Lazos que unen

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Ki Tetzé (Deuteronomio 21:10-25:19 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

"Si un hombre se casa con una mujer y vive con ella, y acontece que ella no halla gracia ante sus ojos pues él encontró en ella algo abominable, le escribirá un documento de divorcio, se lo entregará en la mano y la hará salir de su casa..." (Deut. 24:1).

De este versículo nuestros sabios aprenden las reglas del divorcio judío en el Tratado de Gitin del Talmud Babilonio.

Las reglas básicas son familiares para la mayoría de la gente. El esposo debe escribir un documento de divorcio y dárselo a la mujer para que ella sea considerada una mujer libre nuevamente ante los ojos de la Torá. Si el paradero del esposo es desconocido, si es mentalmente incompetente o si simplemente no quiere darle el documento de divorcio o get, la mujer quedará atrapa en un estatus especial llamado aguná.

¿Cómo puede la Torá discriminar en contra de las mujeres de esa manera, dejándolas desamparadas e indefensas, sujetas a la misericordia de sus maridos precisamente en lo que respecta al divorcio, situación que tiende a sacar a la luz las características más crueles de los seres humanos? El desafortunado resultado de esta ley es que los maridos de mala calaña que no están dispuestos a dejar ir a sus esposas las pueden dejar encerradas en una situación intolerable de forma indefinida, mientras que otros pueden usar su ventaja de forma inescrupulosa para exigir un rescate a cambio del get, que es la única opción que tiene la esposa judía para recuperar su libertad.

[Debemos señalar que el resultado de estos horribles escenarios proviene del hecho que las cortes de Torá no tienen ningún poder de implementar sus determinaciones hoy en día. De acuerdo a las leyes de la Torá, una esposa siempre tiene el derecho de recibir su get si ella decide terminar su matrimonio. No siempre puede obtener lo estipulado en el acuerdo prenupcial, pero no puede ser dejada cautiva o quedar a merced de tener que pagar un rescate. Una corte judía tiene la capacidad de forzar físicamente al marido para que éste le dé el get a su esposa. Si él se rehúsa a acatar la orden de la corte, recibe latigazos hasta que acepte.

Sin embargo, la Torá es eterna. Dios, quien nos dio la Torá, claramente sabía la situación que tendríamos que enfrentar en el mundo moderno. No podemos evitar la dificultad que hay en el aspecto técnico].

Los judíos de hoy en día están familiarizados con este concepto, sin importar de qué "rama" del judaísmo provengan. El problema de la aguná es uno de los argumentos más comunes que se usan para intentar desacreditar al judaísmo ortodoxo y para llamarlo medieval y chauvinista. Por lo tanto, confrontemos la pregunta que tenemos por delante. ¿Podemos relacionarnos con una ley que contiene como parte de ella el problema de la aguná?

La clave para aceptar las reglas de la Torá sobre el divorcio con una mente abierta es la prueba de arbitrariedad versus inevitabilidad. Uno automáticamente acepta las cosas que considera inevitables sin importar cuán duras y crueles sean. No despotricamos contra el cáncer o el sida; son enfermedades terribles, pero está más allá de nuestro poder solucionarlas. Por otro lado, nos revelamos justamente ante problemas cuya fuente es el capricho o la crueldad, ya sea de origen humano o Divino. No podemos eliminar la tragedia del problema de la aguná en el mundo moderno, pero sí podemos demostrar que no es el producto de un capricho o el resultado de una actitud negativa o condescendiente hacia las mujeres.

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Matrimonio: La sociedad modelo

Comencemos analizando la forma en que percibimos el matrimonio en el mundo moderno. Antes de comenzar, vale la pena notar que la tasa de éxito de los matrimonios modernos es sumamente baja. En el mundo moderno la gente tiende a casarse más tarde —si se casa del todo— y más del 50% de los matrimonios terminan en divorcio. A pesar de que el divorcio está en alza incluso entre los ortodoxos, los jóvenes del mundo ortodoxo siguen casándose en un alto porcentaje, siguen casándose apenas pasados los veinte años y un alto porcentaje de los matrimonios ortodoxos aún dura para toda la vida. Obviamente hay muchos factores tras estas divergentes estadísticas, pero no hay duda de que la definición de la institución del matrimonio es una de las causas más importantes de la diferencia.

