Ascenso o descenso

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Mishpatim (Éxodo 21-24 )

Enseñanzas profundas de la parashá semanal del líder espiritual de Moshav Matitiyahu en Israel.

Rabí Simai enseñó: Cuando el pueblo judío respondió “Naasé venishmá – primero cumpliremos la Torá y luego la estudiaremos", 600.000 ángeles descendieron y coronaron a cada judío con dos coronas, una por naasé y una por nishmá (Talmud – Shabat 88a).

Los comentaristas han discutido extensamente la grandeza que el pueblo judío exhibió al comprometerse a cumplir la Torá incluso antes de preguntar lo que contenía. Podemos apreciar la preciosa corona obtenida por el compromiso incondicional a subyugarse por completo a la voluntad de Dios con fe absoluta. Pero, ¿cuál fue la importancia de nishmá "estudiaremos"? ¿No es esta una consecuencia inevitable del primer compromiso? Es obvio que para poder hacer lo que se les ordenaba tenían que saber lo que se les estaba ordenando. ¿Cuál es la importancia verdadera de esta segunda corona y qué nos enseña?

Nuestros sabios nos dicen que Dios le dijo a cada judío los Diez Mandamientos con distinta intensidad, de acuerdo a la capacidad y el potencial de cada individuo. Entonces, Dios le habló a cada uno de acuerdo a su propio nivel. Sin embargo, a medida que Dios hablaba, el pueblo estaba tan abrumado que sus almas dejaban sus cuerpos y Dios los tenía que revivir (Talmud – Shabat 88b). Si los mandamientos fueron comunicados de acuerdo al nivel de cada individuo, ¿Por qué no fueron escuchados en la exacta intensidad que podían soportar sin que sus almas los abandonaran?

Para resolver esta aparente contradicción, debemos entender lo que significa hablar de acuerdo "al nivel" de un judío. El Midrash se refiere al verdadero nivel de un judío como el máximo potencial que se puede alcanzar con el máximo esfuerzo. Hay una gran distancia entre el logro de una persona y su máximo potencial. La intensidad de la voz fue dirigida al potencial, y fue precisamente la revelación de esa diferencia entre lo que eran y lo que podían ser lo que causó que sus almas dejaran sus cuerpos.

Nuestros ancestros se pararon frente al monte Sinaí y aceptaron la Torá completa e incondicionalmente. Pero para que este compromiso fuera relevante tenían que estar dispuestos a crecer y madurar en Torá – darse cuenta de que recién habían dado el primer paso. Tuvieron que reconocer que un judío debe mejorar su cumplimiento de la Torá todo el tiempo. Esta fue la declaración de nishmá – siempre estaremos abiertos a aprender más para poder elevarnos, de a un escalón a la vez, hacia el máximo potencial en Torá que cada uno de nosotros posee.

Rabí Akiva continuó estudiando y enseñando Torá incluso después de que el gobierno romano lo declarara ilegal y lo castigara con pena de muerte. Cuando Papus ben Yehuda lo acusó de arriesgar su vida de manera irresponsable, Rabí Akiva le respondió con la siguiente analogía:

    Un zorro bebiendo en un estanque vio a un pez escabulléndose a toda prisa y con obvia consternación. "¿Qué te asusta, pequeño pez?", preguntó el zorro.

    "Tenemos miedo a las redes de los pescadores", contestó el pez. "No sabemos en dónde caen para atraparnos".

    "¿Para qué estar tan asustado?", aconsejó el zorro. "Quizás pueda ayudarte. Abandona tu estanque y ven a tierra firme, yo te protegeré".

    "Zorro tonto", exclamó el pez. "Si estamos asustados e inseguros en el agua, el entorno que nos provee nuestro sustento, ¡cuánto más lo estaríamos fuera de nuestro elemento!".

La Torá es la parte vital del pueblo judío. Sin su estudio y observancia somos como peces fuera del agua. ¿Qué seguridad se puede tener al salir de la absoluta inmersión en las aguas de la Torá?

El Midrash nos dice que la analogía debe ser llevada un paso más allá. Los peces, que están inmersos en el agua todo el tiempo, tienen una naturaleza muy peculiar: Cuando llueve, el pez asciende a la superficie mientras las gotas llegan al agua para recibir alegremente otra gota de lluvia - no están satisfechos con la infinita provisión de agua que los envuelve. De modo similar, el judío envuelto e inmerso en Torá debe estar alegre y buscando ascender a nuevos niveles en el estudio y la observancia de la Torá.

