Dios: El Doctor de los doctores

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Mishpatim (Éxodo 21-24 )

Ideas claras y concisas sobre la parashá de la semana.

La Torá enumera cinco categorías de daños que la persona debe pagar al causar un daño a otro, y una de ellas es pagarle los gastos médicos. Nuestros sabios aprenden de este versículo que los doctores tienen “permiso para curar”. Parece extraño que un doctor necesite permiso para curar, pero al pensarlo por un momento podrás ver que sí tiene lógica. Según el pensamiento judío, una enfermedad no es un “hecho casual”. Dios participa directamente en nuestras vidas, y una persona sólo se enferma si Dios quiere que él se enferme.

En tal caso, uno se vería inclinado a confiar únicamente en el ‘Doctor de los doctores’. La Torá nos enseña que este tipo de razonamiento es incorrecto. Los judíos nunca nos confiamos de los milagros. Ir al doctor cuando se está enfermo es el esfuerzo adecuado que se requiere de nosotros. Aquel que se apoya únicamente en Dios no es ningún santo. Es simplemente un tonto e irresponsable.

El Gaón de Vilna, uno de los rabinos más importantes del siglo 17, nos aclara la postura de la Torá. Cierta vez, un hombre se le acercó desesperado. Los doctores le habían indicado que nada podía sanarlo de su enfermedad. Moriría muy pronto. Entonces el Gaón de Vilna le citó el versículo de esta porción semanal. Sí, se les ha dado permiso a los doctores para sanar. No obstante, no se les ha dado permiso para decir que una persona no puede ser curada.

El concepto judío es que los doctores deben hacer su máximo esfuerzo, pero es Dios quien finalmente provee (o no provee, dependiendo el caso) la cura. Nadie excepto Dios puede predecir cuándo morirá una persona. Hay algunos a quienes se les dan pocas semanas de vida, y luego viven largas y saludables vidas. A otros se les dice que están completamente sanos, y al día siguiente caen muertos. ¿Quién ha dicho que los doctores son quienes determinan la vida o la muerte?

El Talmud afirma: “El mejor de los doctores está destinado al infierno”. Esto no significa que conviene más ser un doctor malo que uno eficaz para evitar ir al infierno. Esto significa que si un doctor no reconoce que Dios es quien tiene el control sobre la vida y la muerte – y esto sucede generalmente con los mejores doctores – entonces aquella arrogancia lo llevará cuesta abajo por una pendiente resbaladiza.

Unos años atrás me asombró la seguridad con la que nuestro oncólogo nos afirmó que era “absolutamente imposible” para mi esposa Elena vivir más de dos semanas. (Elena vivió 6 semanas más). El hecho que un doctor asegure que una persona tiene “x” cantidad de meses de vida no es sólo arrogante, sino también totalmente improductivo. Cuando una persona que padece una enfermedad seria está segura de que morirá, muy raramente sobrevive.

Ser doctor no es una tarea fácil. Ellos sanan y salvan vidas en condiciones muy riesgosas y muchas veces sin la suficiente apreciación. Y existen grandes doctores. Pero deben ser cuidadosos de mantener la humildad y no pensar que tienen las llaves de la vida y la muerte en sus manos.

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