Un matrimonio moderno es una empresa cooperativa formada para alcanzar ciertas metas comunes: establecer un hogar, concebir y criar hijos y combatir la soledad. Dado que hoy en día hay un mayor grado de flexibilidad en la definición de lo que es un comportamiento "moral", el amor y el romance ya no son factores esenciales en la decisión de casarse, a pesar de que obviamente siguen siendo cruciales en la selección de una pareja apropiada. En esta concepción moderna del matrimonio, cada integrante de la pareja retiene su propia identidad. La cooperación es un asunto de elección y está basada en consideraciones utilitarias. Puede que ocurra una fusión existencial de sus identidades, pero dicha fusión claramente no es parte de las metas de los matrimonios modernos y va en contra de la búsqueda de la autosatisfacción que es tan preciada para el hombre moderno.

La razón por la cual se forman los matrimonios modernos establece los parámetros de su supervivencia. Si alguno de los integrantes decide que las metas de la sociedad mutua no se están cumpliendo —el tipo de hogar que siempre soñaron no se está materializando, hay una falla en la concepción o cría de hijos, no hay una solución adecuada para el problema de la soledad— entonces ese integrante naturalmente demandará la disolución de la sociedad. El matrimonio es una empresa utilitarista; si no cumple con el propósito de su formación, entonces, no está siendo funcional.

En este tipo de modelo de matrimonio, mantener a la gente atrapada en el estado de “casado” sería impensable. Este tipo de matrimonio es reconocido por la Torá bajo las leyes noájidas:

"Entonces el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:24).

Nuestros sabios derivan las leyes noájidas sobre las relaciones matrimoniales a partir de este versículo. Las leyes noájidas son los siete mandamientos que les fueron dados a Noaj después del diluvio, los cuales aplican a todos los seres humanos. Un matrimonio noájida es aquel en que la pareja "se vuelve una sola carne" como es descrito en el versículo.

El concepto de "volverse una sola carne" no pretende denigrar la calidad de la relación formada. La Torá considera esta relación algo sagrado y le da una protección legal sumamente seria. Cometer adulterio y violar de esta manera el matrimonio noájida es una ofensa tan seria como cometer adulterio y violar el matrimonio judío.

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Volviéndose una sola alma

Pero el "volverse una sola carne" del matrimonio noájida debe ser yuxtapuesto al “volverse una sola alma”, que es la concepción de la Torá sobre un matrimonio judío: la fusión espiritual de dos individuos separados en una sola entidad.

Rabí Eleazar dijo: Una persona que no tiene una esposa no es un Adam [un ser humano]. Está escrito: "Él los creó hombre y mujer. Los bendijo y llamó su nombre Adam en el día en que fueron creados" (Génesis 5:2) (Talmud, Yevamot 63a).

La concepción de la Torá de un matrimonio judío va mucho más allá de ser meramente una sociedad. Dios le dio el nombre Adam sólo a una pareja casada. Ni la mujer ni el hombre de la especie humana son un Adam; tienes que combinar un hombre y una mujer para obtener un Adam.

La pareja que se une en un matrimonio judío se vuelve una sola entidad espiritual ante los ojos de Dios, un individuo compuesto que tiene dos cuerpos pero una sola alma en común. Dicha unión es esencialmente espiritual, no física. Tiene más que ver con compartir un alma que con la unión de recursos físicos. Pero dicha unión sólo puede ser forjada con la ayuda de Dios. Está en nuestro poder como seres humanos forjar uniones físicas y alianzas cooperativas, pero está más allá de nuestro poder unir dos almas en una sola entidad. Esto sólo lo puede hacer Dios.

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Formando el lazo espiritual

Indaguemos la manera en que se forma dicho lazo por medio de consultar la Halajá:

Una vez que la Torá fue entregada, los judíos fueron comandados a que cuando un hombre quisiera casarse con una mujer, primero debía hacer un contrato formal frente a testigos y sólo después de dicho acto ella sería considerada su esposa... Una vez que se haga dicho contrato formal y que la mujer haya sido santificada, a pesar de que él nunca haya tenido relaciones con ella y a pesar de que ella nunca haya entrado a su casa, ella será considerada una mujer casada; quienquiera que tenga relaciones con ella recibirá pena de muerte y si él quiere divorciarla entonces ella necesitará un documento de divorcio (Maimónides, Mujeres 1:3).

