y aguda pregunta que debemos enfrentar en esta época del año: ¿Qué pasa cuando Él no lo hace? ¿Acaso nos queda algo de nuestra relación con Dios entonces?

Imagina una mujer que reza, profunda y sinceramente, por el éxito de una operación que le va a ser realizada a su hija de 6 años que está gravemente enferma. Llega la hora de operar, y la operación falla. La muchacha muere bajo el bisturí del cirujano. ¿Qué siente una madre después de esto? ¿Qué sentiríamos nosotros?

En el remolino de emociones que trae una tragedia, uno siente una angustia indescriptible - el terrible, y agudo dolor de una abrumadora pérdida. Pero a veces, uno siente algo más también.

Traición

Al principio, el sentimiento podría no ser identificable, ocultado debajo de capas de tristeza y dolor. Pero entonces, lentamente, podría surgir. ¿" Cómo pudo Dios haber hecho esto? Confiábamos en Él. Rezamos con toda nuestra fuerza. Pusimos toda nuestra esperanza en Sus manos. Y Él dejó que esto pasara... ".

Y estas preguntas – ya sean dichas o guardadas en silencio - provocan entonces un remolino de emociones completamente nuevo. Miedo. Culpa. "¿Con quién estoy enojado?", nos preguntamos, "¿Con Dios? ¿Cómo puedo estar enfadado con Dios?..." Se supone que no debemos enojarnos con Dios. Se supone que debemos sentir que Él es compasivo, cariñoso. No es fácil "arreglarse" con alguien que uno siente que lo ha traicionado. ¿Cómo, entonces, podemos esperar amar a Dios si uno se siente traicionado por Él?

Un Cambio de Perspectiva

 No sé si hay una sola, y definitiva, solución a este problema. Quizás la respuesta cambie de persona a persona. Pero pienso que un cambio de perspectiva puede apuntar a una dirección útil:

Podemos hacer una pregunta fundamental: Cuándo uno reza a Dios por algo - ya sea por la salud, la felicidad, o incluso por un auto nuevo- ¿Qué es lo que uno espera alcanzar? ¿Qué es lo que uno espera que logre el rezo?

Bajo un punto de vista, la respuesta es obvia. Uno espera que Dios le conceda el pedido por el cual uno reza. Si uno reza por la recuperación de su hija de una enfermedad terrible, por ejemplo, uno obviamente espera que esto de algún modo le ayude a recuperarse. Pero hay, según pienso, un aspecto más profundo al significado y el objetivo de tal rezo.

Permítanme relatarles una historia, que un amigo mío cuenta, acerca de una de sus tempranas experiencias de la niñez. Así es como él relata el acontecimiento:

"Cuando tenía aproximadamente cuatro años, me desperté de mi siesta un día, salí de mi cuarto, y caminé por la casa. No había nadie en ella. Intente llamar a mi madre, pero nadie me respondió. Despacio, una idea se asomó en mi pequeña mente: "Finalmente ha pasado. Mis padres me han abandonado...".

"Corrí al teléfono de la cocina y marqué el número de la operadora. "Así es", le dije entre sollozos, "mis padres se han ido; y ahora estoy absolutamente solo". La operadora se quedó al teléfono conmigo hasta que mi madre regreso a casa. Ella había salido durante unos minutos para ir a comprar leche. Eso fue, sin embargo, una experiencia que jamás olvidaré".

Ahora, si quieres, realiza un pequeño ejercicio mental. Imagina durante un momento, que tienes cuatro años. Tus padres significan todo para ti. Considera el miedo que sentirías al pensar que ellos te han abandonado, dejándote, para que de algún modo, te las arregles por ti mismo/a. Desde luego, como un adulto, tú sabes que esto nunca pasaría. Sin embargo, como un niño, no hubieras sabido esto. La amenaza habría parecido verdadera. ¿Cómo se siente aquel miedo?

Ahora, continúa el ejercicio. Imagina que tienes seis años. Subiendo sobre una silla, has encontrado el tarro de galletas de tu madre sobre el mueble de la cocina. Está lleno de galletas con chips de chocolate. Te acercas a tu madre, con el tarro de galletas en la mano, y le pides una. Ahora considera las dos situaciones siguientes:

Situación A

Tu madre amablemente y con amor te mira y dice: "No, querido, lo siento. No es momento de comer una galleta ahora; se está acercando la hora de la cena. Sé cuanto te gustaría comértela, pero no puedo dártela ahora mismo".

Situación B

 Tu madre ha tenido un día muy difícil, y es justo cuando está perdiendo la paciencia que tú te has acercado a ella. Ella te mira fijamente, con un poco de frialdad, por un minuto. Luego se da vuelta y se va. "No me importa" tú escuchas mientras su voz se aleja, "Tu pequeña galleta no me importa mucho en este momento. Si la quieres, tómala".

Como un niño de 6 años, ¿Cuál de las dos situaciones hubieras preferido afrontar? En la primera, te negaron la galleta; pero consigues la atención cariñosa de tu madre. En la segunda, tú consigues tu galleta - pero sientes como se forma un vacío en tu estómago. De algún extraño modo, tú madre te ha abandonado...

Continuemos. Imagina que eres mayor ahora. Tú y tu pareja viven en un pequeño departamento. Lamentablemente, tu situación financiera es desafortunada; no puedes siquiera comprar un auto pequeño y viejo. Incluso las compras diarias en la tienda de comestibles se han hecho difíciles. El jefe de tu pareja, sin embargo, ha insinuado que podría recibir un aumento en los próximos días; suficiente quizás como para permitirte comprar un auto.