El hombre es considerado alguien que camina, a diferencia de los ángeles que se consideran quietos. Por su naturaleza misma, el hombre debe siempre luchar para perfeccionarse. Cuando no está ascendiendo, por definición está descendiendo. O estamos creciendo o estamos estancados, no hay un punto intermedio. Es similar a una escalera mecánica: si te quedas quieto desciendes, si caminas a un ritmo normal permaneces en el lugar, y sólo si te esfuerzas para correr avanzas.

Este deseo y lucha constantes para llegar a niveles de observancia de Torá más elevados no sólo es recomendable, sino que sin él uno se encuentra descendiendo hacia un pozo de amargura y desprecio por la Torá y por quienes la estudian – un desprecio que se produce por nuestro sentimiento de culpa por fallar al no materializar nuestro potencial máximo.

Rashi dice que el versículo (Levítico 26:3): "Si caminas en las leyes de la Torá" se refiere a esforzarse en la Torá. Debemos invertir toda nuestra energía y esfuerzo en el estudio y la observancia de la Torá. ¿Pero qué pasa si no lo hacemos? La Torá nos dice siete etapas por las que un hombre pasará si se contenta con cualquier cosa menor a la materialización de todo su potencial.

"Si detestas mi Torá y te rehúsas a aprender", explica Rashi, no cumplirás las mitzvot de manera adecuada. Ignorarás los detalles básicos de la observancia de la Torá y no apreciarás su belleza y significado. La culpa crecerá en tu interior cuando veas a otros más escrupulosos que tú en la observancia de las mitzvot. En vez de querer emularlos, la culpa creará un sentimiento de repulsión. "¡Fanático!" – este es el vocabulario de una conciencia sucia, de una persona que sabe en su interior que no es honesta consigo misma.

Y de allí descenderás aún más, hasta el odio hacia los maestros y rabinos que exhortan al pueblo judío a alcanzar su potencial, que enseñan Torá sin resignar ni atenuar nada de ella, y cuya tarea es alentar, empujar y reprender constantemente a quienes ellos lideran. Estos líderes son una amenaza a su complacencia. Son una espina que entra profunda y dolorosamente en la conciencia. El individuo reacciona con odio y amargura para distraer y camuflar la culpa.

El descenso continúa. La forma más efectiva de aliviar la conciencia sucia es rodearse de personas que tienen las mismas limitaciones. Uno intenta convencer a otro para que minimicen su nivel de observancia, utilizando toda clase de métodos para desalentarlos de ser más observantes y más cuidadosos. La burla, el sarcasmo, lashón hará y hasta las mentiras son utilizadas para hacer que la observancia intensa de la Torá sea evitada. Y el ietzer hará permite que uno racionalice que las intenciones son exclusivamente por el bien del Cielo, por nuestro bien.

Finalmente, cuando todos estos métodos fracasan en aliviar la conciencia, cuando la persona es confrontada con la realidad de que la Torá exige el crecimiento constante, la única manera de salir es, de manera consciente o subconsciente, negar por completo la validez de la mitzvá – su origen divino. "Es sólo una jumrá (algo que va más allá del rigor de la ley), "sólo es una opinión", "no es mi costumbre". Estos son los slogans de esta negación.

Y cuando esto no puede ser llevado a cabo con éxito, cuando es claro que las áreas de laxitud no son ni jumrot ni costumbres, que no representan sólo una opinión entre muchos rabinos, sino que son leyes que nos obligan a todos, se llega al séptimo escalón y se completa el ciclo. Uno se convierte en un negador de principios fundamentales de fe, y niega la importancia de la mitzvá misma. Le quita importancia a su observancia con: "Es sólo una mitzvá, no se puede hacer todo", denigrando así la importancia y centralidad del mandamiento mismo, negando que es el factor central y más importante de la vida.

Una persona puede comenzar siendo fiel al 99% de la Torá, pero si rechaza la necesidad de mejorar y elevarse constantemente, en el uno por ciento en donde hay resistencia comenzará su inexorable descenso a través de estas siete trágicas fases.

Esta sombría perspectiva que nos da Rashi es tan dolorosamente cierta que cada uno de nosotros debería sentirse tanto conmocionado como inspirado al ser confrontado con estas santas palabras. Quienes estamos comprometidos con la Torá debemos ser coronados con el naasé y con el nishmá. Debemos darnos cuenta de que el movimiento de baalei teshuvá no se limita a judíos alejados y alienados, sino que todos debemos ser baalei teshuvá, luchando siempre para volver a los niveles de perfección que todo judío es capaz de alcanzar.

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