La necesidad de un get para terminar con el matrimonio judío guarda relación con la forma en que dicho matrimonio comienza. Un matrimonio judío se origina en un acto público de santificación, y este acto de santificación sólo puede ser disuelto por un get.

Un matrimonio secular es el resultado de la decisión de las partes de compartir sus recursos, tanto físicos como espirituales. El matrimonio noájida sólo comienza ante los ojos de la Torá cuando las partes comienzan efectivamente a cohabitar, y puede ser disuelto por cualquiera de las partes que decida que la cohabitación ya no es deseable. El acuerdo de cohabitar ya no es relevante. La unión es formada al volverse "una sola carne" y es disuelta de la misma forma: dejando de ser "una sola carne"; cualquiera de las partes puede terminar con ella (ver Maimónides, Mujeres 1:1 y Reyes 9:8).

Pero la unión que se genera en un matrimonio judío no está asociada a la unión de recursos físicos. El acto público de santificación crea el lazo marital incluso si nunca hubo cohabitación. En resumen, un matrimonio judío es una unión espiritual, una unión de almas más que una unión de cuerpos, una unión que sólo Dios puede formar, mientras que un matrimonio noájida es una sociedad sublime formada por personas que deciden compartir todos los recursos, tanto materiales como espirituales, que están bajo su control. Dios considera ambos matrimonios como santos, pero sólo está involucrado activamente en la formación del matrimonio judío.

En otras palabras, cuando la Torá fue entregada al pueblo judío, una parte de su santificación involucraba la introducción de un tipo de unión matrimonial completamente nueva, una unión más allá de la decisión de compartir tu vida y de cohabitar con otra persona.

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Unión sagrada

Los aspectos del matrimonio asociados con la cohabitación son definidos como nisuin; e incluso estas leyes fueron un cambio radical en el momento de su introducción con respecto a la visión aceptada del matrimonio. Mucha gente está consciente que las leyes de matrimonio judío estaban muy por delante de su época en términos de reconocer los derechos de la mujer; las mujeres siempre han sido tratadas como iguales para la ley judía. Pero estas leyes guardan relación con la segunda etapa del matrimonio judío: pensión alimenticia, manutención de los hijos, derecho de propiedad, etc.; afortunadamente, el mundo secular se ha puesto al día y actualmente reconoce la mayoría de las cláusulas que estipulan las leyes de nisuin.

Pero el proceso de casarse está gobernado por un conjunto completamente distinto de leyes de Torá: las leyes de kidushin. El Talmud le dedica todo un tratado, Ketuvot, a las leyes de nisuin; pero hay dos tratados que se dedican a la formación del lazo matrimonial y a su disolución: Kidushin y Gitin. El estatus de ‘casado’ proviene de un acto puramente simbólico. El estatus de ‘casado’ es algo separado y aparte de su manifestación externa en el mundo real, el compartir los aspectos prácticos e íntimos de la vida.

De hecho, la misma palabra que describe este acto de matrimonio es kidushin, una palabra que significa ‘santificación’ o ‘santidad’. Bajo el palio nupcial, cuando el novio pone el anillo en el dedo de su novia, le dice: "He aquí que eres consagrada a mí por medio de este anillo, de acuerdo a las leyes rituales de Moshé e Israel". La santidad del matrimonio judío es la fuente del problema de la aguná.

Las relaciones en las cuales los individuos retienen sus identidades individuales y separadas son relativamente fáciles de deshacer. Todo lo que se requiere es la decisión de separarse. Todo lo que había en la relación era una unión de bienes, y todo lo que se requiere por tanto es una justa división de los bienes. Eso no quiere decir que no haya una gran dosis de dolor involucrada. Sin embargo, a pesar de toda la angustia mental que acompaña a un divorcio típico, los integrantes de un matrimonio secular nunca se fusionaron en una sola entidad espiritual. ¿Pero qué pasa con un matrimonio en el que la gente si se fusionó? ¿Cómo lo haces para separar un alma y volver a dividirla en dos almas separadas; para que cada una de ellas esté libre y pueda seguir su propio camino?