Entonces tú le rezas a Dios con mucha devoción, y pides que este aumento se haga realidad. Nosotros, desde luego, no tenemos ninguna manera de poder percibir directamente como Dios acepta nuestros rezos – pero, para poder proseguir con nuestro argumento, imaginemos que de algún modo puedes "oír" Su respuesta. Imagina, otra vez, dos situaciones:

Situación A

Dios te responde: "Hijo mío, quiero que sepas que estoy contigo. Conozco la tensión que sientes debido a tu situación financiera, y siento tu angustia. Pero por motivos que ahora no puedo revelarte, no está dentro del esquema de las cosas que tu pareja reciba este aumento ahora".

Situación B

Dios te responde: "En el pasado, no has mostrado suficiente fe hacia Mí para que tome tus preocupaciones en serio ahora. He decidido no implicarme en tu grave situación; permitiré que los acontecimientos ocurran por si mismos. Si el jefe de tu pareja decide darle el aumento, entonces que así sea; pero no estaré involucrado".

Nuevamente, ¿Qué situación preferiríamos nosotros afrontar? La primera respuesta firmemente, pero con gentileza, niega nuestra petición, mientras que la segunda abre la posibilidad de que, efectivamente, consigamos el dinero. Pero en la segunda respuesta, también sentimos el duro y frío golpe de que Dios nos abandona. Si conseguimos el dinero, ¿Qué precio habremos pagado?

Y ahora, finalmente, considera una última situación. Un hombre que sufre los efectos de la leucemia es llevado con silla de ruedas al quirófano para una operación que será la última posibilidad de salvar su vida. Los doctores le dan apenas una probabilidad del cincuenta por ciento de que pueda salvarse. Al sentir que la anestesia comienza a surtir efecto, él comprende claramente que estos pueden ser sus últimos momentos concientes sobre la Tierra. Él abre su corazón a Dios y reza para sobrevivir.

Imagina que en sus últimos y breves segundos de conciencia, este hombre tuviera el privilegio de oír la respuesta que Dios le da. Considera, otra vez, dos situaciones:

Situación A

 Dios le responde: "Hijo mío, quiero que sepas que estoy muy cerca de ti ahora. Mientras te adormeces, me quedaré a tu lado, y no te abandonaré".

"Siento tu angustia, y sé cuánto quieres vivir. Pero debo decirte que este es el momento que he designado para que concluyas tu estadía en la Tierra. Tú no puedes entender porqué. Pero ahora, hijo mío, el tiempo ha llegado".

Situación B

 Dios le responde: "Tú no te has hecho digno de Mi intervención personal en tus asuntos. El doctor que te operara es competente como cualquiera; dejaré tu destino en sus manos".

En sus últimos momentos de conciencia, ¿Qué respuesta preferiría oír el hombre? ¿No es concebible - incluso probable - que él preferiría la negación íntima y cariñosa de Dios hacia su petición, frente a la fría retirada de Dios de su vida? Si esto es así - si esto es lo que nosotros sentiríamos en el lugar de este hombre - entonces podremos haber descubierto algo realmente profundo sobre nuestros valores: Una relación íntima con nuestro Padre en el Cielo es algo que nosotros cambiaríamos por cualquier cosa - incluso la vida misma.

Esto, entonces, dice algo importante sobre por qué rezamos, y lo que aprendemos de esta experiencia.

Sí, es verdad que rezamos para obtener la galleta, el auto, o efectivamente, por nuestras vidas. Pero estos son sólo los objetivos aparentes de nuestros rezos. Ya que cuando realmente abrimos nuestros corazones a Dios, cuando lo buscamos en momentos de necesidad, nosotros hacemos que Dios sea algo verdadero en nuestras vidas. Construimos una relación con Él.

Como en cualquier relación buena, los sentimientos tienden a ser correspondidos. Nuestra conexión con Dios no es diferente. Cuando queremos llegar a Dios, Él esta ahí para nosotros. Cada palabra del rezo se convierte en un ladrillo que construye aquella relación. Y cuando ya está todo dicho y hecho, valoramos la relación más que cualquier otra cosa.

Pienso que cuando entendemos esto realmente, nos hemos dado los instrumentos para lidiar con la posibilidad que Dios, de hecho, podría no concedernos el objeto de nuestros rezos. Así nos podemos dar cuenta que mientras más profunda es nuestra necesidad, más profunda será la relación que habremos de formar con nuestro Creador, al contarle acerca de nuestras carencias. Así, recibamos o no lo que hemos "pedido", seguramente no seremos "traicionados" por Dios. Un rechazo puede ser también un gesto de amor. Y la relación que hemos construido por haber pedido ya no se destruirá.

Vivimos en un mundo físico y material, y esto es una verdad difícil de interiorizar. Nuestras necesidades son reales para nosotros. Realmente queremos la galleta o el auto; nuestros deseos físicos no son una simple imaginación. Sin embargo, si nos detenemos a pensar durante un momento, podemos también enfocarnos en las cosas más profundas. Gracias a nuestra necesidad física de comunicación, nos hemos podido acercar más a Dios, y Él a nosotros. Y como sentimos esta cercanía, podemos encontrar que no sólo hemos alcanzado una apreciación más profunda del rezo - y de estos Días de Arrepentimiento - sino también hemos ganado nuevas fuerzas para afrontar la respuesta de Dios a nuestros rezos, independientemente de cual sea.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.