Este es el trasfondo que explica la necesidad de un get.

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Mitad de camino

Pero esto nos lleva sólo hasta la mitad del camino. Ahora entendemos por qué se necesita un get, pero aún no tenemos una solución para el problema de la aguná.

¿Por qué sólo el hombre está en posición de dar el get? ¿Por qué no es la mujer, o ambos?

De hecho, este problema también está presente en la formación del matrimonio. El Talmud, al principio del tratado de Kidushin, destaca repetidamente que sólo el hombre puede iniciar la unión matrimonial de la Torá. Si la mujer es quien la inicia, entonces la ceremonia no tienen ninguna validez y el matrimonio no entra en efecto. ¿Por qué el hombre está en control del matrimonio en ambos extremos?

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El nombre de Dios

Para apreciar cómo esto se relaciona con la naturaleza de la realidad espiritual y no es sólo el resultado de alguna decisión arbitraria, debemos primero comprender las cualidades esenciales de los hombres y de las mujeres desde un punto de vista espiritual. Sólo entonces podremos comprender la naturaleza de la conexión espiritual que se forma a través del matrimonio judío. Un hombre es un ish en hebreo, que se deletrea alef, yud, shin; una mujer es una ishá, que se deletrea alef, shin, hei. La letra yud representa la cualidad de masculinidad mientras que la feminidad es representada por la letra hei. A excepción de esto, los hombres y mujeres son espiritualmente idénticos. Ambos son esh, una palabra que significa fuego en hebreo. Cuando se casan, él contribuye con la yud a la unión y ella con la hei, formando entre ellos la palabra yud hei, que es uno de los nombres sagrados de Dios: Y-ah (Talmud, Kala 1:7).

Hay algo que sabemos sobre el significado de este Nombre Divino formado por la unión masculino-femenina. El Tamud nos dice que este mundo fue creado con la letra hei, mientras que el próximo mundo fue creado con la letra yud (Menajot, 29b). La combinación de lo espiritual con lo físico es lograda por medio de la unión de estas dos letras para formar el nombre sagrado Y-ah. En el mandamiento de reproducirse y multiplicarse, el hombre judío, quien contribuye con la yud, trae a la nueva alma judía desde el próximo mundo y la implanta en la mujer judía, quien es la que provee la hei que le da expresión en este mundo.

El significado de esto es el siguiente. Las almas, al ser sagradas, sólo pueden entrar a este mundo si tienen un lugar sagrado en el cual residir. Pero este no es un mundo inherentemente sagrado. En nuestro mundo, toda la santidad es resultado de consagración, dedicación y trabajo duro. El hombre judío debe situar su tesoro, el alma que trae desde el próximo mundo, en un lugar consagrado. El único lugar apropiado en nuestro mundo para depositar un tesoro como este es el útero de la mujer judía.

De hecho, la influencia de ella es tan poderosa que cualquier alma humana que sea situada en su custodia automáticamente adquiere santidad. Incluso cuando una mujer judía concibe un hijo de un no judío, el hijo que nazca será considerado judío de acuerdo a la ley de la Torá. Y demás está decir que hay una infinita diferencia entre dicho hijo —cuya santidad se origina sólo de la hei del Nombre Divino— y el hijo que se origina de un matrimonio judío cuya santidad incluye tanto la yud como la hei, lo cual combina la santidad de este mundo con la del próximo.

Las implicaciones más profundas de esta diferencia están cubiertas de misticismo y está más allá del alcance de este autor penetrar en ellas o explicarlas. Pero hay algunas indicaciones externas que podemos identificar las cuales pueden ayudarnos a clarificar el punto. De acuerdo a los dictámenes de la Halajá, a pesar de que el estatus de ‘judío’ depende completamente de la madre, la conexión tribal de la persona y el estatus familiar de la persona son determinados por su línea paterna. En otras palabras, la ruta hacia el origen del alma en el mundo venidero, donde el alma se origina en la conexión con Dios, el reino de la yud, es a través del padre. La expresión de este origen en este mundo depende de la hei, que es provista por la madre.

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Un hijo de una madre judía

Si traducimos esta idea a conceptos más mundanos, esto significa que el hijo de una madre judía y de un padre no judío es un “huérfano espiritual”. Este hijo no tiene una ruta preestablecida por medio de la cadena ancestral que se remonta a los orígenes espirituales de todas las almas judías en el mundo por venir. Tal como un huérfano debe seguir su propio camino en el mundo físico sin la ayuda y el apoyo de su familia, asimismo dicha alma deberá forjar su propio camino en el mundo espiritual.

Podemos encontrar una clara ilustración de estas ideas en las palabras del Midrash citado por Rashi (Números 26:5):

Janoj de la familia Janojea. La parashá enlista a los hijos de las familias judías; cada nombre familiar es precedido por la letra hei y concluye con la letra yud; porque las naciones calumniaron a los judíos diciendo: "¿Cómo pueden los judíos trazar su genealogía de acuerdo a sus tribus? Si los egipcios los esclavizaron, ¡seguramente también tenían el poder de violar a sus mujeres!". Ante esto Dios respondió, en efecto, que Él adjuntaría Su propio nombre a los nombres de las familias para testificar sobre su castidad en Egipto.

Vemos de esta forma que el Nombre Divino que atestigua sobre la pureza de la familia judía es el nombre Y-ah, yud hei, por la lógica descrita anteriormente. Cabe notar la precedencia de la letra hei en los nombres.

El propósito del matrimonio judío es crear una unión espiritual entre la yud y la hei, entre la santidad de este mundo y la santidad del próximo, que sea tan poderosa que incluso la yud del próximo mundo pueda encontrar su expresión física en la hei de este mundo.

La yud por sí sola no puede expresarse sin la ayuda de la hei. Por eso la unión entre un judío y una mujer gentil no produce un alma judía. Por otro lado, la hei por sí misma sí puede producir un alma judía, pero esta alma no tiene un lugar definido en Israel.

* * *

Uniones hechas por Dios

Las uniones espirituales, a pesar de que sólo pueden ser formadas por Dios, de todas formas requieren de un acto de dedicación por parte de los seres humanos como precondición para su formación. Un matrimonio judío es precisamente el vehículo de dedicación espiritual que se necesita, por lo que es perfectamente entendible que sólo pueda ser formado por medio de un acto de santificación. La yud provee el nivel extra de santidad que se requiere para completar el Nombre de Dios con la hei.

La forma en la que Dios —en Su infinita sabiduría— decidió crear el mundo, implica que la hei no puede ser puesta dentro de la yud; los hombres no pueden engendrar hijos. Sólo la yud puede ser puesta en la hei. Es el hombre, quien da la yud, el que debe iniciar el proceso de buscar una hei en la cual insertar su yud.

Esto sigue el patrón de la relación que estableció la Torá entre este mundo —que es representado por la hei— y el próximo mundo —que es representado por la yud—. Todos los mandamientos de la Torá tratan sobre introducir en este mundo las actividades que se originan en el próximo mundo. Siempre unimos ambos mundos en nuestras actividades espirituales por medio de insertar la yud en la hei en lugar de hacer lo opuesto.

El sacrificio, que es el prerrequisito de la dedicación espiritual, se exige por lo tanto de la mujer judía. Es su hei la que es cooptada por la yud de él. Es el hombre quien debe iniciar la unión espiritual en el matrimonio judío, y por lo tanto es él quien debe terminar con este. Pero a pesar de que es él quien le da origen, ella es la mayor beneficiada. Por medio de su dedicación ella es capaz de contener tanto la yud como la hei —el nombre completo de Dios— en su propia persona, mientras que el hombre judío sólo puede unirse a la hei cuando está unido a su pareja. Puede que sea él quien comienza con el proceso de unión de los dos mundos, pero la unión misma tiene lugar en ella.

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Post data

Una idea equivocada que suele tener el mundo secular es que los rabinos tienen el poder de modificar las leyes de la Torá cuando lo encuentran apropiado. Después de todo, la ley judía —la Halajá— es un proceso que está en constante desarrollo. No habían refrigeradores o teléfonos en el Monte Sinaí y los rabinos de todas formas encontraron métodos para tratar con estas nuevas tecnologías en el contexto de la Halajá. ¿Por qué no pueden resolver el problema de la aguná utilizando el mismo tipo de creatividad?

Las reglas de la Torá se asemejan a las reglas de la naturaleza. La tradición judía mantiene que Dios consultó con la Torá cuando creó el mundo (Zohar, Trumá). Las leyes de la naturaleza pueden ser entendidas y empleadas en muchas formas creativas, pero no pueden ser modificadas. Si entendemos el principio de Bernoulli podremos volar aviones, pero no podremos modificar las leyes de la gravedad de forma que las manzanas se eleven en lugar de caer. La realidad está estructurada en torno a la Torá. Para la visión judía de las cosas, es más fácil modificar la realidad que alterar las reglas de la Torá.

El compromiso con la observancia de una Torá eterna cuya alteración está más allá del poder humano es parte de la esencia del judaísmo y es el secreto de su longevidad. El mundo cambia, pero la Torá es eterna. Es el ancla que ha mantenido nuestra conexión con Dios a través de todas las tormentas que hemos tenido que enfrentar a lo largo de la historia.

Pero a pesar de eso, quien esté familiarizado con los libros de responsa de los grandes sabios de Israel a lo largo de la historia habrán notado la gran importancia que se le otorga al problema de la aguná. Una gran parte de dichos libros de responsa se dedica a encontrar soluciones ingeniosas dentro del marco de la ley judía para permitirle a una aguná volver a contraer matrimonio.

Una cantidad sin precedentes de problemas de agunot surgió a causa del Holocausto. Generalmente era difícil determinar de forma conclusiva si los esposos o esposas habían efectivamente fallecido. Rav Moshé Feinstein —la gran autoridad rabínica de Estados Unidos en la época posterior al Holocausto— fue responsable personalmente de permitirles contraer segundas nupcias a miles de estas mujeres. Sus discípulos cuentan que ante los ojos de Rav Moshé, los problemas de aguná tomaban precedencia por sobre otros problemas. Cuando una aguná iba a pedirle ayuda, él dejaba todas las otras cosas de lado y dedicaba toda su atención y genialidad para intentar resolver el problema.

Las ingeniosas soluciones que han ideados los sabios a lo largo de la historia siguen siendo aplicadas por las autoridades halájicas modernas cuando se enfrentan a problemas de agunot. El hecho de que a pesar de todo sigan surgiendo situaciones en las que la Halajá no tiene una solución, deriva del hecho que está más allá de nuestras capacidades modificar las reglas de la Torá.

La actitud de los sabios de Israel puede ser ejemplificada por una famosa historia sobre Rabí Akiva Eiger, un sabio judío que vivió a finales del siglo XVIII.

Un judío que vivía en Varsovia dejó a su esposa judía y a su familia para convertirse al cristianismo. Este hombre se negaba a darle a su esposa judía un get incluso a cambio de una gran suma de dinero. Rabí Akiva Eiger estaba en Varsovia en una conferencia cuando se enteró de este problema. De inmediato coordinó una reunión con el reacio esposo y le rogó que le diera un get a su esposa. Ante su rechazo, Rabí Akiva Eiger le recitó al marido la primera Mishná del Tratado de Kidushin —la Mishná estipula que una mujer judía vuelve a recobrar su libertad sólo de dos maneras, mediante recibir un get o mediante la muerte de su esposo— y le pidió al esposo que eligiera. El esposo se mofó del rabino y se fue indignado. Cuando iba saliendo del edificio, cayó muerto en las escaleras.

Es lamentable que ya no tengamos hombres santos con un poder espiritual tan inmenso, pero la actitud de Rabí Akiva Eiger refleja la actitud de todas las autoridades rabínicas ortodoxas. No es que no quieran ayudar. Es que no pueden.

La santidad es un implante extraño en nuestro mundo secular. Sólo puede mantenerse a través del autosacrificio, y la santidad del matrimonio judío no es la excepción.

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